Ocho millones de venezolanos viven en el exilio. La gran rival de Maduro, la heroína empoderada de verdad que detesta la izquierda feminoide, María Corina Machado, fue inhabilitada como candidato. Otro héroe detestado por las mismas cuadras ideológicas, Leopoldo López, detenido, torturado, refugiado y finalmente desterrado en España.
Y cientos de moteros, comandos y pandilleros acosando, amenazando y agrediendo a los venezolanos sospechosos de querer el cambio. Entre ellos, aunque fuera simbólicamente, figuraban Zapatero, Monedero, Yolanda Díaz, Pablo Iglesias y por supuesto Pedro Sánchez, cómplices todos, unos por acción y otros por omisión, de que una dictadura cruel encuentre salidas blanqueadoras y una especie de legitimación derivada de la ausencia de una denuncia constante, oficial e infatigable de sus abusos por parte de estos demócratas a tiempo parcial que ven ultraderechas ficticias pero ignoran extremas izquierdas de carne y hueso inmortal.
Y pese a todo ello, la libertad ganó, tras una inteligente maniobra de la oposición para agruparse bajo un único nombre, acabando con la fragmentación cainita que tanto ayudó a medrar al sátrapa.
El fraude electoral no es discutible, el pucherazo es un hecho que le ha llevado a Brasil, Chile y hasta a Colombia a no asumir los resultados electorales, asustados por el éxodo masivo de venezolanos que se les viene encima, pero también por verse retratados junto a un dictadorzuelo al que solo respaldan Cuba, Irán o Turquía.
Maduro está intentando rematar un golpe de Estado anunciado con tiempo, bajo amenaza de un baño de sangre si no era aceptado, y la obligación de todo demócrata decente es oponerse a este atraco, defender a los venezolanos, demostrar que en el estanque mundial el tiburón Maduro es un vulgar chanquete porque siempre hay un pez mayor.
Todo esto debería haberlo encabezado España, antes y después de las elecciones, pero padecemos a un gobierno que se siente más cómodo con Chávez que con Milei, con Hamás que con Israel y con Cuba que con Estados Unidos.
Zapatero es un síntoma, amén de probablemente un negocio, pero el virus es la izquierda radical que encarna Sánchez, aliada en España con todos sus enemigos y fuera con todos los regímenes totalitarios agrupados en torno al siniestro clan de Puebla.
Si admitimos sin más esto, no solo abandonaremos a un país que en los ochenta era próspero y ahora es una ruina: también aceptaremos un peligroso precedente muy contagioso del que en España ya conocemos inquietantes indicios.
Aquí el Pequeño Nicolás Sánchez ya se ha cuidado de asaltar el Tribunal Constitucional, el CIS, RTVE, Correos o Indra. No hay que ser muy lince para adivinar cuál es el peligro que tenemos delante de nuestras narices.
Artículo publicado en el diario El Debate de España