Con este gobierno, o con el siguiente, el nuevo año escolar será una tragedia. Con este régimen los meses que vienen serán peores en todos los órdenes y para reconstruir la escuela es necesario el renacer ciudadano.
Hace tres décadas la escuela venezolana venía implantándose, aunque con muchas críticas a su calidad pedagógica. Todavía era muy precaria la cobertura de la escuela maternal en los sectores más pobres, marginados desde el comienzo de su vida. Las cifras eran más satisfactorias en primaria y secundaria, mientras el orgullo propagandístico del régimen se desbocaba presumiendo del número de universitarios. Claro que sin mencionar la calidad, ni dejarse medir, ni comparar con otros países, con la excusa de que mediciones como la de PISA son capitalistas no aptas para apreciar nuestras joyas educativas socialistas. Pero en el curso 2018-2019 el gobierno ha batido todos sus récords negativos y ha dejado a la escuela sin maestros, sin alumnos y sin presupuesto. Logró que la carrera de educador sea tan repudiada que los pedagógicos y escuelas universitarias de educación languidecen por falta de alumnos: ¿qué sentido tiene optar por una profesión cuyo empleador principal es el Estado y que ofrece salarios inferiores a los 10 dólares mensuales?
El éxodo de educadores es desolador y la escuela sin esperanza se vacía de jóvenes. La muerte de la mayoría de los programas de alimentación escolar no atrae a los niños en ayunas…La crisis del régimen es general y afecta a todos los sectores (agricultura, industria, farmacias y panaderías, luz, agua, gas, transporte, seguridad, salud…), pero nada es de tan graves consecuencias como la ausencia escolar de 40% o 50% de los alumnos, la desnutrición de cientos de miles de niños menores y el desolador abandono de las universidades sin futuro.
Ni un niño fuera de la escuela
Triste realidad para el comienzo escolar, pero no nos gusta presentar problemas sin buscar soluciones, ni echar más leña al fuego al pesimismo que paraliza y acentúa los males. La obligación de todo venezolano es no resignarse a un curso 2019-2020 de aulas vacías, de educadores en éxodo y de escuálidos presupuestos que impiden apostar al talento y a la formación integral de calidad, desde los niños del maternal hasta los universitarios.
La primera respuesta es que es imprescindible salir del régimen que ha originado semejante catástrofe para que las escuelas sean hervideros de proyectos, llenas de sueños de padres, maestros y risas de niños con esperanza y futuro. Pero no basta, pues el nuevo gobierno estará abrumado de necesidades y escaso de recursos, los padres agobiados por otras necesidades y los educadores dividiendo sus escasos dólares entre su transporte diario y media docena de huevos.
Es imprescindible que los padres, los educadores, las empresas y la sociedad entera, nos declaremos en emergencia y saquemos fuerzas y recursos de dónde aparentemente no hay y le digamos al gobierno que la escuela es nuestra y que vamos a generar una gran sinergia escolar de los diversos factores que juntos la pueden sacar a flote. Nada de apelar al “Estado docente” que excluye a los demás, pero tampoco rechazar su responsabilidad sobre toda la educación, sino que en cada una de las 25.000 escuelas hay que hacer presente y activa la “Sociedad educadora” con la conciencia de que la escuela es nuestra; no del gobierno, pero sí con el gobierno. Sabemos que por separado, ni los educadores, ni los padres, ni los funcionarios del ministerio, ni las empresas, tienen el ánimo ni los recursos para remontar el desastre.
La experiencia nos enseña que cuando juntos se toma la escuela, surge un nuevo ánimo, una solidaridad creativa que hace posible lo que parecía imposible. Lo hemos vivido en las escuelas más pobres y visto en muchos colegios de clase media en los que la grave necesidad despierta la solidaridad y la conciencia de que la escuela “es nuestra” y si no la salvamos juntos perderemos el futuro de nuestros hijos. Con esa conciencia nueva surgen posibilidades insospechadas: si no hay educadores activos titulados los supliremos con jubilados, con padres capacitados, con estudiantes universitarios… Es inútil pedir aumentos al Estado arruinado ni a los padres que envíen a sus niños bien desayunados. Es imprescindible que en la mayoría pobre del país haya una comida escolar sólida al día y que no se contenten con enviar a los niños a una escuela que es del Estado, sino que ellos vayan con sus hijos a la escuela que es suya.
El rescate de los valores personales y ciudadanos es de vida o muerte para la sociedad, así como las capacitaciones y hábitos de trabajo responsable sin los cuales la empresa no tiene futuro. Hemos visto que el gobierno fracasa en el mantenimiento de las escuelas estatales y con frecuencia la desidia permite su saqueo, lo que contrasta con Fe y Alegría (por mencionar una sola institución de las muchas escuelas propias de instituciones sociales y religiosas). No se trata de enfrentar al Estado, a los padres y educadores, sino de lograr nuevas sinergias que se apoyan y exigen mutuamente, para juntos promover, exigir, organizar, responsabilizarse de la ayuda humanitaria nacional e internacional, que hasta ahora se ha iniciado de modo muy tímido con la Cruz Roja, Caritas etc. Estamos hablando de millones de niños y, por tanto, de millones de padres y de centenares de miles de educadores. La escuela la hacemos nuestra este año o no habrá escuela.
Nuevo régimen y resurgir escolar con corresponsabilidad.
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