Acción Democrática es el partido político venezolano que tiene una historia plena de realizaciones incomparables. Solo el hecho de haberle entregado, por vez primera, la soberanía al pueblo para que la ejerciera a través del sufragio, es aval suficiente para sentir orgullo de sus fundadores. Sin embargo, ese fue apenas el principio, obviamente fulgurante, de una serie ininterrumpida de logros en 78 años de vida política.
En el trienio de 1945 a 1948 se sentaron las bases de lo que serían las grandes conquistas sociales y económicas del resto del siglo XX: la educación obligatoria y gratuita, la construcción de escuelas, liceos y universidades donde se educó a un pueblo ignorante para que saliera de la miseria y llegara a convertirse en la clase media más importante y extendida de toda América Latina.
Los diez años de la dictadura, que interrumpió ese proceso, estuvieron marcados por la represión más dura de nuestra historia, mataron al secretario general, Leonardo Ruiz Pineda, y a muchos otros líderes inolvidables; se llenaron las cárceles y el exilio de militantes del partido, pero sabíamos que tarde o temprano esa pandilla enseñoreada en el poder iba a caer estrepitosamente, porque no podían seguir sojuzgando indefinidamente a todo un pueblo. Sin embargo, la atomización de la oposición alargó su mandato más de lo previsible y por ello AD, desde la clandestinidad, luchaba por la unidad de todos los sectores democráticos. Su concreción fue lo que permitió el derrocamiento de aquella dictadura el 23 de enero de 1958.
Luego AD, aliado al socialcristianismo en algunas etapas, lideró el esfuerzo de los 40 años del mayor bienestar de la historia de Venezuela. En efecto, no hay otro lapso mayor de nuestro devenir histórico donde se haya avanzado más en libertad, progreso, paz (a pesar de las conspiraciones de los extremismos de izquierda y derecha que logramos derrotar política y militarmente) además del avance educativo y cultural sin precedentes. Nacionalizar el hierro y el petróleo, también permitió demostrar que las empresas públicas bien administradas pueden ser eficientes, lo que permitió utilizar esos recursos en salud, vivienda, carreteras y autopistas que modernizaron el país.
Los venezolanos al no darnos cuenta de los avances y solo evaluar los errores de la democracia, cometimos el error histórico de retrotraernos a la etapa que creíamos superada del caudillismo, el militarismo, el pretorianismo y la «revolución», para caer en esta desgracia de los últimos veinte años perdidos.
En esta hora menguada de Venezuela, cuando se violan, descarada y permanentemente los más elementales derechos humanos, cuando se persigue a los parlamentarios (más de 30 de ellos están en el exilio, en las cárceles o la clandestinidad), cuando se secuestra al primer vicepresidente de la Asamblea Nacional, diputado Edgar Zambrano, dirigente fundamental de AD, sin fórmula de juicio; con las cárceles atestadas de presos por sus ideas, cuando se ejecutan sumariamente a más de 7.000 venezolanos en el primer semestre de este año, tal como lo asevera la alta comisionada para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, el Partido del Pueblo resurge como la esperanza de toda la nación.
En efecto, mientras algunos se quedan «empantuflados» en la comodidad de sus casas o en el exterior con posiciones radicales que no acompañan con acciones positivas ni unitarias, Acción Democrática aparece, una vez más, auspiciando la unidad y respaldando con su eficaz maquinaria a Juan Guaidó en su empeño de lograr el cese del régimen usurpador.
En un acto multitudinario realizado en la ciudad de Maracay, convocado por la Secretaría Nacional de Organización que dirige Bernabé Gutiérrez; nuestro secretario general nacional, Henry Ramos Allup, dejó muy claro, ante Venezuela y el mundo, nuestro respaldo al presidente interino, Juan Guaidó, hasta lograr la celebración de elecciones libres una vez que logremos el cese de la usurpación.
Ese respaldo de AD a un hombre que no es militante de su organización, se debe a la comprensión de la necesidad insoslayable de fortalecer la unidad que se ha logrado alrededor del actual presidente de la Asamblea Nacional y cualquier otra distracción, en este transitar hacia la liberación de Venezuela, sería una insensatez imperdonable.
Venezuela no está perdida, sino desorientada por una política, atrasada y demodé, de un comunismo decimonónico y de planificación central fracasado en todo el mundo. Aunado, todo ello, con una corrupción sin precedentes que se robó o dilapidó más de 300.000 millones de dólares en 20 años de saqueo. Es urgente el cambio de gobierno, nuestro tiempo no se mide en horas y días sino en números de muertos y en millones de compatriotas que huyen del hambre y la miseria.
Urge, entonces, poner en marcha el proceso que ya inició Juan Guaidó y la Asamblea Nacional, de lograr el cese de la usurpación, un gobierno de transición y elecciones libres, pero en el transcurrir de esas etapas hay que ir reinstitucionalizando el país, para evitar la «somalización» de Venezuela.
Eso lo ha comprendido la comunidad internacional. En efecto, el Grupo de Lima, el Grupo Internacional de Contacto y todos los países democráticos del mundo están presionando al régimen usurpador para que hayan elecciones libres y la transición en paz evite el derramamiento de sangre entre venezolanos.
AD auspicia y hace esfuerzos en consolidar la unidad, para que en el menor tiempo posible podamos salir de esta pesadilla, para que nuestra juventud, que hoy sufre los rigores de la diáspora, pueda regresar con sus conocimientos adquiridos y su experiencia incalculable, a reconstruir a Venezuela.
Claro que hay esperanza: AD y los demás partidos democráticos, unidos, lo garantizan. ¡Sí hay futuro!