La abrumadora mayoría de los venezolanos quiere un cambio efectivo, que supere la catástrofe humanitaria y que restituya una convivencia con justicia y seguridad. Nada de ello es posible con la hegemonía despótica y depredadora que aún impera.
Luego, es un deber, no solo un derecho, abrir caminos hacia una nueva etapa sin esa seudodemocracia criminal. No se le puede seguir haciendo el juego a tan habilidosa estafa.
Y no debemos ser tibios a la hora de calificar su carácter totalitario. Las analogías con las dictaduras totalitarias del siglo XX no ayudan sino confunden.
Esta hegemonía representa un tipo distinto de régimen totalitario. En apariencia menos craso, pero en esencia dispuesto a todo para conservar el poder. Un país sin derechos humanos por causa del poder establecido, en pleno siglo XXI, es un país sojuzgado por un totalitarismo que desborda las categorías tradicionales.
¿Es posible cambiar las cosas sin la movilización popular? No parece. Y se trata de un tema que está en el centro mismo de la Constitución, que exige se defienda la democracia.
Toca abrir caminos con la Constitución y con la esperanza de cambio del pueblo venezolano.