El propósito de este artículo es llamar la atención sobre la significación política del asesinato de Carlos Lanz como prueba irrefutable de las guerras intestinas que se libran en las entrañas del chavismo. La historia presentada por el fiscal Tarek William Saab contiene, literalmente, ríos de contradicciones que serán el material de criminólogos y especialistas quienes nos ilustrarán sobre las inconsistencias de una investigación que no pasa de ser un acto burdo de piratería. Donde queremos enfocarnos hoy es en la valoración política de un evento que no puede pasar por debajo de la mesa o echarle tierrita, como pretende el régimen chavista.
Presentar a Mayi Cumare como la autora intelectual de este supuesto crimen pasional busca de entrada desvincular cualquier implicación política. Pero desde el principio este caso estuvo rodeado de sospechas que siempre apuntaban a una acción del régimen chavista. Solo el aparato militar-policial del régimen tendría la capacidad logística para “extraer” a Lanz de su vivienda, en un complejo militar de Aragua, sin dejar huellas y desaparecer su cuerpo como Tarek William Saab lo confirma hoy.
La extracción y desaparición de Carlos Lanz fue una operación impecable ejecutada con precisión y maestría donde no podía haber margen para el error. Pero ese fino cálculo tiene que estrellarse con la realidad y la versión burda fabricada por Tarek Wlliam Saab intentando presentarlo como un crimen pasional. A diferencia de la operación militar-policial perpetrada, la declaración del fiscal es torpe e inútil porque termina dejando más preguntas que respuestas. Y por supuesto el crimen contiene la firma indeleble del régimen, o sea, su marca de fábrica: la desaparición del cadáver y del cuerpo del delito. En su lugar el régimen muestra unas confesiones y declaraciones imputando a Mayi Cumare que nos recuerdan vívidamente al testigo estrella del otrora mafioso fiscal Isaías Rodríguez cuando se le encomendó “darle tratamiento” al caso del incómodo fiscal chavista Danilo Anderson.
En el chavismo y más específicamente dentro del Estado chavista se mueven corrientes internas, civiles y militares, que se han planteado sacar a Nicolás Maduro para salvar su revolución. Además, hay el deseo natural de buscar un relevo y movilidad en las estructuras sobre todo en las Fuerzas Armadas chavistas donde abundan los generales sin tropa y tienen que represar los ascensos para privilegiar a los incondicionales de Maduro. Los frecuentes contactos de Carlos Lanz con civiles y militares chavistas con quienes discutía sobre el rumbo de la revolución chavista lo convertían en persona de interés para cualquier investigación de contrainteligencia militar, sobre todo a juzgar por el fluido acceso que tenía al Alto Mando y la Academia Militar.
En la clientela chavista Carlos Lanz era indiscutiblemente apreciado y respetado como un ideólogo de la revolución, una suerte de oráculo viviente que podía descifrar las más sofisticadas estrategias del imperialismo norteamericano contra el socialismo chavista. Para estas masas ignorantes e incultas el régimen fabricó la campaña según la cual Lanz habría sido víctima de una operación dirigida por Estados Unidos. Los incautos, incluyendo su propia familia, se abrazaron a la versión oficial y curiosamente le otorgaron un cheque en blanco a las actuaciones del régimen y de Tarek William Saab. Así transcurrieron casi dos años suficientes para enfriar el caso y finalmente tratar de buscarle un final burdo como el que ahora nos presenta el fiscal.
En los mentideros chavistas cunde el pánico y se especula que Carlos Lanz pudo haber sido vinculado a una supuesta conspiración contra Nicolás Maduro y el régimen tomó la determinación de actuar sin dilaciones produciendo su neutralización física. La detención del general César Mejía Camacaro, quien era la mano derecha de Lanz, sugería desde un principio posibles vinculaciones con movimientos de tipo militar.
La versión oficial de este crimen presentada por Tarek William Saab solo puede ser respaldada por una investigación totalmente viciada y confesiones que, siguiendo la tradición de la justicia chavista, bien pudieron haber sido logradas a cambio de tortura o dinero. Pero existen un cúmulo de eventos que podrían configurar evidencias circunstanciales para probar el móvil político y no pasional de este asesinato. El silencio, por ejemplo, de Nicolás Maduro, Jorge y Delcy Rodríguez sobre este incidente dice mucho de la valoración que le dieron desde un principio. De estos personajes que conforman la macolla del régimen no se consiguen opiniones claras sobre la desaparición de Carlos Lanz, nada más que ininteligibles balbuceos. Aunque ahora serán estos mismos quienes presidan sus exequias y homenajes, porque así opera el chavismo.
Dejando a un lado la tesis del crimen pasional esgrimida por Tarek William Saab por carecer de rigor criminalístico y policial, hay que seguir examinando las conexiones políticas de este crimen. Y la primera pregunta que habría que hacer es ¿a quién sirve políticamente el asesinato de Carlos Lanz? Aquí valdría recuperar las primeras declaraciones ofrecidas por Mayi Cumare sobre este incidente: “Carlos Lanz no tiene enemigos personales, sus enemigos son el imperio, el capitalismo y la corrupción, los mismos enemigos de la revolución bolivariana”. Los autores intelectuales y materiales del asesinato de Carlos Lanz habría que buscarlos en las mismas entrañas del régimen chavista donde se libran sangrientas batallas por el control del poder.
VENEZUELA Crisis y Definiciones