OPINIÓN

Aborregarse

por Jesús Peñalver Jesús Peñalver

Ningún hombre

puede ser dueño de otro.

Epicteto.

 

En su acepción primera que nos trae el Diccionario de la Lengua Española (DLE), encontramos que aborregar se trata de un verbo transitivo, pronominal: (aborregarse) Volverse vulgar [una persona] y quedarse sin ideas, opiniones o iniciativas propias.

Pues eso quiere aquel que se halla aposentado en Miraflores: aborregarnos. De consuno con sus seguidores, fieles a sus consignas y arrebatos delirantes, llevarnos a las urnas electorales a troche y moche, con componendas y trapisondas que han sido señaladas hasta la saciedad.

Pero nunca será suficiente. Insistimos en que no debemos hacer silencio en esta hora aciaga que vive Venezuela, no solo azotada por una peste que al día de hoy, cuando pergeño estas ideas, ya lleva en el poder 21 años, 6 meses y 16 días, sino afectada, además, por el llamado coronavirus (covid-19) en condiciones verdaderamente infrahumanas, sin atención médica adecuada, con evidentes signos de improvisación en el gobierno, el miedo de los enfermos a ser confinados en lugares apartados a la buena de Dios, y algo que ha quedado suficientemente claro, la falta de protección para el personal de salud.

Empeñarse en unas elecciones parlamentarias, pretendiendo aborregar a un electorado inexistente, en un proceso electoral no solo viciado de nulidad por donde se le mire, sino en medio de una crisis sanitaria de suyo peligrosísima, resulta un acto inaceptable que debe ser rechazado por el país entero que vive y sufre los embates de la actual realidad.

Torpeza y terquedad criminales, digo yo, que no quiero que se me aborregue y creo que en esto me acompaña la Venezuela decente que añora un país mejor, con condiciones de existencia un  poco más humanas, y no este desastre que nos mantiene en permanente zozobra.

Basta ver las estadísticas de las ONG que se han atrevido a informar sobre la dolorosa situación que vivimos. Dudo que haya un venezolano que no conozca de padecimiento y hasta de muerte por causa del llamado covid-19.

No nos volvamos vulgares ni nos quedemos sin ideas, opiniones o iniciativas propias. Es decir, no nos aborreguemos ni dejemos que nadie, por mucho poder que diga ostentar, nos aborregue. No tengo la fórmula mágica ni la pócima para la felicidad infinita, pero creo que si actuamos como personas civilizadas, comprometidas con el futuro inmediato del país, no solo alguna luz podríamos ver al final del túnel, sino tal vez también alcanzarla en buena hora.

La acción de amparo conjunto con recurso de nulidad del acto administrativo que convocó a elecciones para diciembre de este año, ha sido un ejemplo palpable, evidente y de fácil comprobación de que las cosas sí se pueden hacer con unidad de criterios, aún en la diversidad del pensamiento. Y a las voces agoreras, las aves de mal agüero que nunca faltan, les reitero que la peor gestión es la que no se hace, el silencio no es opción.

Aunque sea para registro histórico, un grupo de venezolanos ha cumplido con su deber. Y otro tanto, por redes sociales, los acompañó con su firma en señal de aprobación de lo bien que han actuado.

Es hora de que el TSJ se pronuncie sobre una realidad inocultable: o ampara a los ciudadanos en sus derechos o avala la celebración de una chapuza electoral que solo servirá para ofrecer curules como canonjías a los seguidores del ch… abismo.

Insisto: sin unidad, ni a la esquina. Confío en que se esté apagando la vela en su cabecera. Mi país no merece seguir viviendo esta tragedia, esta desgracia, mala hora que al parecer, hace feliz a los responsables de la peste que la propicia y a su hatajo de cómplices conmilitones aplaudiendo. ¡Criminales!

El silencio no es opción, escribe, exprésate, que las palabras se hicieron para decirlas y ellas no se atreverán a crucificarte. No llevan la valentía para eso ni la cobardía tampoco de correr. La tortura lesiona el cuerpo, la censura lastima el alma. No te censures, no te condenes.

Ver las injusticias y no tratar de corregirlas, por miedo o indiferencia radical, es también un pecado, un error, aun un crimen de omisión, que puede ser tan grave como el de comisión.

Quiero poner aquí un caso que nos puede indicar lo mucho que se puede conseguir cuando las opiniones se unen:

Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes quisieron controlar las escuelas de Holanda. En ese país, las escuelas primarias estaban controladas por comités comunales. Como las fuerzas de ocupación podían poner un soldado en cada escuela, dieron un bando en el que se decía, que ningún profesor podía ser nombrado sin el consentimiento de la Kommamdantur (comandancia del ejército alemán).

Quince días más tarde moría un profesor. El comité del pueblo, sin consultar con las autoridades alemanas, nombró un nuevo profesor. Aunque alguno de los del comité objetó que se debería pedir permiso a los alemanes, todos los del Comité dijeron: “Nosotros tenemos nuestra decisión y no pediremos nada a la Kommamdantur”.

A los quince días se presentaron los soldados alemanes, rodearon la escuela, fueron a buscar a los miembros del Comité y pusieron a estos a lo largo de un muro para fusilarlos.

El oficial alemán se plantó en medio de ellos y les dijo:

“¿Es cierto que fue nombrado un profesor en esta escuela?”

Todos respondieron: Sí.

Si yo os meto a la cárcel -preguntó el oficial alemán- ¿también estaréis de acuerdo todos?

SÍ, respondieron todos.

El oficial alemán montó en cólera. Dio órdenes a los soldados para que colocaran a los hombres en situación de ser fusilados y dijo:

Y si yo os fusilo a todos, ¿estaréis de acuerdo también en la decisión?

(Silencio).

Los hombres que estaban frente a los soldados para ser fusilados, respondieron uno detrás del otro:

SÍ, SÍ, SÍ, SÍ…

(Silencio).

El oficial alemán dio órdenes a sus soldados de que bajaran sus armas. Reunió toda su compañía y partió sin haber hecho nada.

El hecho nos demuestra –eso creo- que la unión hace la fuerza. Hoy Venezuela la necesita como un compromiso ineludible e impostergable, ante la pesadilla que nos perjudica y destruye en su terco afán por eternizarse en el poder. Resulta conveniente sortear y superar los obstáculos que suponen las diferencias políticas, las visiones disimiles de la crisis que nos acogota, y por qué no decirlo, las aspiraciones presidenciales que son evidentes en el ánimo de muchos líderes.

Bien vale la pena esperanzarse por Venezuela; unir esfuerzos por una salida a la desgracia que desde hace mucho tiempo nos perturba, nos enferma y nos mata. Vivir en una perenne tristeza y desasosiego no es vida. Merecemos un mejor país, y eso solo podemos lograrlo nosotros, porque está más que demostrado que la peste chavista nos niega esa posibilidad.

He dejado para el final de esta nota, la segunda acepción del verbo que la titula: 2. (aborregarse) Cubrirse [el cielo] de pequeñas nubes blancas como si fueran vellones de lana.

Ojalá pueda deciros siempre: no estén tristes ni se sientan con un ala de menos que el cielo no está gris ni rápido.