En el curso de casi cinco décadas, algunos intelectuales que protagonizaban en Iberoamérica se mofaron de la prosa ¿inocua? de Arturo Uslar Pietri y de la ¿parafrástica? narrativa de Rómulo Gallegos. Por presunta paga de dictadura, del apógrafo Camilo José Cela [habría torcido la trama novelesca de Doña Bárbara con La Catira]. En el Territorio de La Cultura Funcionariatrasta y Vendettista [nacional o extranjera] imperaban las afrentas de unos contra otros. Recordemos el pugilato entre Vagas Llosa y García Márquez en México, que nadie sabe por cuál irrevelable motivación, en un restaurante.
El tallerismo [de buena fe, aquí, en Venezuela, gubernamentalmente remunerado, lo cual no deploro] y las revistas y páginas literarias nos ofuscaban y producían tedio con los dignatarios de la ostentosa y excluyente oficialidad literaria [no por auténtica estatura intelectual, que en su tolerable acepción comporta justicia]. Ellos, los «balleneros», entre otros, ingeniosos capitanes del humor negro que se tuteaban [sólo en eso semejamos] con Dionisio y los gobernantes de la IV y Caricaturesca República con los cuales participaban en juergas. Eran influyentes. Tenían acceso al mítico poder del mando político. Y los perdonavidas (1) de la [claudicada] falsificada «insurgencia» comenzaban tolerar a Juan Liscano, porque fue amigo y asesor de presidentes aparte de heredero de acciones bancarias (2): pero, a sus espaldas, igual proferían insultos al y sabio y docto señor de las letras que calificaban «reaccionario». Ello aun cuando no tanto como a esos tales Jorge Luis Borges, Camilo José Cela, Carlos Ragel u Octavio Paz(3): porque fueron «peligrosos y librepensadores» hasta la muerte y sus opiniones políticas «dejaban tatuajes de interés policíaco en esa entelequia insepulta llamada Revolución Comunista (4). Apartados de esas transnacionales rencillas literarias, permanecieron los afamados y honorables: Miguel Otero Silva, Ernesto Sábato, Fernando Paz Castillo, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Arturo Uslar Pietri, Pedro León Zapata o José Ramón Medina (5)
Hubo quien [premeditada y alevosamente] irrespetó los ejercicios narrativos de José Balza, cuando ya Salvador Garmendia, Carlos Contramaestre (6) y otros de los tiempos del Homenaje a la Necrofilia protagonizaban el novelesco concilio entre quienes simulaban estar políticamente comprometidos con la «justicia social» y los que representaban a una democracia soberbia: que se creía infalible y sempiterna. Previo y mutuos cortejos, entre comillas y comidillas, los necrófilos departieron con los máximos representantes jurídicos de regímenes con caricaturesco Estado de Derecho y Justicia [así los definí muchas veces, no fueron peores que lo que actualmente padecemos]
De los Rodríguez, Argenis y Renato, se hablaba con sorna y desprecio [no calificaban para baremos de claustrofalaces autónomos ni en el -por decreto- ya extinto Consejo Nacional de la Cultura]. Los exiguos cuentistas, novelistas y numerosos poetas anhelaban –culposamente– ingresar a la nómina del funcionariatrasto nacional. Por ello, en las provincias los hacedores abortaban la [lícita] saludable aspiración de ser respetados y escuchados en su condición de «vanguardia periférica»: que todos, y no lo digo por maestro de la sátira, lo somos ante cualquier equidistante capital donde tanto el«pudiente» como la «pudenda» y no el talentoso se apropien de la notoriedad.
En Venezuela llovía, sin cesar, aun cuando menos que hoy, el procerimpreso norteamericano por exportaciones petroleras u otros productos: y, esa insidiosa materia prima llamada «mene» por los aborígenes, mantenía sedientos de confort y dinero alos[manflas]críticos e ignoraban a los escritores [¿vasallos en virreinatos?] provinciales que tuvieron que forcejear para que se les permitiera exponer sus creaciones. Laexecrable y santificada cúpula no necesitaba que en nuestro país irrumpieran más escritores. Ya había, afectivamente, adoptado, con gastos de alojamiento pre pagados e ilimitado crédito para el consumo de alimentos y licores, a varios notables de la membresía: Julio Cortázar, Ernesto Sábato, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Alejo Carpentier, Isabel Allende, Javier Villafañe, Ángel Rama, César Dávila Andrade, José Ingenieros, Eduardo Galeano, Augusto Roa Bastos, Ernesto Cardenal, Harold Alvarado Tenorio, Álvaro Mutis, César Vallejo yMario Vargas Llosa [antes de ser odiado por converso al Imperialismo Yanqui y atacar la URSS],Gabriel García Márquezy Pablo Neruda [las escorias de la Intelectualidad Iberoamericana eran Camilo José Cela, Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Carlos Rangel, Juan Liscanoy Guillermo Cabrera Infante].
