La nuestra es una nación encadenada. Una hegemonía despótica y depredadora a la que sólo le importa el continuismo, y que para ello no tiene escrúpulo alguno en imponer cadenas y en amenazar con otras.
Un fraude electoral colosal es una cadena a la voluntad popular, que se busca mantener por las malas y las peores.
El control arbitrario del poder es una cadena a la Constitución. Se le loa con desgastada retórica, pero la cadena anticonstitucional se refuerza.
La sumisión a gobiernos lejanos, sin empacho ni disimulo, es una cadena a la soberanía nacional. Y para más bochorno: en nombre de la lucha contra el imperialismo.
Esclavizar económica y socialmente a los venezolanos, como lo predijo y sustanció un socialista honrado, como Domingo Alberto Rangel, es una cadena bárbara que ha empobrecido a la abrumadora mayoría y ha enriquecido a las tribus de los mandoneros.
El desprecio y la represión de los derechos humanos son cadenas a la libertad, la justicia, la no discriminación. Son cadenas infamantes. Los presos, perseguidos y exiliados políticos lo confirman.
La crasa violencia del poder y el chantaje de más violencia, para intimidar al pueblo, son cadenas a la protesta cívica y a los derechos básicos de los venezolanos.
¡Abajo cadenas! Es una voz que se comparte y que tiene que resonar con la fuerza de la verdad.
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