Estas épocas tan escabrosas, donde la conversación, los escritos y cualquier medio de expresión solo parecen ocuparse de los estragos pandémicos, se ha caracterizado por el olvido de la necesidad del ser humano en manifestar sus ideas, así como sus inquietudes y sentimientos, enfocados desde su cosmovisión, y, para ello, requiere de elementos tales como las distintas manifestaciones del Arte. De esta manera, expresa su inquietud, su esperanza o su desesperanza.
Sin quitarle la importancia que semejante desgracia le haya ocurrido al planeta, he creído que recrearse en la lectura y en el cultivo de las Bellas Artes, de las Bellas Letras, de la invaluable Filosofía es un instrumento eficaz para conseguir la relación interhumana en medio de este absurdo enclaustramiento.
He escrito últimamente sobre Arte, Literatura, Filosofía, Historia. Hoy, he querido acercarme a una joya literaria: Las más bellas leyendas de la Antigüedad Clásica, obra de Gustav Schwab y traducción al castellano de Francisco Payarols. Este libro forma parte de esos tesoros que heredé de la mágica biblioteca del gran bibliógrafo venezolano Ángel Raúl Villasana.
En la presentación que hace del libro la editorial Labor, encontramos unas preguntas con las cuales me siento plenamente identificada. «¿Puede considerarse medianamente culto un hombre que no conozca la leyenda de Prometeo, que no haya oído hablar de la culpa y expiación de Edipo, de la inmensa pasión de Fedra, de las heroicas hazañas de Hércules, o de las interesantes aventuras de Ulises?».
Es evidente que no puedo dar cuenta de todos los mitos el libro, puesto que posee 792 páginas, incluyendo un extraordinario índice alfabético, en el espacio que se tiene en estos escritos.
Podemos leer en manuales, artículos, estudios de diversa índole sobre los mitos; sin embargo, los agrupados en esta obra, dibujan un fascinante cuadro de la mitología clásica, pintura realizada con maestría lingüística y llena de un armonioso colorido que le brindan al lector una perspectiva distinta y muy refrescante.
Inicia Schwab su libro con Prometeo, y puedo afirmar categóricamente, que es una de las más hermosas narraciones que yo haya leído sobre este fabuloso Titán. Si recurrimos a cualquier escrito que nos explique este mito, leeremos, palabras más, palabras menos, que Prometeo era hijo de Jápeto y de la oceánide (ninfa marina de la mitología grecolatina, diosa menor) Clímene. La misión de Prometeo era crear la humanidad y proporcionar a los humanos y también a los animales de todo lo que necesitasen para vivir; debía cumplir su cometido trabajando con su hermano Epimeteo.
Epimeteo comenzó creando los animales. Para que pudiesen sobrevivir, los dotó de gran coraje, mucha fuerza y velocidad en diversos grados; además, les proporcionó características físicas como patas y pelambre. Pero, siempre el «pero», debía crear una criatura que prevaleciera sobre las demás; se sentía superado por tal encomienda y le solicitó ayuda a su hermano. Prometeo halló una solución. Al crear a los humanos, les proporcionó un aspecto más elevado; estos seres podrían erguirse, podrían trabajar, cosechar, construir; además, les enseñó a amansar animales; sin embargo, a los humanos les hacía falta un elemento que los protegiera de la inclemencia del frío. Ese era el fuego. Apodoloro cuenta que «Prometeo, luego de modelar a los hombres con agua y tierra les dio también el fuego, ocultándolo con una vara a escondidas de Zeus. Pero cuando este se enteró ordenó a Hefesto que clavase su cuerpo en el monte Cáucaso». Un águila devorará sus órganos internos durante 30.000 años, aun cuando no le causará la muerte, puestos que dichos órganos se regenerarían constantemente. Prometeo fue liberado por Heracles, quien, finalmente, mató al águila.
Este relato Schwab lo recrea magistralmente, hablando del inicio del mundo y recurre a imágenes como «el mar se mecía en sus orillas y en su seno jugueteaban los peces”, para mostrar un lugar lleno de vida, bello, pero sin la savia del ser humano, llamado a tener el cuerpo donde “pudiera dignamente morar el espíritu». En esas primeras cuatro líneas del relato, se anuncia la poética manera de encarar la narración del mito.
No se contenta con señalar tan solo los antepasados del Titán; no, habla del abolengo familiar de Prometeo, señala que será de la arcilla de donde saldrá la criatura humana y que la gran diosa de la sabiduría, Atenea, le infundirá el hálito divino.
En los párrafos dedicados a las enseñanzas que el inteligente Titán les imparte a los humanos, destaca de manera sobresaliente cómo Schwab se pasea por las distintas edades de la Historia. Prometeo enseña al hombre a observar los astros; los instruye en las cuentas; en la escritura; los enseña a construir naves, a navegar; a fabricar sus propias medicinas. «En una palabra, les inició en todos los regalos y las artes de la existencia».
Ahora bien, los dioses fijan su mirada en la nueva criatura y desean que les rinda homenaje. Para aminorar la carga pesada que los dioses olímpicos darían a los humanos a cambio de protección, Prometeo sacrifica un toro y reparte en dos partes para que los dioses escogiesen la más jugosa y apetecible. Una, tan solo contenía huesos, pero era la más voluminosa. Zeus se percata del engaño y enfurecido por el intento de engaño, le niega a los humanos el fuego, indispensable para su progreso.
Prometeo roba el fuego y es castigado por el dios del Olimpo. ¡Así se une el mito con el de Pandora! Es creada una bella doncella; la descripción de la nueva criatura y el uso de un hermoso lenguaje expresivo. es una verdadera obra de arte. «Zeus, bajo la apariencia de un bien, había creado un engañoso mal, al que llamó Pandora, es decir, la omnidotada: pues cada uno de los Inmortales había conferido a la doncella algún nefasto obsequio para los hombres (…) Pero la mujer llevaba en las manos su regalo, una gran caja provista de una tapadera (…) Epimeteo abrió la tapa y en seguida volaron del recipiente innúmeros males que se desparramaron sobre la Tierra con la velocidad del rayo. Oculto en el fondo de la caja había un bien: la esperanza». Pandora no deja salir la esperanza que queda encerrada para siempre en el arca. Así, sufre el ser humano, las pestes, las pandemias. Luego, Zeus condena a Prometeo a quedar encadenado en el Cáucaso. Será Hércules quien lo rescate y Zeus seguirá reteniendo a su enemigo, liberado de las cadenas, puesto que Prometeo «tuvo que llevar un anillo de hierro en el que se encontraba una piedrecita arrancada de las piedras de Cáucaso. De este modo, Zeus pudo jactarse de continuar teniendo a su enemigo cautivo a la montaña».
Pienso en Venezuela y veo cómo, los dioses de la maldad, envidiosos de la bonhomía y riqueza de esta Tierra de Gracia, enviaron una caja de Pandora, de donde salieron Ápate y Dolos; Ápate era una divinidad que simbolizaba las malas artes, la traición. Fue, junto con Dolos, formó parte de los daimones que salieron de la caja de Pandora. Ambos eran hijos de Nix y generalmente tenían por compañía a los seudologos (las mentiras). En consecuencia, la divinidad opuesta era Alétheia, la verdad.
Abrir esa caja nos trajo enfermedades, sufrimiento, guerras internas, hambre, envidia, odio, ira… hasta la peste nos ha llegado; sin embargo, en el fondo de la caja quedó la esperanza. No la perdamos de vista. Ella nos puede salvar.
@yorisvillasana
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