Abimael Guzmán falleció el pasado sábado 11 de septiembre, a la edad de 86 años, tras pasar 3 décadas en prisión, dada su condición de líder y fundador del grupo armado Partido Comunista del Perú – Sendero Luminoso (PCP-SL), responsable de más de 35.000 muertes oficiales, de acuerdo con la Comisión de la Verdad y la Reconciliación.
Nacido en Arequipa, en 1934, estudió Derecho y Filosofía en la Universidad Nacional de San Agustín, en donde conoció por primera vez la obra del pensador marxista José Carlos Mariátegui y, en concreto, su obra magistral sobre los Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana. Empero, su figura experimentó un mayor protagonismo cuando, en 1962, llegó a la ciudad de Ayacucho para asumir una cátedra como profesor de Filosofía de la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Es allí donde rápidamente se convierte en el referente del Partido Comunista del Perú – Bandera Roja (escisión prochina del PCP, desde 1964) y además en un reconocido líder universitario, gracias al respaldo del entonces rector, Efraín Morote Best.
El Ayacucho que encuentra Guzmán se caracteriza por una profunda agitación social, soliviantada por los reclamos en favor del derecho a la educación pública y la reapertura de la universidad. Morote Best contribuye a politizar la universidad y con el apoyo del Frente Estudiantil Revolucionario el pensamiento político de la UNSCH se tiñe de rojo monocolor. Así, el maoísmo —casi una excepcionalidad entre las guerrillas latinoamericanas— se erige como uno de los planteamientos que mejor se adapta a las tensiones, contradicciones y carencias que presenta Ayacucho y, a tal efecto, la universidad y los centros educativos fungen como vanguardia del pensamiento revolucionario maoísta.
Abimael Guzmán, desde el grupúsculo de Facción Roja evoca la necesidad de una violencia claramente ideologizada, inicialmente constreñida a las luchas educativas, pero que rápidamente guarda como objetivo el colapso del Estado. Ayacucho es el punto de partida desde el que promover una ruptura revolucionaria que supere los aspectos que Guzmán entiende que son la base de todos los males del Perú: la dominación feudal y la impronta imperialista.
Al respecto, el país andino debía emular la experiencia de China —adonde viaja en dos ocasiones, en 1965 y 1967—, interiorizando el sentido de una guerra popular prolongada y adaptando el pensamiento de Mariátegui —o mejor dicho, desdibujando y manipulando el mismo— a partir de la sumisión de los aportes marxistas en favor de un proyecto radical y completamente violento.
Lo cierto es que desde 1969-1970 se asientan definitivamente las bases propias de lo que es Sendero Luminoso. El conocido como “Camarada Gonzalo” construye paulatinamente una suerte de culto mesiánico a su persona, cuyo fundamento ideológico, hasta 1983, pasa por elaborar un corpus teórico que integre, primero, marxismo, leninismo y maoísmo; y después, su aportación propia. Esto es, se trata de elevar el “Pensamiento Gonzalo” a teoría primaria del marxismo —sin rastro alguno de Mariátegui— de modo que Guzmán se percibe a sí mismo como la cuarta espada del comunismo, a la misma altura que Marx, Lenin y Mao Tes-Tung.
Desde el 17 de mayo de 1980, que se produce la primera acción armada de Sendero Luminoso, Guzmán tiene plena convicción de que el proceso violento y revolucionario debe ir del campo a la ciudad; o lo que es igual, de la periferia hacia el centro. Ha de partir de la serranía sur central andina, y en concreto de Ayacucho, y afianzarse en las provincias de Apurímac y Huancavelica antes de llegar a Lima. Esto, porque en la serranía de los Andes era el lugar idóneo desde el que orientar un espíritu de odio con respecto a un orden establecido cuya superación justificaba todo atisbo de sacrificio y confrontación.
La utopía del futuro fue interiorizada como el motor de la revolución, de manera que devenía urgente exhibir el caudal de violencia en los enclaves de donde partía el proyecto senderista. La idea de “batir y remover el campo” (en la terminología senderista) no responde a otro propósito que el de expulsar a todas las autoridades estatales y evitar cualquier tipo de presencia en los lugares olvidados por la historia peruana de los que surge Sendero Luminoso.
Esto, en todo caso, y en un plano claramente local, lo anterior se va materializando en los primeros años de la década de los ochenta, especialmente, entre 1982 y 1984, aunque acompañado con inconmensurables dosis de muertes, terror y violencia. Además, ha de mencionarse la respuesta errática de un Estado que desconocía al enemigo al que se enfrentaba, que incluso inicialmente lo infravaloraba —pues en términos de amenaza los ojos estaban puestos en Ecuador— y que terminó por impulsar una política de excesos contra la población civil que, igualmente, dejan al Estado como responsable de más de 25.000 muertes, la mayoría violentas, en la primera mitad de la década de los ochenta.
A lo anterior contribuyó, indudablemente, la estrategia dirigida por “Gonzalo”, quien anteponía el partido como vanguardia de cualquier estructura revolucionaria y entendía la necesidad de fundirse con la masa, de manera que para el Estado todo campesino quechua-hablante en Ayacucho era susceptible de ser considerado parte de Sendero Luminoso. Desde entonces, para mediados de la década de los ochenta, la confrontación con la fuerza pública peruana es absoluta y el país se convierte en uno de los enclaves más violentos del continente —junto a Colombia, Guatemala y El Salvador— además de exhibir el mayor registro de muertes violentas en el menor tiempo transcurrido.
Abimael Guzmán quiso acelerar las condiciones revolucionarias de la historia haciendo uso de una cuota de sangre trasnochada, que comenzó con acciones de agitación y propaganda y que rápidamente pasó a “ajusticiamientos selectivos” (haciendo uso de la jerga senderista) y acciones armadas de impronta terrorista contra el Estado peruano y la sociedad civil.
Desde mediados de los ochenta, el enclave de mayor activismo senderista sería, sobre todo, la ciudad de Lima. En el campo se acumulaban estratégicamente las fuerzas, pero Lima era el resorte idóneo desde el que dar voz al planteamiento senderista. La cuota de sangre (también un concepto netamente acuñado por Guzmán) nunca dejó de estar presente. La guerra y la muerte debían ser la preocupación más importante de la sociedad peruana y ello exigía disponer de todos los recursos que fuese necesarios para mantener ingentes dosis de violencia.
Así se elevó la tanatofilia a dogma de fe en Sendero Luminoso. El sello de compromiso con una revolución que solo dejó consigo muerte, destrucción y un fujimorismo que, desde 1990, supo capitalizar a la perfección la detención de “Gonzalo”. Su captura —de la que ayer se cumplían 29 años— marcaría el principio del fin de uno de los grupos armados más sanguinarios del siglo XX latinoamericano.
Empero, su muerte no permite pasar una página de la historia peruana que aún hoy alberga importantes carencias en cuanto a verdad, justicia, reparación y no repetición para con las víctimas —oficiales y también no reconocidas— de la violencia política transcurrida, sobre todo, entre 1980 y 1992. Ojalá Guzmán encuentre en su tumba la paz que le arrebató a los peruanos.
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Jerónimo Ríos Sierra es profesor de la Universidad Complutense de Madrid. Investigador de postdoctorado e investigador principal del proyecto «Discurso y expectativa sobre la paz territorial en Colombia». Doctor en Ciencia Política por la Univ. Complutense de Madrid.
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