OPINIÓN

Acción Colectiva / Aktion Kolectiva

por Carlos Paolillo Carlos Paolillo

The rainbow dance. Foto Miguel Gracia

Mediaba la década de los ochenta del siglo pasado cuando surgió un proyecto escénico inédito llamado a sorprender. Hace 35 años Acción Colectiva reunió a Carlos Orta, el bailarín y coreógrafo venezolano de reconocida carrera internacional y a la intérprete británica Julie Barnsley, recién establecida en Venezuela.

Acción Colectiva representó un factor de ampliación y desarrollo conceptual y estético de la danza contemporánea venezolana. Fue una alianza en principio atractiva y potencialmente transformadora, aunque de corta duración.

Finalmente la iniciativa, ya solo en manos de Barnsley, tomó un carácter inédito: las reuniones eventuales de grupos de creadores de distintas nacionalidades, formaciones y visiones de la danza para trabajar en proyectos creativos concretos. No había en ese momento, tal y como lo aseguraba su directora, interés en conformar una agrupación de carácter formal. Importaba solo adelantar procesos de investigación y presentar escénicamente sus resultados, que fueron diversos y estimulantes. Diana Noya, David Zambrano, Luis Armando Castillo y Luis Viana, fueron algunos de los creadores que la acompañaron inicialmente en esta aventura.

En 1989 Acción Colectiva se convirtió en una compañía estable con un elenco permanente, trabajo diario y sistemático y temporadas recurrentes. El teatro físico fue la tendencia del movimiento -atribuida al creador inglés Lloyd Newson, director de la compañía DV8- abordada por el ensamble que logró su consolidación en el país, además de una importante proyección en el exterior.

Dentro del repertorio conformado por Acción Colectiva, cuatro obras de Julie Barnsley caracterizan la referida orientación conceptual y estética, poseedora de violenta carga expresiva vinculada con las relaciones de pareja y la conflictividad  en la vida individual y social, seguida por la agrupación en sus años iniciales: Pasodoble, The Rainbow Dance, Cuts, Rope y Moonlight and roses.

Moonlight and roses. Foto Miguel Gracia

El crítico cinematográfico David Suárez, seguidor entusiasta de los procesos de Acción Colectiva, se refirió a la interioridad del lenguaje emanado de los cuerpos sensibles de sus intérpretes:

“El sentido del discurso  deviene por la personificación. Los bailarines encuentran en sí mismos la experiencia de los otros. Sus cuerpos son instrumentos de una escritura emocional que libera una energía capaz de adquirir forma poética y reveladora de la vida interior”.

La década de los años noventa traería la proyección internacional de algunas de las más reconocidas agrupaciones vanguardistas de la danza venezolana, que ofrecían una visión alternativa ajustada a los tiempos que corrían en los centros mundiales de la experimentación y la investigación del movimiento. América Latina, Norteamérica y Europa fueron entusiastas receptores de una novísima danza nacional.

Acción Colectiva en sus actuaciones en el teatro La Mama de Nueva York, recibió juicios críticos entusiastas. Jennifer Dunning en The New York Times señaló: “Su danza es una especie de comentario intenso sobre la sexualidad y sus roles, sensual y comprometida».

Una nueva etapa iniciaría Julie Barnsley con Acción Colectiva durante esta década, al lado de los directores teatrales Armando Holzer y Francisco Salazar, caracterizada por la indagación de códigos escénicos oscuros y extremos: Cenizas rosas, Rosas rojas, urinarios rosas, Huis Clos, Bakxai, Delicada decapitación y La rosa mutilada.

Delicada decapitación. Foto Goar Sánchez

La Acción Colectiva de inicios del siglo XXI modificó su nombre por el de Aktion Kolectiva. Tres proyectos creativos caracterizan este tiempo donde el rol social de la mujer, así como la violencia institucionalizada, se vinculan con renovados intereses plásticos y audiovisuales: Shakti en ascensión o Rainbow revisited, Apré Petipa y El vuelo.

También resultó un período en los que Barnsley profundizó en sus búsquedas reflexivas sobre lo corporal, concretadas en su libro El cuerpo como territorio de la rebeldía (2006), convertido ya en un referente teórico para la danza venezolana y latinoamericana. El pensamiento crítico sobre lo corporal de Julie Barnsley puede encontrar su síntesis en esta cita:

“Nuestro cuerpo es materia viva, contenedor de las marcas y de las vibraciones de la memoria y de las vivencias individuales y colectivas. Moviendo el cuerpo removemos y conectamos con las huellas y las vibraciones del pasado y del presente, conectamos con energías y sensaciones ocultas en los cuerpos, con lo que es indecible verbalmente”.