Pero: quienes capitaneaban la institucionalidad de la burocracia cultural se autoproclamaban «comprometidos con la Internacional Socialista» y tenían reclutas de indiscutible pericia, que flanqueaban gente del poder político y financiero de la jurásica IV Repúblicaen actos culturales: libaban con ellos, lo cual no es reprochable porque rendían culto a Baco en la República del Este [de Caracas] y en cualquier lugar donde se les convidara. Fueron muy queridos Salvador Garmendia, Adriano González León, Ludovico Silva, Enrique Hernández D´Jesús, Juan Calzadilla, Francisco Massiani, Luis Alberto Crespo, José Ignacio Cabrujas, Héctor Mujica, Román Chalbaud, Ibsen Martínez, César Rengifo, Gustavo Pereira, Eugenio Montejo, el Guillermo Meneses divorciado de la incisiva Sofía Ímber, Gustavo Luis Carrera, Oswaldo Trejo, Juan Sánchez Peláez, Jesús Soto, Carlos Cruz-Diez, Esdras Parra, Alberto Arvelo Ramos, Julio Miranda, Ramón Palomares, Orlando Araujo, los hermanos Héctor-Bayardo Vera, Caupolicán Ovalles, José (Pepe) Barroeta, Luis Brito García, Earle Herrera, Carlos Contramaestre, Edmundo Aray, Ángel Eduardo Acevedo y Víctor Valera Mora […] Denostados algunos genios como Hernando Track.
En consecuencia, ¿para qué aceptar el advenimiento de más narradores, dramaturgos y poetas en América Latina? Ya las tesis doctorales para optar a la categoría de «Magister» o «Profesor Titular» estaban, a veces deshonesta y fraudulentamente [salvo excepciones] redactadas sobre las obras de esos autores y yacían en los anaqueles de los claustrofalaces «autónomos» o «privados». La cultura y academia son hermanas siamesas en todo: más en la excelencia docente, en la producción de conocimientos y obras literarias o científicas que en la falta de ética o «servilismo político» [Deo gratias)
Los narradores, poetas, ensayistas, cineastas o artistas emergentes éramos, salvo excepciones [como las de Gabriel Jiménez Emán, Armando Rojas Guardia, José Pulido, Rafael Arráiz Lucca, Emilio Briceño Ramos, Luis Barrera Linares, Gustavo Guerrero, Alejandro Varderi, Denzil Romero, José Napoleón Oropeza, Blas Perozo Naveda, Víctor Bravo, Ednodio Quintero, J. M. Briceño Guerrero, Alberto Rodríguez Carucci, José Balza, Benito Irady, Eduardo Liendo, Wlfredo Machado, Juan Calzadilla Arreaza y otros] fuimos a priori preteridos o segregados por prejuicios ridículos o antojos más etílicos que por «valoraciones».
También, según la multiplicidad de casos: para merecer rechazos bastaba ser «librepensador», «irreverente», «sudaca», «provinciano», «advenedizo», «bohemio», «satánico», «reaccionario», «pensador», «impúdico», «no pudiente», «sin apellido con ascendencia», «sin status laboral» y hasta «malhumorado» [Teódulo López Meléndez, Lubio Cardozo, Jesús Serra, Tito Nuñez Silva, Edilio Peña, Aixa Salas, Mireya Krispin, Gabriel Mantilla Chaparro, María Luisa Lázzaro, Carlos Danéz, Alcides Rivas, Fernando Báez, Miguel Szinetar, Orlando Flores Menessini, Eddy Rafael Pérez, Ramón Azócar A., Federico y Leonardo Ruiz Tirado, Rafael José Alfonzo Rafael Zárraga, Miguel Ángel Campos, Edgar Alfonso Arriaga, Arnulfo Quintero López, Jesús Enrique Barrios, José Antonio Yépes Azparren, Rafael Rattia, Ricardo Gil Otaiza […] y quienes presumo «nos relevan» con idéntico fervor. Yo era un adepto del Solipsismo, un solista, según el Gabo J. Emán y «joven escritor con demasiados escrúpulos para ascender en el pervertido ámbito de la literatura oficial» [me advirtió Liscano, en la sede de la Editorial Monte Ávila que presidía].
