Habrá que explicar las razones por las cuales los venezolanos vivimos en medio de enigmas indescifrables, hasta en situaciones que deberían ser simples, y ya hemos hecho hasta costumbre de lo que debería ser motivo de alarma. Por ejemplo y para ser simple y sintético, ¿dónde anda y en qué anda Tareck el Aissami? Por supuesto que actores del espantoso acontecimiento que lo envuelve y algunos iniciados (quedan tan pocos) deben saberlo. Pero no las decenas de millones que deberíamos tener el sagrado derecho de conocer de aquello que concierne a la polis en que vivimos. Y ya van para varias semanas la acusación, por cierto, de otros acusados –y hasta buscados con recompensa millonaria en dólares gringos– y no sabemos nada del aparente jefe y líder de la banda apresada. En otros tiempos yo tenía al inolvidable amigo Luis Manuel Esculpi que realmente se las sabía todas, con detalles y conclusiones muy veraces, y me servía de maravillas para llenar parte de esta columna con escapulario ajeno. Se me fue, se me murió. Y yo no sé nada sobre el delito en cuestión, tampoco del destino de la millonada sustraída a los hambrientos venezolanos, tantos.
Otro ejemplo, recientísimo. ¿Qué diablos fue a hacer mi muy respetado Juan Guaidó a Bogotá? Juro que he leído con el mayor detenimiento la prensa de aquí y de allá y encuentro numerosas variantes que me impiden llegar a una conclusión satisfactoria. Para algunos simplemente se exiló porque Maduro era capaz de cualquier cosa contra él, ahora que no es presidente alterno, por obra de sus colegas opositores, que andan deseosos de cohabitar con el enemigo para llegar a elecciones limpias, limpísimas. Eso sonaría coherente. Pero es que él mismo dice que pasó sin cumplir ningún trámite aduanero y que pretendía reunirse con algunas de las delegaciones presentes en el bonche de Petro, y de exilio nada.
Otros dicen que el tour estaba preparado por los gringos que le compraron el pasaje, lo escoltaron y lo pusieron en el avión rumbo a Miami. El canciller de Colombia, al parecer de la misma escuela pirata y reaccionaria, del payasesco embajador colombiano en Venezuela, puso la torta amenazando al expresidente con mandárselo a Maduro y Petro tuvo que decir en lenguaje decente sus buenos deseos de haberle dado refugio al valiente combatiente. Un gran rollo pues. La única que habló claro y raspado fue María Corina que lo trató de algo así como héroe y que algunos interpretaron electoralmente, como la posibilidad de una fórmula poderosa y quién quita.
Total que hubo unanimidad en el encuentro, como era de esperarse, pero ya los maduristas tienen un legajo de peticiones imposibles para sentarse a dialogar, que pasan por liberar a Saab nada menos, ese corazón de oro de nuestro cuerpo diplomático.
De paso Petro escogió el mismo ajetreado día para pedirle la renuncia a todos sus ministros. Vaya. Los ejemplos de lo incomprensible son inagotables, pero nos preguntábamos por qué, cómo. Yo me atrevo, modestamente a dar un par de razones.
La primera es la precariedad de nuestra prensa. Ante todo atrozmente censurada por la dictadura y sometida a grandes penurias y a técnicas todavía incipientes. Todo ello se confabula para que no llegue hasta nosotros la noticia como es debida.
En segundo lugar, más circunstancialmente, tenemos una oposición silenciosa y calculadora –excepciones hechas- que está cuidando sus posibilidades más que enfrentando sus desafíos. A ella le corresponde la palabra crítica y develadora, no el cálculo y la evasión. Son dos causas de peso, si usted tiene otra súmela.