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Abigaíl Lozano

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Considerado junto con José Antonio Maitín como los iniciadores de la escuela romántica en la lírica venezolana, Abigaíl Lozano es apenas conocido hoy por las nuevas generaciones. Nacido en Valencia en 1823, su infancia y adolescencia transcurren en Puerto Cabello, adonde se traslada su familia en búsqueda de mejores horizontes. No disponemos de detalles sobre su vida privada y familiar, aunque de algunas lecturas se infieren circunstancias adversas y desapacibles, las que drena con cantos de dolor.

Debió asistir a la escuela de primeras letras regentada por don Rafael Rojas; no tuvo mayor formación académica, por lo que se trata de un poeta de inspiración y genio que tempranamente vierte sus sentimientos, en versos de amor y heroísmo, llamando pronto la atención de quienes le escuchan. El entorno lo envuelve: el mar, el mangle, la vegetación de San Esteban lo seducen, entonces escribe: “Noches dulces, voluptuosas,/ Noches de Puerto Cabello,/ Traedme en vuestros terrales/ Mi séquito de recuerdos./ Traedme el canto lejano/ Del errante marinero,/ Tan fugaz, tan melodioso/ Como de una lira el eco./ Y yo volveré a mirarte,/ Dulce, inolvidable suelo,/ Por el fantástico prisma/ De la esperanza y los sueños”.

En la ciudad marinera traba amistad con Federico V. Maitín, hermano del poeta, quien escucha los balbuceos literarios de Abigaíl, alentándolo en el oficio del poeta que en opinión de aquél iba más allá del exclusivo arte de la versificación convirtiéndole, por el contrario, en una suerte de retratista de objetos con toda la hermosura que aquel encierra y oculta a los ojos del vulgo; y pintor de sentimientos bajo las formas del idealismo, con todos sus delirios, con todas sus perfecciones, ya arrebatado, terrible, sublime. F.V. Maitín encuentra en el joven poeta uno de cabeza e inspiración propia, brindándole su apoyo.

En El Venezolano, periódico capitalino de Antonio Leocadio Guzmán, del 14 de noviembre de 1843, una carta firmada con las iniciales R. M. S., dirigida al redactor de ese periódico, introduce a Lozano “quien sin colegio y aun careciendo de los indispensables libros donde estudiar, nos ha dado diversas composiciones como la que recomendamos a Ud.”. Se trataba del poema “El retrato de Bolívar”, sus primeros versos impresos. El remitente de la composición bien pudo ser Rafael María Sandrea, comerciante porteño y amigo de las artes en general. Se inicia Lozano en el ejercicio formal del oficio, al punto de que dos semanas más tarde publica su poema Ayes del corazón, esta vez solicitado por el mismo órgano periodístico que pronto lo emplea como su director literario, lo que le obliga a abandonar el puerto, de lo que deja constancia en “Mi adiós a Puerto Cabello”: Opreso el corazón, muda la lengua/ Abandono tu suelo pintoresco;/ Mendigo trovador solo te ofrezco/ Mi vago y melancólico cantar…”. El puerto, sin duda, fue testigo de sus tormentos: “Otro suelo me espera… Allá en las noches/ Tu nombre al reflejarse en mi memoria,/ Recordaré en mi mal la negra historia/ Que dormido en tus playas concebí”, para rematar no sin cierto reproche: “Otro suelo me espera… Si en mi canto/ Una queja se alzó sobre un gemido,/ Perdona, oh pueblo, al vate dolorido,/ Que acaso no quisiste comprender…”. 

Una nota biográfica ubica a Lozano como director literario de El Venezolano en 1841, labores que se extienden hasta 1843, cuando desaveniencias ideológicas con el viejo Guzmán lo obligan a separarse. Lo anterior, como ha sido visto, resulta incorrecto, lo cierto es que estará vinculado al periódico por algún tiempo más, embarcándose eso sí en nuevos proyectos que lo llevan a colaborar con las revistas literarias El Álbum y Las Flores de Pascua. A poco más de un año de llegar a Caracas, Abigaíl Lozano se había ganado el respeto del círculo intelectual y literario de la capital, que recibe favorablemente su primer libro titulado Tristezas del Alma (1845). Le seguirán Horas de martirio, Otras horas de martirio, Cantos de la patria (1858) y Colección de poesías originales (1864).

Pero se trata de un espíritu romántico, desenfrenado y furibundo –como lo describe el crítico Jesús Semprun– y por tanto aunque poeta en ejercicio no se resiste a cierta figuración política. Marcha a San Felipe, luego pasa a Barquisimeto en donde actúa como secretario de la Junta Provisoria de Gobierno que se instala allí por un grupo de revolucionarios, hasta que apresado por las fuerzas de José Gregorio Monagas logra que le sea cambiada la cárcel por confinamiento en su Valencia natal, hasta 1855. Publica, entonces, la revista literaria La Pasiflora del Lago que recibe buena crítica de Juan Vicente González. Al término de la dinastía monaguista, nuestro personaje figura en Yaracuy con el carácter de primer comandante, jefe de Estado Mayor de una brigada; luego ejerce funciones de secretario de la gobernación de Valencia, ocupando finalmente un cargo en la secretaría de Relaciones Exteriores. En 1860 es electo diputado por Yaracuy, partiendo al año siguiente a Saint Thomas designado cónsul del Perú en esa isla.

En 1866 fallece en Nueva York, en donde se desempeñaba como secretario privado del general mexicano Antonio López de Santa Anna. Sus restos reposaron en el Calvary Cemetery hasta que por gestiones de los hermanos Carlos y Augusto Brandt son exhumados y repatriados.

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@PepeSabatino

 

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