Las antinomias se forman, según Kant, de dos proposiciones argumentativas racionales recíprocamente contradictorias que carecen de toda posible resolución, por lo menos, dentro del estricto y riguroso esquema propio de la lógica de las formas simbólicas y proposicionales, y muy a pesar de la metafísica aristotélica, aunque sobre sus hombros, como consecuencia del uso y abuso -dado su indiscutible peso histórico-cultural- establecido por la autoridad de la tradición escolástica y moderna. El gran mérito de Kant fue reunirla, estructurarla y llevarla a la cima del pensamiento, hasta devenir código e instrumento de la cotidianidad. Dice el autor de la Crítica de la Razón Pura que cuando la razón rebasa toda experiencia posible, queda atrapada en la formulación de sus propias antinomias, esto es, en perspectivas o puntos de vista que por el hecho de ser racionales no dejan de ser contradictorios. Y son ellas las que hacen irresolubles los mismos objetos de la metafísica, a saber: Mundo, Alma y Dios. De la demostración racional de la afirmación o negación de su existencia, surgen las llamadas por Kant Tesis y Antítesis, de las cuales, poco después, Fichte –y en ningún caso Hegel– postulará la necesidad de la Síntesis, a partir de la unidad originaria del Yo, constitutiva de la razón práctica.
Paradojas, las llaman los filósofos de la ciencia. El caso de la “parajoja del mentiroso” es emblemática: la oración “Esta oración es falsa”, dado el principio del “tercero excluido”, es, por un lado, verdadera y, por el otro, falsa. Si es verdadera, lo que dice la oración es falso. Pero la oración afirma que ella misma es falsa, por lo cual no es verdadera. Ahora, si la oración es falsa, lo que afirma debe ser falso, pero esto implica que es falso que ella misma sea falsa, lo cual la hace verdadera, contradiciendo la afirmación anterior. En fin, no es posible asignarle a esta paradoja un “valor de verdad” absoluta.
El caso es que de antinomias parece estar plagada la margarita del “me quiere o no me quiere” del amplio espectro del arcoiris de los sectores que se enfrentan (Gegen), de un modo o de otro, al gansterato que usurpa el poder en Venezuela. “Oposición”, se autodenominan. Como si las palabras carecieran de contenido. Como si se pudiese establecer una relación de oposición –de correlatividad– entre términos no solo distintos sino recíprocamente incompatibles. Opuestos son “derecha e izquierda”, “arriba y abajo”, “padre e hijo”. Y son llamados términos opuestos correlativos porque no existe posibilidad de la existencia del uno sin la del otro. Entre ellos no puede no haber complementariedad. Ahora, ¿es posible que “criminal” o “gánster” sea el término opuesto correlativo al de los sectores políticos que aspiran a establecer un régimen político democrático? ¿Existirá correlatividad entre un narcotraficante y un dirigente político? ¿Se podrá llamar “izquierda” a un cartel criminal y autoconcebirse como la “derecha” política que se le opone? ¿Se puede afirmar que toda la autodenominada “oposición” política venezolana es de “derecha”?
Como podrá observarse, la confusión es grande. Y la presuposición de “conceptos” pareciera hallarse sobresaturada. La palabra “claro”, por cierto, se ha convertido en la muletilla predilecta de una dirigencia política que, cual Selección Vinotinto, sube y baja la cancha una y otra vez en busca del anhelado “gol de la dignidad”, frente a la apabullante goleada de un grupo de malhechores que, mientras saquea lo que queda de país, finge jugar con ellos, los atracan, los golpean, les sacan toda clase de “tarjetas” y los expulsan de la cancha (los meten presos), los amenazan con sus pistolas y metralletas, los apuñalan y los asesinan. “Estamos muy claros”, afirma con el mayor convencimiento, y bajo la forma del estribillo, la cada vez más inasible dirigencia “opositora”, que no logra percatarse de que “el partido” que se imagina estar “jugando” se convirtió, hace ya mucho tiempo, en un juego de policías y ladrones, pero invertido.
En un reciente artículo de opinión, María Corina Machado advertía enfáticamente que “un gobierno de transición con parte de las mafias no es una fórmula para sacar a los criminales del poder, sino para redistribuir el poder entre los criminales”. Es esta una advertencia de cuidado, porque, a menos de que falle la consistencia lógica de la antinomia, la única forma de ser efectivamente el término opuesto del gansterato es formando parte –así sea en plano negativo– de la gansterilidad. O para decirlo en buen criollo, quien anda con lobos. no maúlla precisamente: aprende a aullar. No han faltado en los últimos días los argumentos –y cabe advertir que el uso indiscriminado del término “narrativa” ya apesta– en defensa de la participación en los comicios para gobernaciones y alcaldías convocadas por el régimen: “no se pueden abandonar los espacios”, se afirma. “Hay que recuperar la institucionalidad”. “Los demócratas tienen que defender el voto votando”, etc. En el fondo, la premisa mayor encierra una acusación más o menos directa contra el llamado abstencionismo. Solo que, paradójicamente, se puede también afirmar lo contrario: “El voto no se defiende votando según las normas establecidas por el gansterato, sino exigiendo reglas efectivamente democráticas”. Como ha afirmado Andrés Velázquez: “Después de 22 años de trampas, de horror, destrucción total, miseria y dictadura, no estamos para cuentos infantiles. Pelear por condiciones electorales libres, justas, transparentes y verificables no es un capricho ni es abstencionismo, es lo que nos corresponde hacer a los demócratas”.
La antinomia pareciera traspasar el discurso de quienes ejercen la política propiamente dicha en contra (Gegen) de la no-política, es decir, de esa representación de cualquier otra cosa posible menos que de la política. Y no pocas veces, en nombre de la inteligencia, pareciera haber llegado el momento de poner más atención a la actividad de pensar lo que se hace y de decir lo que se piensa que a la repetición de frases huecas y sin contexto, tan afanosamente recomendadas por los llamados “técnicos”, “expertos” y “especialistas” –fieles representantes de la paradoja del mentiroso–, quienes parecen haber perdido la brújula por el camino de las abstracciones o -habrá que sospecharlo- de sus propios intereses. Detrás del abstencionismo parece hallarse la respuesta a la participación. Detrás de la participación parece hallarse la respuesta al abstencionismo. Lo otro no es solo lo otro. Es, en sustancia, lo sí mismo. No es la esperanza sino la desesperanza lo que logra concretar los anhelos de la esperanza. Fichte –maestro de la negatividad– sigue siendo un valioso pensador para poder comprender la dureza del desgarramiento del presente.
@jrherreraucv