Algunos entre aquellos inquisidores y privilegiados, no dados de baja por la Providencia o irredenta vejez, con inimaginable habilidad, todavía transitan de un despacho oficial a otro y medran porque devinieron en «mercenarios de bufonería revolucionaria». La «rivalidad», «radicales adhesiones de cualquier naturaleza», «reticencia de grupúsculo agraciado» o la simple y fortuita animadversión hacia todo lo que para su olfato [de canino con pedigree] hediese a provincia o marginalidad intelectual, se prolongaría en sectores de verdugos y sepultureros.
En ocasiones, a quienes fuimos los «novísimos» [hoy «con fecha de expiración»] experimentamos elogios. Los reconocimientos que nos confirieron parecían una última y condicionada instancia. La norma era que siempre, con calculada altivez, los aguafiestas apadrinados del poder del mando político central pontificasen con improperios y sentencias nada absolutorias contra los creadores venezolanos de la periferia literaria.
Era boga que fútil y fatuamente esputaran encima de nuestra vocación literaria, para luego mofarse de nosotros mientras ingerían del añejo licor que les brindaban los venerables jefaturales del ámbito político o financiero a los cuales logré un día conocer y que me parecieron amistosos [Benito Raúl Losada y Guillermo Morón, ej.]. Así satisfarían y materializarían sus odios los literatofalsos de la doméstica Comarca Intelectual Caraqueña con sus guillotineros en las sedes provinciales del funcionariotrasto cultural nacional de la mendicante provincia venezolana.
A los escritores en «fase de iniciación pública» nos cavaban, prematura y alevosamente, como disciernen los expertos en ejecuciones extrajudiciales, fosas en los campus para depositarnos porque éramos enjambre de la intelectualidad incómoda. Pero, los verdaderos escritores venezolanos evitamos colocarnos en decúbito frente a quienes oficializaban la segregación y la pena capital: guillotina robespierriana para la decapitación intelectual de los no doctrinables. Permanecíamos inamovibles e incólumes cuando la nefasta nómina de comentaristas y críticos de la funcionariastra arremetía en diarios y revistas contra nosotros. Escribíamos impulsados por una férrea voluntad creadora y algunos todavía respiramos en este dantesco mundo.
Los auténticos narradores, poetas, ensayistas y dramaturgos venezolanos nos mantuvimos mordaces y nos bastó soltar riendas a nuestra imaginación. Con mayor o menor vehemencia, publicamos nuestras invenciones y percepciones de un universo dominado por hombres y mujeres sin talento ni inteligencia que predicaban la mediocridad y el acomodo. La existencia nos deparó innumerables vicisitudes. Sin embargo, como ayer, hoy admito todavía disfruto cuando a ciertos y suficientes escritores venezolanos [sin prejuicios por sus «adhesiones políticas» o «pecados»: porque soy un librepensador [«nada santo», «resentido» ni de «dictatorías»]. Si la felicidad es real, posible y transferible a quienes padecen penurias, no me concierne. En ningún asunto soy «soberano» y a ninguno aborrezco por su comportamiento u obra intelectual, salvo que ejecute actos que sean a la humanidad lesivos [hace más de dos milenios, Lao Tse pronunció que «el hombre violento no tendrá una muerte natural» y le creyeron. Yo tampoco refuto esa mística prédica]
Hoy, cuando analizo los avocamientos literarios de algunos intelectuales, muy pocos, pido excusa a los temporalmente ausentes aun admirándolos. Culmino, a mi modo, cual incorregible confeso y sin los aspavientos del engreído que se arroga la «suspensión del juicio», que solo la Inteligencia Superior puede entenderse con su semejante: la cual no desciende, y es [irrestricta] mea sententia, de quienes integran determinada «clase social».
Es una cretinada que los jinetes del apocalipsis literario, que han medrado y todavía moran por el ámbito político nacional socialista, y que lucen renovados antifaces, prosigan con sus intentos de abatirnos. Los hechos dictan que los intelectuales venezolanos somos, indiscutiblemente, hábiles y mayores de edad. Que tenemos estatura [rigor] intelectual e interesamos a lectores y estudiosos sin fronteras. Todavía puedo leer y escribir, non insatiabilis, porque mi memoria permanece intacta. A tantos, que jamás tontos con genio. O criaturas envilecidas a causa de las efímeras y febriles querellas políticas que promueve la Bellua [sempiterna] que todo contamina y corrompe. Nuestra naturaleza y septentrionales intereses son de la inteligencia asunto: siempre, sin ambages, defenderemos la Ama Uta (7) en esta agitada Iberoamérica que disfrutamos y a veces padecemos.
