Esta semana sucedió un hecho de relevancia en la historia de la televisión estadounidense. Por primera vez el número de espectadores de la final femenina de la NCAA (basketball universitario americano) fue superior al de la final masculina. Una nota curiosa queda, sin embargo: por derechos de televisión el torneo femenino tendrá unas ganancias de 6,5 millones de dólares, cifra ínfima si se compara con los 873 millones que ganará la competición masculina.
La brecha ha traído consigo una pregunta más que obvia. ¿Qué le ha faltado al torneo femenino para capitalizar una audiencia que cada vez más se interesa por la disciplina? El comentario queda abierto.
Sin embargo, cuento la anécdota de la NCAA porque además de reciente, me hace recordar las actitudes y paradigmas de algunos empresarios venezolanos. Especialmente los accionistas de ciertas empresas familiares que parecen haberse quedado en el pasado. Años atrás, nadie se hubiera imaginado que la NCAA hubiera podido despertar en su categoría femenina mayor interés que su par masculino. “Desquiciado”, te hubieran dicho si hubieras señalado lo contrario.
De la misma manera, no son pocas las empresas familiares venezolanas que todavía se siguen manejando con una mentalidad apegada a la gloria de otros tiempos, de hace dos o tres décadas en las que a pesar del duro impacto que ya sufría la economía venezolana, esos tiempos se ven hoy como oro puro. Facturación de cientos de millones de dólares, operaciones offshore en varias jurisdicciones, cotizaciones en mercados internacionales, plantas y activos a lo largo y ancho del país e incluso en el extranjero, y una nómina de varios miles de empleados.
La realidad de la Venezuela de hoy está lejos de esa perspectiva. Pero el recuerdo permanece en los corazones y también las aspiraciones a que esa Venezuela “dorada” -que en el fondo no lo era, pero así son nuestros sesgos cognitivos y los engaños de la memoria nos hacen creer que sí- tenga un eventual retorno.
No son pocos los accionistas de estas corporaciones del pasado los que se han ido del país. Y las razones son múltiples. Seguridad, plan de vida, generaciones que deciden hacer su vida fuera ante el empequeñecimiento de la economía venezolana y horizontes truncados.
Lo cierto del caso es que esta circunstancia lleva consigo una pérdida de perspectiva de lo que es el país, de sus dinámicas y sus características económicas. Ante ello, es recomendable conseguir personas y talentos que se encuentren dentro del país y que tengan la capacidad de aterrizar las expectativas de quienes se encuentran afuera.
¿Cuáles pudieran ser algunas de las barreras que ve el accionista a aceptar la ayuda local o incluso llevar a cabo un proceso de consultoría? Se me ocurren algunas, las cuales, por cierto, no son necesariamente ciertas y en muchos casos están acompañadas de prejuicios.
- Falta de confianza en el conocimiento local. Algunos pudieran pensar que en Venezuela lo que predomina es el “arco y flecha”. Con ello, es posible que el accionista desde afuera dude de la competencia y conocimiento de quienes hacen vida en el país.
- Temor a la pérdida de control: esta premisa es bastante lógica. La contratación o el apoyo basado a kilómetros de distancia, pudiera generar una eventual pérdida del control estratégico de la empresa.
- Desconfianza en el entorno: nos guste o no, Venezuela sigue siendo Venezuela. Inestabilidad política, falta de Estado de Derecho, corrupción. La variable país pesa.
- Cultura organizacional: años y años de una metodología asentada puede generar resistencia al cambio, especialmente si se tienen los “años de gloria” entre ceja y ceja.
- Costo: la asistencia, la consultoría, después de todo, involucra un desembolso que no necesariamente se esté dispuesto a asumir, especialmente tomando en consideración las dificultades financieras por las que muchas empresas tradicionales están atravesando.
Cada uno de estos elementos tiene su paliativo. Creo que abordarlos con detalle ameritaría otro artículo, más pormenorizado. Lo importante, sin embargo, es la pregunta de fondo: ¿Están los accionistas dispuestos a continuar por el despeñadero o a efectuar cambios de envergadura en sus organizaciones? Este es un tema de relevancia y que debe ser respondido con sinceridad. Los dueños de compañías que no estén dispuestos a comprender cabalmente la realidad venezolana corren el riesgo de terminar de dilapidar el patrimonio que todavía tienen en el país, y que por muy liliputiense que se encuentre, en no pocos casos sigue allí, latente. Tomar en cuenta, además, la variable emocional de que muchas de estas fortunas y riqueza se generaron en el país que ahora pasa una hora aciaga.
Así las cosas, quien no vea las cosas con realismo, lamentablemente se enfrentará al mismo dilema de quienes todavía subestiman al baloncesto universitario femenino en Estados Unidos. Los tiempos cambian, y con ellos, también la forma en que comprendemos la realidad.