El jueves fui invitada con otros periodistas a visitar el casco colonial de Petare. Una caminata deliciosa, con historias muy bien contadas, un guía maravilloso y un grupo muy divertido, con la excelente disposición de pasarla bien. Casi todo fluyó perfecto, incluyendo el aguacero final que se desató cuando ya estábamos en el autobús que nos traería de regreso al lugar de reunión. Y digo “casi”, ya les contaré por qué.
Visitamos la plaza Sucre, es una de las poquisimas localidades en Venezuela donde la plaza principal no es la plaza Bolívar; la iglesia del Dulce Nombre de Jesús (que es el nombre completo de Petare), donde pudimos admirar dos cuadros del gran Tito Salas y los bellos altares, tanto el mayor como los de las naves laterales. Caminamos por las calles empedradas, subimos por el llamado “Callejón Z”; admiramos las casas construidas una al lado de la otra, algunas puertas artesonadas y las ventanas de madera y hierro forjado.
Vimos una mata de bledo (o pira, o amaranto) y nos enteramos de que el nombre “Caracas” era el que los indígenas le daban a esa planta, que crecía por todas partes. Entramos a la casona de la Fundación Bigott, una auténtica joya de la arquitectura estilo colonial y apreciamos su acervo de conservación y difusión de la cultura popular.
Subimos a ver la preciosa capilla de El Calvario, la callecita de los paraguas (sí, Petare también tiene su calle con paraguas), los faroles, las estrechas callecitas. Llegamos al Museo Bárbaro Rivas donde fuimos recibidos por su directora, Carmen Sofía Leoni. Allí disfrutamos de dos nuevas exposiciones y de la colección permanente. Terminamos el periplo comiendo “golfiaos” en “Petare entre tiempos” de Fran Suárez, los golfeados originales y sobre todo, exquisitos.
Dije empezando este artículo que casi todo fue perfecto. “Casi”, porque cuando entramos al Teatro César Rengifo, regentado por la Fundación José Ángel Lamas, quedé en shock cuando me vi literalmente rodeada de fotografías de José Vicente Rangel Vale, de todos los tamaños, unas en colores, otras en blanco y negro, vestido formalmente, otras con sus icónicos suéteres, de todas las edades de su vida pública, que fue bien larga… No solo estaban dispuestas en el lobby de entrada al teatro, dentro de la sala había también fotos. Pero de César Rengifo, no había ni una. Me quejé. Me explicaron que había habido un acto en memoria de José Vicente la semana anterior y que “las habían dejado ahí”. ¿Hasta cuándo?, me pregunto. Nadie sabe… es el padre del alcalde.
Me quejo de que con tanta precariedad que hay -sobre todo en Petare- se gaste un dineral en hacerle un “homenaje” a José Vicente Rangel Vale, un individuo polémico, temido por muchos, admirado por algunos, rechazado por la mayoría. Ahí mismo, a unas cuadras de distancia apenas, está el Hospital Pérez de León donde esa inversión hubiera sido de ayuda para varias personas…
Cuando ya estaba en la calle, un periodista amigo me comentó que “alguien” dentro del teatro estaba preguntando quién era yo. Me devolví y les dije a quienes estaban: “Me llamo Carolina Jaimes Branger y sí, me estoy quejando de que estas fotos se encuentren aquí”.
Por este medio me sigo quejando. No hay derecho ni razón. Si esto no es abuso de autoridad… ¿qué lo es? El lema de la Fundación Lamas es “(somos) El espacio que da cabida a todos los que deseen experimentar con la cultura”. Me perdonan: una catajarria de fotos de José Vicente Rangel Vale no tiene absolutamente nada que ver con la cultura ni sirven para “experimentar con la cultura”. A menos que las usen como soportes de base para pintar cosas encima y queden totalmente tapadas. Ahí les dejo una buena idea de qué hacer con ellas…
@cjaimesb