La situación económica de Venezuela es un claro ejemplo de los desafíos extremos que enfrenta un país cuando su salario mínimo se vio superado por la hiperinflación devastadora en 2018. En contraste con otros países latinoamericanos, donde los ajustes anuales al salario mínimo se realizan para mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, en Venezuela el salario mínimo mensual de 130 bolívares representa menos de 4 dólares estadounidenses, lo cual es un símbolo alarmante de la profunda crisis económica y social que atraviesa el país.
Estas comparaciones molestan amargamente al gobierno, pero es el salario mínimo y no los bonos de “guerra” o cesta ticket lo que refleja estadísticamente la capacidad adquisitiva de los trabajadores y, en última instancia, está íntimamente relacionado con el nivel de desarrollo económico y la calidad de vida en una nación. Venezuela, que alguna vez fue una economía próspera impulsada por sus recursos petroleros, ha caído en una espiral descendente debido a una combinación de factores, incluidos controles de precios gubernamentales mal concebidos, la caída en los precios del petróleo y una gestión económica desastrosa.
Igualmente, para los ciudadanos, el Día del Trabajador en nuestro país se ha convertido en un estigma de frustración y rabia a la vez. Atrás quedaron aquellos años en la que el 1ero de mayo era una fecha en la que los trabajadores veían en los anuncios el resultado de sus aspiraciones y luchas.
Es propicia la ocasión para recordar que desde marzo del año 2022 no se le hace un ajuste al salario –que en su momento era el equivalente a 30 dólares-, y que el primer mandatario nacional, en otra de sus tantas promesas incumplidas, ofreció anclar al petro. 26 meses después sigue el sueldo igual (130 bolívares), que al momento de escribir este artículo son al cambio oficial 3,56 dólares.
La corrección salarial anunciada el pasado primero de mayo por el presidente, a través del aumento del llamado bono de guerra económica, consideramos que pudo ser mayor, pero además con la bonificación del salario, siguen eliminados por vía de hechos los “beneficios” que le quedaban a los trabajadores, como son los aguinaldos, vacaciones y prestaciones sociales. ¿O acaso 130 bolívares (3,56 dólares) alcanzan para algo? -porque con base en ese monto es que se hacen estos cálculos-.
Es importante aclarar que hablamos de corrección salarial, porque el gobierno lo que sigue intentando es recuperar parte del poder adquisitivo perdido, sin que eso se traduzca en una mejora del ingreso real.
Además, es importante que los trabajadores puedan nuevamente contar con elementos que se perdieron a lo largo de los últimos años, como son la caja de ahorros y el seguro de HCM.
La hiperinflación, que alcanzó su punto máximo en 2018 con una tasa de inflación de 130.060% (cifra del BCV), llevó al colapso el valor de la moneda nacional, erosionando drásticamente nuestro poder adquisitivo. Con una inflación proyectada del 170% para 2024, que a nuestro juicio estará por debajo del 100%, el salario mínimo es virtualmente insignificante y se vuelve casi imposible para los ciudadanos cubrir incluso las necesidades básicas, aún con los 133,56 dólares que representa “la corrección salarial”.
El impacto en la fuerza laboral es desalentador porque los venezolanos continúan abandonando el país en busca de mejores oportunidades laborales y estabilidad económica en el extranjero. Este éxodo también afecta el crecimiento demográfico, encontrándonos en niveles históricamente bajos, debido a las condiciones económicas y sociales desfavorables.
Para finalizar, para nadie es un secreto que la principal preocupación de los venezolanos sigue siendo el tema económico, y los ciudadanos están claros que la situación se ha agravado aún más debido a la corrupción. En nuestros recorridos por la Venezuela profunda, esa que sufre y que padece, que hace de tripas corazones, ese que día a día se reinventa para poder sobrevivir, nos dicen muchos presos, bragas naranjas o uniformes azules, pero: ¿dónde están los reales?