El régimen venezolano trata de engañar constantemente a la opinión pública, a los gobiernos extranjeros y a las instituciones internacionales. Una mentira tras otra, expresada con cinismo, lo que genera desconfianza y, por supuesto, el mayor rechazo. Las declaraciones de Maduro y de la “alta dirigencia” del grupo que controla el Estado son patéticas y no solamente penosas, ni lamentables, sino ridículas.
No es un gobierno, como se ha dicho, tampoco una dictadura simple; es más bien un grupo delictivo organizado transnacional que funciona a su manera. Muchos le han calificado de forajido por cuanto irrespetan las reglas y las normas dentro y fuera, un grupo criminal que tortura, asesina, persigue, en fin, actúa al margen del orden jurídico irrespetando a unos y a otros.
La desconfianza es quizás lo que más le pesa ahora al régimen de Maduro. Así se lo hizo saber el asesor del presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, el excanciller Celso Amorim, cuando anunció el rechazo de su país al ingreso de Venezuela al grupo BRICS.
Tal como lo dijo entonces en nombre del gobierno brasileño, el régimen de Maduro había irrespetado todos los compromisos que había asumido. El Acuerdo de Barbados, los demás compromisos electorales, hasta la entrega de las actas que demostraban, según ellos, el triunfo de Maduro el pasado 28 de julio, fueron violados por el grupo de Miraflores. No sabe Maduro que el relacionamiento internacional se realiza con base en normas y principios, entre ellos el Pacta sunt servanda, que significa que los tratados y todos los compromisos deben cumplirse.
El rechazo claro de Brasil y el silencio de otros supuestos socios de la dictadura venezolana muestran el costo de actuar en las relaciones internacionales burlándose de las reglas y desconociendo sus compromisos y responsabilidades. Más que el hecho de poder ser considerado una dictadura, lo que pesa sobre ellos es la desconfianza absoluta, la falta de garantías y del valor de su palabra. Hoy dicen una cosa y mañana otra y eso suscita el mayor escepticismo y por supuesto su rechazo.
Al lado de la desconfianza y quizás para completar el cuadro de inseguridad que provoca el régimen madurista, sus dirigentes muestran un cinismo único jamás visto en dirigencia política alguna. Las declaraciones del psiquiatra Jorge Rodríguez y de su hermana vicepresidenta, complicada con el tráfico ilícito de oro; las del poeta que acusa en nombre del régimen, de sus ministros y más grave, de quien funge de canciller, son simplemente engañosas, falsas, expresadas con la mayor desfachatez.
No tienen vergüenza en mentir. Expresan descaro, impudor, desvergüenza. Decir públicamente que en el país no hay presos políticos cuando todos saben que hay más de 2.000 detenidos que están sometidos a tortura y a todos los tratos inhumanos y degradantes; decir que vivimos en democracia; asegurar que hay libertad de expresión; que no hay persecución; que los procesos judiciales son imparciales, en fin, que vivimos en un paraíso, muestra el estado de descomposición mental de quienes han secuestrado el país.
El mundo ya no les cree. La realidad no la pueden tapar con declaraciones falsas y en forma cínica o sin vergüenza. El de Maduro es un régimen feroz e inmoral que se puede comparar con los peores vividos en nuestra región.
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