OPINIÓN

Actualidad de los refranes

por Andrés Amorós Andrés Amorós

Forman parte los refranes españoles de una cultura rancia, vetusta, que nada tiene que ver con la actualidad? ¡En absoluto! Basta con ver el desastroso panorama político de hoy para comprobarlo. Nunca se ha hecho ilusiones nuestro pueblo sobre sus políticos. El buenismo actual está en las antípodas de su manera de ver el mundo: sabe de sobra que el ser humano puede acercarse al ángel pero también al diablo; que todos nosotros sentimos la tentación del orgullo, la codicia, la lujuria, la envidia, la mentira… Son los pecados capitales de la Iglesia. Definía Santo Tomás de Aquino: «Aquellos a los que la naturaleza humana está principalmente inclinada».

La persona que reiteradamente miente, en público, a sabiendas, no puede pretender que le reconozcamos autoridad moral. Ahora mismo, sin embargo, un presidente del Gobierno justifica sus repetidas y notorias mentiras como simples «cambios de opinión». Y lo peor: muchos lo aceptan, sin rechistar. La sabiduría popular del refranero sentencia: «Antes se coge a un mentiroso que a un cojo». El antídoto contra esto es la memoria, la hemeroteca, el archivo sonoro: «El mentir pide memoria. Mentiroso sin memoria pierde el hilo de la historia». Condena tajantemente el refranero: «La mentira y la verdad no pueden vivir en paz». La mentira continuada suscita rechazo: «Quien no te conozca, que te compre. ¡A otro perro con ese hueso!». También, pérdida de credibilidad, como en la historia de Pedro y el lobo: «Quien siempre me miente, nada me engaña. No creemos al mentiroso aunque diga la verdad».

Por mantenerse en el poder, un político recurre a los regalos: «Dádivas quebrantan peñas». A las promesas: «Por agarrar una silla, el político promete muchas villas y Castilla». Naturalmente, lo que hace es «tirar con pólvora del rey». Advierte un refrán: «Nunca prometas cosa de la que te arrepientas».

Para engañar a la gente, puede intentar cambiar el nombre de las cosas; por ejemplo, de una amnistía o un referéndum. Pero eso no cambia la realidad de las cosas: «El hábito no hace al monje». Con gran ingenio, Ramón, en ABC, ha alterado un refrán: «Aunque la mona se invista de seda, mona se queda». Otro fácil recurso es recurrir a algo ya pasado; por ejemplo, al fantasma de Franco. Lo define un refrán: «A moro muerto, gran lanzada». Si no responde a las denuncias de su falsedad, «el que calla, otorga».

Ceder por interés a cualquier exigencia no es síntoma de talento sino de flaqueza: «Más traiciones se cometen por debilidad que por un propósito firme». Hemos de cargar con las consecuencias de las antiguas cesiones: «De aquellos polvos vienen estos lodos».

Por conservar el poder, el autócrata traspasa todos los límites: «El que no ha mesura, cree que toda la villa es suya». Le da igual que le critiquen: «Dame pan y llámame tonto. Ande yo caliente y ríase la gente». Pero nada humano es eterno, ni siquiera la impostura. Por mucho que parezca triunfar, de momento, la falsedad acaba descubriéndose: «La verdad permanece; la mentira, perece. Para verdades, el tiempo». Aunque a veces no lleguemos a verlo…

La izquierda española ha caído en el disparate de despreciar el esfuerzo, por elitista, en nombre de una presunta igualdad. Buen ejemplo es la frase de Lilith Verstrynge: «La cultura del esfuerzo genera fatiga estructural, ansiedad y cardiopatía». Supongo que la vaguería es más ‘moderna’, más ‘progre’. El refranero deshace esta inepcia: «Nadie nace enseñado. A Dios rogando y con el mazo dando». Cervantes define con brillantez: «Cada uno es hijo de sus obras».

Nuestros refranes encierran la filosofía popular hispánica (incluida, por supuesto, Hispanoamérica). Según Rodríguez Marín, tienen seis caracteres: son populares, breves, verdaderos, simbólicos, con forma poética y didácticos. Como se transmiten oralmente –igual que los romances– tienen variantes. Sentencia don Quijote: «No hay refrán que no sea verdadero». Forman parte los refranes de una cultura tradicional que la globalización está barriendo, igual que tantas canciones, coplas, adivinanzas, ritos, fiestas… Mi amigo Joaquín Díaz lleva muchos años defendiéndola. Es una batalla perdida: el inglés y la propaganda televisiva arrasan; sobre todo, entre los que no leen más que los mensajes de los móviles.

Es un error menospreciar esta cultura popular. Los primeros que la defendieron fueron los humanistas del renacimiento, con Erasmo a la cabeza. Recogieron ampliamente este tesoro los clásicos españoles: Juan Ruiz, don Juan Manuel, ‘La Celestina’, el ‘Lazarillo’, Quevedo, Góngora… Y, por supuesto, Cervantes, por boca del hidalgo y de su escudero.

En el siglo XIV, el Arcipreste de Hita sentenciaba: «El hombre por dos cosas trabaja: la primera,/ por aver mantenencia; la otra cosa era / por aver yuntamiento con fembra placentera». ¿Ha cambiado tanto el ser humano desde entonces? Creo que no. Nos sigue moviendo esa codicia que critican los refranes: «Por el interés te quiero, Andrés. Poderoso caballero es don Dinero». Y la lujuria: «Más tiran dos tetas que dos carretas».

Muchas enseñanzas de los refranes siguen siendo hoy absolutamente válidas. Por ejemplo, la importancia de la voluntad: «Querer es poder». La perseverancia: «Una golondrina no hace verano». El orden lógico: «No hay que empezar la casa por el tejado». El equilibrio entre egoísmo y caridad: «Da y ten y harás bien». La moderación: «Ni tanto, ni tan calvo». La defensa del saber: «El conocimiento, la pasión no quita». La importancia del silencio: «Por la boca muere el pez». La tolerancia: «El que tiene boca, se equivoca». La tradición: «Echar vino nuevo en odres viejos». La claridad: «Al pan, pan, y al vino, vino». Saber disfrutar del presente: «Hoy comamos y bebamos, que mañana ayunaremos».

La sencillez expresiva de los refranes no excluye la profundidad de pensamiento. Don Francisco Giner escuchó a un campesino castellano una frase admirable, que convirtió en su divisa: «Entre todos lo sabemos todo». Recogió Montaigne una gráfica prueba de nuestra básica igualdad: «Todos nos sentamos sobre el culo». Un refrán castellano coincide con una máxima alemana: «Los pensamientos son libres».

Cervantes, nuestro padre común, nos da las más sabias lecciones con la admirable sencillez de los refranes y frases hechas. Debemos bajar de las nubes: «-Metafísico estáis. -Es que no como». Sentimos melancolía por el paso del tiempo: «En los nidos de antaño no hay pájaros hogaño». Tenemos que aceptar la realidad: «Todas las cosas tienen remedio, salvo la muerte».

En una situación española tan terrible como la actual, un refrán nos ofrece el don divino de la esperanza: «Dios aprieta pero no ahoga». Y Cervantes le da una forma más poética: «Aún hay sol en las bardas».

Artículo publicado en el diario ABC de España