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A Maduro hay que derrotarlo AHORA

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Una vez que las fuerzas políticas democráticas venezolanas, tanto las que se expresan en la Plataforma Unitaria Democrática, como las de millones de ciudadanos que la apoyan dentro y fuera del país; una vez que esa Plataforma Unitaria Democrática organizó el admirable proceso electoral que fueron las elecciones primarias que se realizaron en octubre de 2023; una vez que de ese proceso surgió, no solo una candidata presidencial, sino una jefa política, una líder para toda la sociedad venezolana, sin exclusiones de ningún orden; y una vez que la campaña electoral está produciendo en todo el territorio un efecto también inesperado, el de la movilización amplia de las comunidades para escuchar el mensaje de María Corina Machado, toca levantar la mirada al horizonte y preguntarse sobre la continuación de la lucha.

Pero antes de seguir con estos razonamientos, quiero detenerme en un triple fenómeno político que ha estado ocurriendo, que ha sido detectado por los equipos de campaña de María Corina Machado, por periodistas y por dirigentes sociales de las distintas regiones visitadas por la candidata. El primero sobre el que quiero llamar la atención es la movilización de personas -hasta de familias enteras- que nunca antes habían asistido a una marcha o a una concentración, por distintas razones: miedo a las represalias, compromisos con el PSUV o con otro ente gubernamental, producto de la dependencia del CLAP o alguna otra razón. He anotado este fenómeno en primer lugar porque ninguno expresa con más rotundidad el proceso de rompimiento político que está en curso: el de comunidades en las regiones venezolanas que habían permanecido en silencio ante las propuestas opositoras, y ahora han salido a las calles a darle la bienvenida al cambio que María Corina Machado encarna.

La segunda anotación es de orden cualitativo y es medular: el tono de los ciudadanos es de hartazgo. De sólido, inequívoco, irreversible y cada vez más evidente hartazgo. Hablo de madres y padres, hablo de adolescentes y jóvenes, víctimas y testigos del derrumbamiento que, superadas todas las expectativas de encontrar alguna solución a sus vidas con Maduro, han concluido: hay que cambiar, pero tiene que ocurrir de inmediato. No hay nada que esperar.

El tercer elemento también es profundamente revelador: se trata de lo que está ocurriendo en el PSUV, en los organismos del Estado, entre los empleados públicos: el hartazgo se ha desbordado y los ha alcanzado. Se está produciendo el más extremo de los deslaves políticos, que ocurre de forma silenciosa: el deslave del que llegó a una conclusión, que solo espera el momento para manifestar su opinión. ¿Recuerda el lector el referéndum sobre el Esequibo? ¿Recuerda el llamado a la Furia Bolivariana? ¿Y los sucesivos ruegos del régimen a ocupar las calles? El deslave es justamente eso:  el fracaso, uno tras otro, de todos los esfuerzos por lograr alguna forma de movilización. El fracaso es que nadie escucha. La pérdida acelerada de sus bases populares.

Vuelvo entonces al quid de este artículo: el más reciente de los límites violados por el gobierno lo constituye el modo descarado y grotesco con que se impidió la inscripción de Corina Yoris como candidata presidencial. Es una acción desesperada. Despojada de todo disimulo. El régimen ha entendido que ha perdido todo apoyo social. Y, para peor, sabe que este estado de cosas tiende a empeorar cada día. Está al límite.

Entonces, ¿qué le queda al régimen? Impedir, al costo que sea, que se realice el proceso electoral que la sociedad venezolana espera, y que también espera la comunidad internacional (esta no es una afirmación retórica, es real y lo prueban las declaraciones de los gobiernos de Brasil y Colombia, que temen a un nuevo ciclo migratorio si no se producen elecciones creíbles).

Cuando digo que no quieren elecciones, quiero decir: no quieren elecciones legítimas ni que cambien nada. Lo que el Consejo Nacional Electoral demostró en las últimas horas es que se ha venido preparando para cometer el más gigantesco fraude del que se tenga noticia. Está listo y carente de todo escrúpulo.

Así las cosas, ¿podemos creer que hay que trabajar para derrotarlo en las elecciones presidenciales, cuando ya no hay modo de ocultar el fraude que se proponen?

Cuando digo que hay que derrotarlo ahora me refiero a que, ante las evidencias de que no permitirán a la oposición democrática participar, y que organizarán un remedo electoral para que nada cambie, ha llegado la hora de la movilización masiva y simultánea en todos los terrenos donde sea posible, en las calles, en el ámbito diplomático, en lo legal y lo comunicacional, hay que coordinar la presión en el tiempo, establecer claros objetivos, derrotarlos ahora, para que las elecciones sean las que el país reclama, o hasta para que el propio régimen tome la iniciativa de un acuerdo para dar inicio, de inmediato, a alguna forma de transición que impida que continúen las violaciones de los derechos humanos, la corrupción y la destrucción de las condiciones de vida. Insisto: es lo que quiere la mayoría. La absoluta mayoría de los venezolanos.

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