Lula da Silva, el presidente de Brasil, insiste en tratar de lavar las manos chorreantes, las caras captadoras de sus crímenes de los dictadores latinoamericanos, dirigidos desde la ínfima isla de Cuba. Quiere que perdamos la visión y dejemos de escuchar los alaridos que se producen especial, pero no únicamente, en la propia isla, en Nicaragua, en Venezuela.
Países donde la Constitución Nacional es acaso un libro histórico de consulta risible, donde se atropella de continuo a quienes protestan en las calles exigiendo sus derechos, donde elegir se ha vuelto imposible; donde los acuerdos internacionales, al igual que los derechos humanos o laborales no existen de manera funcional. Eso que en algunas naciones se conoce bien como Estado de Derecho, en estos países no existe sino en una representación literaria.
En estos días los excesos en el abuso de poder se han solazado en Venezuela. Basado en una retórica bufa que se fundamenta en las sanciones y la «guerra económica», el régimen del terror insiste en los atropellos a los derechos laborales: ha bajado los sueldos, ha eliminado la protección social, ha vuelto bonos los pagos para desentenderse de los demás compromisos, ha desconocido las convenciones colectivas, confisca por más de año y medio el dinero de sindicatos y gremios, mata de hambre o de mengua a los trabajadores, a la ciudadanía en general; en fin, ha hecho de la esclavitud moderna y de la explotación laboral su política hacia el trabajo. Mientras, campea a diestra y siniestra la más flagrante corrupción habida en nuestra nación, desde que lo es.
Pero, como ocurre más recientemente en Sidor, pero no solo allí, a quien osa protestar le esperan las mazmorras, la persecución suya o de su familia. También como mensaje al resto de la población, sometida permanentemente a la conculcación de todos sus más elementales derechos humanos. Quien manifieste, quien opine, se atiene a las múltiples consecuencias. Esto, con la censura, el bloqueo o los cierres, lo sufren los medios de comunicación y sus hacedores, diariamente. La represión, la detención arbitraria, son la respuesta al derecho a manifestar, tanto como la muerte es la respuesta al derecho a la vida. Nada les importa aparentemente la Corte Penal Internacional y su establecimiento con oficina en el país, o los posibles juicios en La Haya. Nada les importa nada a los mandones, a los matones podríamos decir.
Esta semana «renunció» el Consejo Nacional Electoral. Antes de que lo anunciaran algunos de sus rectores, lo conocimos desde la Asamblea Nacional del régimen. Como una orden emitida desde allí para que procedieran en consecuencia a hacer pública su renuncia. La ciudadanía recibe también con esto claro mensaje. A pocos meses de una elección primaria organizada por la oposición. Elección para la cual la propia oposición intentó procurar el apoyo técnico de ese CNE. Es conocido que el régimen del terror no quiere primaria ni secundaria. Al menos no libre. Nada que expela algún olor a democracia u opinión. Por allí alguno de sus voceros principales emite sonidos guturales de los cuales se deduce que ellos eligen a los candidatos de su oposición: este sí, este no. Será este. También han dicho que no va la primaria. Que adelantarán las elecciones. Creando más sensación de imposibilidad democrática en la lacerada población.
Dicen también que no se van por las buenas, que no se van por las malas. Se irán. El abuso del poder tiene sus límites también. El tiempo mata, y no solo él, hasta las mayores plagas. Es sabido. Pero no será el tiempo sino la ciudadanía democrática la que ponga fin al desmedido abuso del poder mal concebido. También los tribunales los esperan. No aquí. Por abuso. Por no poder… evitarlo.
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