NOTAS
(1) Una vez, en Caracas, me topé con Luis Alberto Crespo en X lugar y le presenté a un novísimo poeta barquisimetano [Yépes Azparren] que lo leía con fervor y anhelaba conocerlo. Con fachuda actitud, dejó perplejo a su admirador diciéndole que estaba ocupadísimo: que él «defecaba y orinaba y no tenía tiempo que perder conversando con el poetariado». A mí, su dilecto amigo, «Camaleón» Hernández D´Jesús [me pregunto si todavía recordará que el distinguido tovareño Simón Alberto Consalvi lo ayudó fraternamente cuando se residenció en Caracas] una vez me espetó por escribir «cuentos de horror» y [acto fallido] predijo que yo no nunca hallaría un editor para mis creaciones. Que debía ser menos «heavy metal», para decirlo en inglés. Carlos Contramaestre, de quien yo era asistente en la Universidad de los Andes, me animó desestimando el enfado del «Catire» con mis originales que le había entregado para las ediciones de El Techo de la Ballena.
(2) Asesoró a D. Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Luis Herrera Campíns [a quien me presentó el día que inauguró la Casa «Rómulo Gallegos», y cuya prodigiosa memoria me impresionó] Cuando fue director del Instituto de «Investigaciones Literarias» de la ULA, el poeta y profesor Jesús Serra elevó ante el Consejo de Facultad la moción que se otorgase el Doctorado Honoris Causa a Liscano y le fue concedido: lo cual corrigió lamentables y pasados errores del claustro universitario. Feliz, en pasillos del Vicerrectorado Académico y frente al Paraninfo, Juan me dijo que cumplió la promesa que le hiciera a su longeva y amedrentadora madre [Doña Velutini] de recibirse «Doctor» [en su juventud, cursó estudios de Leyes que no culminó para irse vivir a Europa durante varios años, donde se dedicaría al estudio, escritura e investigación literaria]. A Carlos Rangel, virtuoso del «pensamiento anticomunista», autor de los internacionalmente difundidos y traducidos libros Del buen salvaje al buen revolucionario y El tercermundismo, nunca lo invitarían a dictar charlas en las instituciones autónomas para la Educación Superior de Venezuela.
(3) Fueron, dura y vergonzosamente, injuriados por la mayoría de profesores de la Escuela de Letras de la Universidad de Los Andes. Acusándolos de «reaccionarios» y «contrarrevolucionarios»: de intelectuales propensos al «militarismo», que tanto daño hizo y hace en Latinoamérica [ahora con camuflaje de «humanista»] A Borges le rechazaron concederle el Doctorado «Honoris Causa», a Paz no querían verlo ni en retratos y a Cela no le permitieron disertar en la sede de la Facultad de Humanidades y Educación.
(4) Cadáver de una abominable ideología que debe su «exhumación» a ingenuos e innumerables profesores universitarios: que, en el curso del siglo XX, celebraban, en tertulias de claustros, cafeterías y bares, las tesis de Karl Marx falso. Tardíamente, han comprendido que nada tuvo ni tiene de «revolucionario» el estilo de gobierno «comunista o socialista-militarista», «cívico-militar» o como quieran maquillar al despotismo en Venezuela: con sucursales o franquicias conexas y aliadas en el «Arte Predador del Procerimpreso Imperial Norteamericano» que tan ávidamente acumulan en sus alforjas.
(5) D. Otero Silva lo permitió democrática y equitativamente: en las «Páginas de Opinión», en la «Página Editorial» y en el Papel Literario del diario El Nacional de Caracas escritores de todas las «adhesiones» o «disidencias» tuvimos la oportunidad de discernir sin previa censura. Igual lo harían quienes le sucedieron en el cargo de Director: Ramón J. Velásquez y José Ramón Medina. Tradición que mantiene Miguel Henrique Otero: conforme a lo constitucionalmente descripto, empero hostigado por el actual y totalitarista gobierno nacional.
(6) En una de las frecuentes conferencias que dictaba en Mérida, vi y escuché a mi respetable amigo José Balza subestimar la prosa galleguiana. Pero, igual escuché a otros desestimar la formidable e inteligente escritura suya. Todos somos pecadores. En intervenciones públicas, he confesado que durante mi pubertad leía a Marcial La Fuente Estefanía: quien sació mi sed por lecturas nada «asépticas» u «odoríficas». Tanto me satisfaría como Camus, Sartre, Dostoievski, Kafka[…] y los filósofos.
(7) «Casa del Conocimiento», en Lengua Inca.