Hace una semana, J. R. Herrera escribió para estas páginas de El Nacional un excelente artículo titulado “¿Qué es el Barroco?”. En él señala varios aspectos muy ilustrativos sobre el movimiento cultural que abarca siglo y medio, más o menos, de nuestra historia occidental. Uno de estos señalamientos es la simplicidad de las etiquetas, que lejos de ayudar a comprender el fenómeno que fue (y sigue siendo) el Barroco, contribuye a distorsionarlo. Muchos son los comentarios sobre estas tergiversaciones ocasionadas por aquellos que corren apresuradamente a colocar rótulos pretendiendo abarcar un mundo de significados, magistralmente apuntados por Herrera. Con el propósito de nutrir el intercambio de ideas, voy a escribir unos cuantos párrafos sobre el tema.
Decía el marqués de Lozoya, en su Historia del Arte, que “el barroquismo, como las revoluciones en la Historia Política, es uno de los fenómenos más típicos y, sin duda, el mejor estudiado de la Historia del Arte”. Muchos artistas, incluso muchos filósofos, sintieron por el Barroco una especial aversión, alimentada, precisamente, por una mentalidad neoclasicista. Esa incomprensión de los estilos que irrumpen en una determinada etapa está incrustada en la ausencia de determinados conceptos como lo es “el espíritu de una época”, o “los estilos temporales”. Es más, pensemos en el cambio de paradigma, tan bien estudiando por Thomas Kuhn en “La estructura de las revoluciones científicas”.
El Barroco no surge de golpe y porrazo en contra del Renacimiento. Enrique Wölfflin señala, para caracterizar la transición de un estilo a otro, cinco pares de conceptos que muestran las distintas etapas que se dan entre el siglo XVI y el XVII. Estos conceptos son: la evolución de lo lineal del siglo XVI a lo pictórico del siglo XVII; la evolución de los superficial a lo profundo; de la forma cerrada a ala forma abierta; de lo múltiple a lo unitario; de la claridad absoluta a la claridad relativa de los objetos. (Cfr. Wölffin, Conceptos fundamentales de la Historia del Arte). Pero, estos conceptos señalados por Wölffin no bastan; es indispensable situarse en el contexto religioso, originado por el Concilio de Trento, en una Europa lacerada por las terribles guerras religiosas de esos siglos, protestantes versus católicos.
Es común leer en los manuales, en las referencias que podemos encontrar en Internet, que el Barroco es el arte de los jesuitas. Pero, la explicación de esa relación no suele aparecer, salvo que usted, amigo lector, acuda a un artículo especializado sobre Teología Jesuítica. Explicación, por cierto, que no es habitual que esté expresada en términos simples.
Este movimiento cultural está absolutamente ligado a la scientia conditionata, a la educación de la libertad, afectos y sentidos “que proporcionan los Ejercicios Espirituales, y está en la base de la formación de una visión que inspira el curso del mundo y la vida de los hombres, constituyendo el armazón de un sistema de valores” (R. Kuri Camacho). Pero, tenemos una pregunta obligada: ¿qué es la scientia conditionata?
De acuerdo con la doctrina medieval, solo hay un único conocimiento simple y universal en Dios. Y, ese conocimiento posee todas las perfecciones de un intelecto perfecto. Antes del siglo XVI, los teólogos explicaban el conocimiento de Dios mediante la scientia simplicis intelligentiae et scientia visionis. Entonces, por medio de la simplicis intelligentiae, Dios conoce los eventos contingentes futuros posibles, y, con la scientia visionis, futuros actuales o absolutos. Hacia 1588, Luis de Molina incorporó un tercer tipo de conocimiento: la scientia media, llamada de esta manera para indicar que se encontraba entre la simplicis intelligentiae y la scientia visionis, además de compartir con ambas determinadas notas características.
Existe una conocida disputa entre el determinismo y la libertad humana, conocida con el nombre de Polémica de auxiliis (1582-1607), donde dominicos y jesuitas debatieron de manera muy fuerte, incluso, violenta, sobre la gracia y la predestinación.
Lo debatido puede englobarse en una cuestión conocida: “¿Hasta qué punto es posible conciliar la potencia infinita de Dios y su omnisciencia con la libertad humana?”. Los jesuitas, liderados por Luis de Molina, autor de la Concordia liberi arbitrii cum gratiae donis, fueron unos defensores a ultranza de la libertad humana, refutando el fatalismo protestante de Lutero y sus colaboradores. De esta disputa, surge la acusación en contra de los jesuitas por parte de los dominicos, encabezados por Domingo Báñez, de incurrir en el error de Pelagio. Los jesuitas, a su vez, los acusan de abrazar el error de Lutero.
Como es de esperar, debo dar una breve caracterización del pelagianismo (condenado como herejía en el siglo VI d. C.); quienes lo practicaban negaban el pecado original. Sostenían que los seres humanos pueden causar y sin él ayuda de la Gracia, las buenas obras citadas en las Santas Escrituras.
Ahora bien, durante esta disputa, Molina añade la ciencia media. A través de esta ciencia, “Dios ve en su esencia cómo obraría cualquier libre arbitrio en cualquiera de los infinitos órdenes de cosas y circunstancias en que la voluntad divina lo colocase. Es la ciencia de los futuros condicionados, esto es, futuros que no son absolutos, ni meramente posibles, sino que dependen de alguna condición. Y Molina denomina media a esta ciencia, porque se encontraría en un estado intermedio entre la ciencia de simple inteligencia y la ciencia de visión”. Francisco Suárez, el gran teólogo y filósofo jesuita, conocido como Doctor Eximius, prefiere la denominación scientia conditionata.
Ahora bien, ¿cómo vinculamos esta scientia conditionata con el Barroco? “La scientia conditionata persigue cultivar la libertad en correspondencia con la gracia divina” (R. Kuri Camacho). Representa una “bisagra” entre la tradición antiguo-medieval, el movimiento renacentista y la perspectiva moderna; aun en sus diferencias, en sus rupturas, es una propuesta de continuidad. Esa reflexión jesuita viene a representar aquello que tan acertadamente ha denominado R. Kuri Camacho, refiriéndose al pensamiento suareciano, la “filosofía barroca”.
Desde el inicio de esta aproximación al tema del Barroco y la Compañía de Jesús, he venido manteniendo que no se puede simplificar el movimiento cultural diciendo tan solo que el Barroco ha sido un estilo “utilizado” por los jesuitas; es simplista; coincido con los estudiosos del tema quienes afirman “que es la experiencia de los jesuitas la que ilumina las raíces del Barroco”.