Dice el compositor español Manuel Alejandro en su célebre canción, precisamente en la tremenda voz de su coterráneo Raphael:
“A veces llegan cartas con sabor amargo
con sabor a lágrimas
A veces llegan cartas con olor a espinas
que no son románticas.
Son cartas que te dicen que al estar tan lejos
todo es diferente,
son cartas que te hablan de que en la distancia
el amor se muere.
A veces llegan cartas que te hieren dentro
dentro de tu alma”
Algo de eso debe haber ocurrido –mutatis mutandis– con la carta que leyera Ricardo Barreto, obispo auxiliar de Caracas, del cardenal Pietro Parolín, secretario de Estado del Vaticano y ex nuncio apostólico en Caracas, en el marco de la 77ª Asamblea de empresarios venezolanos, agrupados en Fedecámaras, y las reacciones generadas en el régimen que manda en Venezuela.
Sin mencionar a agrupación política alguna, el cardenal instó a los venezolanos, que es decir la oposición política y democrática venezolana y quienes detentan el poder en el país, a estar dispuestos “a sentarse y a negociar de un modo serio sobre cuestiones concretas que den respuesta a las verdaderas necesidades de los venezolanos”.
El purpurado, a quien tuve como vecino en mi parroquia, el gusto de conocer y la oportunidad de despedir cuando terminó su gestión en Venezuela, ha sido enfático en su misiva, particularmente al referirse a la voluntad política –de bona fide, agregaría yo– que deben tener las partes a la hora de negociar. Cito: “Esta negociación requiere de la voluntad política por parte de los involucrados y que la sociedad civil sea también protagonista de la solución de la crisis actual de ese amado país”.
Considero de mucha importancia el contenido de la referida carta, en tanto en cuanto la investidura del remitente, la dolorosa hora que vive mi país, el proceloso momento que nos afecta a todos (pandemia por covid-19) incluida, y por el rol, además, que puede cumplir el empresariado venezolano reunido en Fedecámaras en favor de los más caros intereses del país. De allí que el exnuncio haya agradecido a la corporación de naturaleza privada, la invitación, afirmando: “Conozco su compromiso con el desarrollo económico y social del país”. Como también “los esfuerzos que están realizando en la promoción de una Venezuela más justa, democrática, productiva y emprendedora, en la que reine una verdadera justicia social”.
Las reacciones a la epístola cardenalicia no se hicieron esperar. Fueron de antología por su tono burlesco, irónico, nada amable. Tanto la señora Delcy Rodríguez, como su jefe inmediato, respondieron en su modo habitual, el recurrente y consabido para defender, a como dé lugar y a todo trance, su “revolución bonita”. No citaré más porque son del dominio público y constituyen lo que se conoce como un “hecho público, notorio y comunicacional”.
Quedó clarísimo, al menos para quien esto escribe, la arremetida feroz contra la Iglesia Católica y sus representantes, al punto de desconocer el origen y veracidad de la misiva en comentario. La presencia y mediación internacional, Vaticano incluido, indica la importancia que el concierto de las naciones ha dado a la necesidad de no desatender la barbarie que sufrimos hoy en Venezuela, quizá también, la constatación de que el régimen no tiene las mejores intenciones.
Aun así, veo con buenos ojos –nunca mejor dicho– este encuentro, y con cierta dosis de optimismo y con pies en el piso, habría que esperar resultados, porque es preciso no haber nacido en un país, padecer de un resentimiento muy arraigado o ser bien despreciable para odiar a su gente. Y quien hoy detenta el poder, y su séquito, solo eso han demostrado y hasta más, para nuestra desdicha.
Y en este punto insisto en mi confianza en cualquier esfuerzo de la unidad democrática del país, para salir de esta pesadilla coloreada de un rojo alarmante, en el entendido de que ello no me limita, ni me aliena ni me somete. Tampoco impide mi derecho a reprochar u objetar lo que crea conveniente apuntar por los canales regulares, así sea una rendija que pueda ser luego una ventana, y más allá la puerta que nos abra las enormes posibilidades de superar la oprobiosa crisis que padecemos.
El espacio sí me limita, y quisiera terminar citando a Aquiles Nazoa:
“En ese momento, de un cercano cocotero se desprende un enorme coco. Y habiendo abajo tantos nuevos ricos dignos de un buen coñ… cocazo, el contundente fruto va a caer directamente –oh justicia divina, dónde estás– en la cabeza de un inocente mesonero”. Yo creo que se salvaron los mesoneros.
No tengo fe en cámaras de “gas del bueno”, pero sí ofrezco mi civil, cívico y civilista voto de confianza en Fedecámaras, convencido como estoy de que nos corresponde a nosotros salvar a Venezuela, y ojalá nos ayude Dios Todopoderoso.