Las circunstancias que rodean la descomposición política en el país declaran anticipadamente el triunfo de la unión de los venezolanos y la derrota de la dirigencia política desconectada de la realidad y que se arroga la representación de la oposición en Venezuela. Basta con revisar los resultados electorales recientes para determinar el alto grado de irresponsabilidad y confabulación de las cúpulas partidistas que siguiendo las depredadoras líneas nacionales entregaron gobernaciones, diputaciones, alcaldías y concejalías, situación que hay que explicar y advertir en todos los escenarios y medios posibles, para no permitir que se repita en esta gran cruzada nacional por la liberación de Venezuela de las garras de la destrucción.
Ante un régimen despiadado, debilitado, fanfarrón y enemigo declarado de la mayoría de venezolanos, comenzó a gestarse en la opinión pública la posibilidad de retornar a las filas del bipartidismo tradicional, avivando consignas y mostrando las caras de fallecidos dirigentes y sus mayores logros en el plano político y gubernamental. Imposible desmeritar el aporte a la democracia que hicieron estas dos organizaciones políticas, pero igualmente difícil liberarlos de la responsabilidad de haber propulsado, con sus desatinos y desinterés de renovarse, el advenimiento del proyecto político que los desplazó, sometió y finalmente los implosionó y fragmentó convirtiéndolos en instituciones débiles, sin créditos importantes y trascendentales para el país que es víctima del secuestro, confinamiento y control social, ejercido con crueldad y ensañamiento por una minoría inconsciente, pervertida y amoral.
El llamarse adeco o copeyano era y es un orgullo para muchos, lo cual tiene un gran valor, fundamentado y cultivado durante décadas, con un capital y peso indiscutible de formación, organización y disciplina, esparcido por todos los rincones del país, condiciones estas que han sido mal utilizadas y manipuladas en los últimos tiempos.
El problema de su recomposición y relanzamiento en tiempos de mengua, para volver a convertirse en opciones para gobernar el país, no está en su militancia y sus dirigentes de base, son sus autoridades nacionales, que ejecutan hermética e inconsultamente las decisiones. Cayeron en el laberinto construido por la revolución. Igual que el régimen imperante, del que todos queremos salir, durante décadas, han mantenido un control férreo y transgresor de los valores democráticos, congelaron la alternabilidad e irrespetaron a las regiones. Sus siglas están convertidas en despojos que mantienen un conflicto irreconciliable entre socios, casi todos mercaderes de la política hoy calificados de corresponsables de la destrucción y estancamiento del país por complicidad, omisión o incapacidad para ejercer una oposición efectiva y muy contrario, en sus ejecutorias, al sentimiento social cristiano y adeco que se evoca del corazón.
AD dividida por los mismos que la condujeron en las últimas 2 décadas le presentan al país dos aspirantes. El primero, que representa al sector que se apoderó de las siglas, el señor Bernabé Gutiérrez, se autoproclamó candidato presidencial y pretende someter y encajonar a quienes se mantienen en la organización, creyendo en la susceptible y falsa institucionalidad que ostenta, contrapuesto al 90% de ese sector que están con la propuesta de la candidatura de la exgobernadora del Táchira. Leidy Gómez. El segundo candidato impuesto por Ramos Allup y los secretarios generales de los estados sin consulta de las bases es el Sr Carlos Prosperi, sin ninguna trayectoria ni arraigo en el sentimiento adeco, solo agraciado y ungido por el exdictador de AD, que junto a Bernabé Gutiérrez mantienen secuestrado para su uso, goce y disfrute el partido del pueblo y su historia, sembrada en varias generaciones. En este tradicional y glorioso partido no existe legitimidad de origen de sus figuras propuestas y en líneas generales cuestionadas y en casos altamente desacreditadas.
