
Foto: EFE
El 18 de los corrientes Marco Rubio dijo que Estados Unidos abandonará sus esfuerzos por poner fin a la guerra en Ucrania si resulta imposible lograr avances significativos en los próximos días, en unas declaraciones que aumentan la presión sobre Kiev. “Si no es posible poner fin a la guerra en Ucrania, tenemos que pasar a otra cosa”, dijo a los periodistas un día después de reunirse con el presidente Emmanuel Macron. Añadió que el gobierno del presidente Donald Trump decidiría “en cuestión de días si es o no factible hacerlo en las próximas semanas”.
Dos días después el propio Trump declaró: “Si por alguna razón una de las dos partes lo pone muy difícil, simplemente diremos que son unos necios, unos tontos, unas personas horribles, y pasaremos de largo… Pero esperemos que no tengamos que hacerlo”.
Debemos recordar que sobre este tema se han suscitado diversas situaciones. Desde la declaración inverosímil de terminar el conflicto en 24 horas, el bochornoso encuentro con Zelenski en el Salón Oval, las acciones para apartar a Europa de las negociaciones, la promesa de un encuentro presidencial al más alto nivel, las poco productivas reuniones a dos bandas con Rusia y Ucrania en Arabia Saudita, las amenazas de Trump a Putin de endurecer las sanciones, el tenue y ventajoso acuerdo para Rusia de una tregua en los ataques a las instalaciones eléctricas y la libre navegación en el mar Negro, la sorprendente negativa de Estados Unidos en acompañar una declaración del G-7 sobre el doble ataque ruso con misiles balísticos contra la ciudad de Sumy, al noreste de Kiev con decenas de fallecidos y heridos, hasta las mencionadas afirmaciones del abandono de un posible plan de paz en dicho conflicto.
Todo ello nos puede llevar a diversas consideraciones en el complejo panorama político mundial dentro de los ajustes o reacomodos de las relaciones internacionales. Sin embargo, voy a considerar en este escrito el posible escenario que pudiera producir en la hegemonía relativa de Estados Unidos y su condición de actor predominante con intereses globales.
Cuando en 1945 Estados Unidos se convirtió en la potencia hegemónica del orden internacional, lo hizo bajo el potencial económico y militar superior al de cualquier otra potencia y tuvo la voluntad y la eficacia de comandar y mantener las reglas esenciales en el sistema internacional, así como el consenso para llevar a cabo sus metas. Esto se complementó con la condición de ser la única potencia con intereses globales hasta ahora con China a la zaga.
En un contexto que va más allá de las contradicciones, inconsistencias y controversiales decisiones del mandatario norteamericano, dentro de una confrontación interna e internacional, pudiera significar un punto de inflexión para la configuración del nuevo orden tantas veces anunciado.
En efecto, abandonar espacios vitales como Europa, el cierre de embajadas y consulados, el fin de la asistencia a través del USAID y anuncios de repliegues impensables privilegiando la confrontación a la cooperación, pudieran ser las líneas divisorias para crear tres poderes mundiales. Como escribí en un artículo anterior en este mismo diario: “En este torbellino de decisiones se vislumbra, con los cambios que nos asombran y con elementos que hacen pensar que el nuevo orden mundial estará conformado por tres imperios con Estados Unidos a la cabeza. Este orden no va a ser un mundo de reglas sino más bien del uso de la fuerza, las conquistas territoriales, la disuasión, mayor gasto en armamento, todo ello acompañado de una guerra arancelaria y monetaria y por supuesto, anulando toda la gobernanza global que conocimos desde 1945”.
Estamos asistiendo a cambios determinantes en el devenir de la humanidad que van a afectar a toda la comunidad internacional. Los ciudadanos del mundo deben estar preparados para defender los grandes logros que hasta ahora hemos obtenido como la democracia, los derechos humanos y las libertades fundamentales, pero esencialmente la preservación de los mecanismos que permitan resguardar la paz y seguridad internacional.
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