
El Proyecto de Transición Presidencial 2025 es un conjunto de propuestas políticas ultraconservadoras, elaboradas por la Fundación Heritage para el cambio en Estados Unidos durante la presidencia de Donald Trump.
A nivel interno se fundamenta en que afirma que todo el Poder Ejecutivo está bajo el control directo del presidente. Propone que miles de empleados federales sean reclasificados como cargos políticos, para sustituirlos por leales más dispuestos a permitir las políticas de Trump (¿les suena familiar a los venezolanos?). Contempla implementar un Kulturkampf o lucha cultural en contra de las expresiones concebidas en el movimiento woke, apuntalando el cristianismo en un plan nacionalista y autoritario que los analistas consideran llevarán a Estados Unidos a una autocracia. Aunque en varias oportunidades Trump ha intentado distanciarse de la agenda, lo cierto es que la mayoría de sus colaboradores más cercanos provienen de esa corriente de pensamiento.
Algunos conservadores y republicanos han criticado el plan por su postura ante el cambio climático y el comercio exterior. Otros creen que el Proyecto 2025 es un instrumento retórico para lo que serían cuatro años de venganza personal a cualquier precio, además de intentar deshacer prácticamente todo lo que se hizo durante el periodo de Joe Biden. Sin embargo, la realidad es que la Agenda 2025 se impone no solo a nivel interno de Norteamérica, sino también en su política exterior. Veamos:
El irredentismo geográfico: El irredentismo es un movimiento político que busca recuperar territorios que un país considera perdidos. En el caso de los Estados Unidos, los territorios no incorporados son aquellos que están bajo soberanía estadounidense, pero no forman parte del territorio nacional. Esto explica que una de las primeras expresiones de Trump haya sido retomar el control del Canal de Panamá, renombrar el Golfo de México, referirse a Canadá como el Estado 51 llamando a Trudeau gobernador y declarar su intención de comprar Groenlandia. Algunos lo asocian al Lebensraum alemán, que fue la principal causa de la Segunda Guerra Mundial.
La supremacía económica de los Estados Unidos a nivel mundial: Son la mayor potencia económica y hegemónica del planeta en términos de PIB. Su PIB nominal, estimado en más de 20,5 billones de dólares en julio de 2019 (20,5 trillones en el sistema de medición anglosajón) representa aproximadamente 1/4 del PIB nominal mundial. Sin embargo, China prácticamente ya está a la par de Estados Unidos en este renglón. Por tanto, ambos países mantienen una rivalidad sistémica que se puede convertir en un antagonismo crítico y hasta en un enfrentamiento armado.
La supremacía militar de los Estados Unidos. Se les considera las fuerzas armadas más poderosas del mundo, en todos sus niveles, ya que han sido capaces de desplegar contingentes numerosos de combatientes, armamento, logística, inteligencia y contrainteligencia, armas nucleares y sobre todo capacidad tecnológica. Le siguen en orden de importancia China y Rusia y es por ello que Trump en sus discursos ha manifestado su intención de debilitar ese vínculo que se ha desarrollado entre esas dos potencias nucleares, afianzado a partir de la invasión de Rusia a Ucrania y reforzado dentro de las intenciones del BRICS, asunto que he tratado suficiente en artículos anteriores.
Como hemos observado en estas primeras semanas del Gobierno sus acciones dentro de la propuesta del Plan de Paz en Ucrania están dirigidos, en primer lugar, para habilitar a Rusia en el sistema internacional abandonando para ello la estrecha alianza que mantuvo Biden con los europeos y en segundo lugar a minar los entendimientos, a conveniencia, que lograron Rusia y China en el periodo. Todo ello probablemente en detrimento de Ucrania y el debilitamiento de Europa en materia de seguridad sin Estados Unidos en la OTAN.
Ahora bien, en un contexto geopolítico en donde el llamado Sur Global adquiere cada vez menos relevancia solo quedan en el tablero los actores que comparten características con la política de Trump. China y Rusia, ambos irredentos geográficamente, políticamente autoritarios, potencias nucleares, cada vez más alejados del multilateralismo y en consonancia con los antivalores políticos y culturales de un occidente con el cual tampoco Trump pareciera estar demasiado comprometido. Ya tuvimos una expresión reciente cuando la delegación norteamericana votó una resolución en la Asamblea General de la ONU sobre la situación en Ucrania, alineada con Rusia, China y el resto de autoritarios en el mundo.
El resultado pudiera ser un futuro de un mundo tripolar distópico tal como lo visualizó Orwell en 1984 en donde hay solo tres potencias en la Tierra: Oceanía, Eurasia, Estasia, los cuales estaban en guerra permanente, estableciendo alianzas circunstanciales en el esquema de dos contra uno. Además, habría diversas zonas del planeta siendo disputadas entre las tres superpotencias que son los únicos territorios que pasan de unas manos a otras.
Tendríamos que preguntarnos si la articulación del autoritarismo norteamericano, propuesta por la Fundación Heritage, con la política exterior de Trump, que algunos la consideran como la “aceleración de la historia”, contempla un nuevo orden mundial basado en estas consideraciones y por consiguiente en la deconstrucción de los valores occidentales y la aniquilación de los avances indiscutibles de la humanidad posteriores a 1945, especialmente en lo que se refiere a la democracia y los derechos humanos.