El partido Copei sufre igual suerte, sus militantes y dirigentes, esos que anhelan su recuperación ven a grandes hombres social cristianos como César Pérez Vivas y Eduardo Fernández, pujando por reagrupar la familia y el gran sentimiento social cristiano siempre al margen del espectáculo de la división que muestra dos tendencias que dicen conducir al partido y ser herederos de su historia. Una es la que representa Miguel Salazar y Juan Carlos Alvarado, este último que impondrá su candidatura presidencial con la aprobación de las autoridades regionales que atienden a sus intereses, que finalmente buscan cumplir el compromiso que tienen con los benefactores que los empoderaron con las siglas del partido por la vía judicial y les dieron entrada al Parlamento nacional, donde amagan sin ningún resultado tangible y actúan lejanos a los valores social cristianos, cargando con el peso de la crítica del origen sus ascensos a la cúpula que representan. La segunda ha desvariado en presentar un candidato a la presidencia y es encabezada Roberto Enríquez que luego de haberse confinado en una embajada por largo tiempo por catalogarse perseguido político, salió por anuencia del régimen en esos acuerdos que se dan por debajo de la mesa y se sumó erróneamente y de manera inconsulta al sector del denominado G4,alianza hoy desarticulada, buscando un acomodo en perjuicio de los intereses colectivos de la organización, dejándole el camino libre a sus verdugos, los agraciados por la judicialización del partido verde, que han tenido una tímida actuación, baja votación y calificación por parte del electorado y la gran familia socialcristiana.
Con este resumen el llamado a los adecos, copeyanos y sus derivados es a rebelarse y sublevarse ante el descalabro que sus vitalicias, confrontadas y divididas autoridades, que han mantenido conductas y desarrollado políticas fallidas e imperceptibles en detrimento de sus partidos, hoy desmantelados, desmoralizados y huérfanos de una conducción ejemplarizante, ética y moralmente reconocida. Venezuela está cambiando y los partidos hacia el futuro no escaparán a esta realidad. En estos momentos estas dos importantísimas y reconocidas organizaciones y las que han surgido a su sombra, en manos de quienes secuestran su conducción, no tienen posibilidad alguna de imponer un candidato que se destaque por sus cualidades y mínimas condiciones para enfrentar el aparato político del régimen que los tiene infiltrados y tutelados.
Al hablar de sus derivados me refiero a que la deserción y migración de los integrantes de AD y Copei los hace artífices y padres de otras organizaciones como UNT, Primero Justicia, Voluntad Popular, entre otras que dicen ser de oposición, pero también fueron en el pasado reciente y en menor cuantía en el presente parte del partido PSUV, que se nutrió del desencanto de los seguidores de los partidos destacados de la cuarta república. VP judicializado también, con un posible candidato que fue presidente, pero no logró los objetivos y desencantó, con problemas por los señalamientos por encabezar el interinato; PJ con un puñado de aspirantes a la presidencia que dicen que van a definir un solo candidato en un proceso interno, también cuestionadas sus principales figuras, por diferentes casos derivados de la actuación de la asamblea de 2015. Estos dos últimos junto a UNT, AD y otros, son los principales convocantes para un proceso primario en manos de una comisión electoral calificada que navega en un mar de confrontaciones y contradicciones, que por todo lo que aquí someramente explico, tiene grandes limitantes, en abrir la participación donde hay verdugos y víctimas, además conviven los expertos en el arte de la manipulación. Esta realidad indiscutible nos lleva a la conclusión que el partido político en este momento es la Venezuela tricolor. Que la militancia y dirigencia de los partidos deben subordinarse al interés del país y no al designio arbitrario de sus autoridades y los lineamientos que son necesarios no pueden emanar de un enjambre confuso y nocivo para la conquista de la mayor unidad posible que se requiere para vencer cómodamente al régimen de Maduro. Está en curso un proceso de depuración espontáneo que continuará su curso y el direccionamiento final estará conformado por una gran coalición de factores que gestan esa transformación institucional, donde están en la lista los partidos políticos, que ya no representan al país.