El 19 de septiembre de 1942 Victor Klemperer, alemán judío que vive en la Alemania Nazi, escribe: “Stalingrado está a punto de caer, y en octubre habrá más pan: por tanto, el gobierno se mantendrá más allá del invierno; por tanto, tendrá tiempo de exterminar por completo a los judíos” (Quiero dar testimonio hasta el final. Diarios 1933-1945; sobre dichos diarios hemos realizado una serie en nuestra columna del Wall Street International Magazine). La percepción de los que padecían la Segunda Guerra Mundial para finales del verano de 1942 no era nada optimista con relación a la victoria Aliada. A pesar de la orden N° 227 “Ni un paso atrás” de Iosif Stalin (28 de julio), el Ejército Rojo seguía retrocediendo hasta que llegaron al río Don y posteriormente al Volga. En ambas líneas pero especialmente en la ciudad de Stalingrado en el mes de septiembre; la conquista de cada calle, edificio e incluso cuarto o piso costará numerosas vidas. Es la llamada “Rattenkrieg” (guerra de ratas).
El historiador estadounidense y coronel (retirado) David M. Glantz en The Stalingrad Trilogy (2009-2014) nos explica cómo la Ofensiva o Batalla del Don también conocida como Batalla de Kalach (25 de julio al 17 de agosto de 1942), aunque permitió al VI Ejército alemán llegar al río Don en una curva donde se acerca al río Volga a tan solo 65 kilómetros entre ambos; los dejó fuertemente debilitados. Fue una victoria pero demoró su paso y esto facilitaría a la larga que Stalingrado fuera reforzado por los soviéticos, por no hablar que la resistencia en este sitio sería mucho más fuerte, lo que obligó al retorno del IV Cuerpo de Panzer que había bajado al Cáucaso. Ante las puertas de la ciudad que Adolf Hitler quería capturar y no sitiarla (aunque resultaba casi imposible por estar al borde del río), se pensó en vencerla por el bombardeo de la Luftwaffe. De esa forma la semana que se inició el 23 de agosto los bimotores He 111 y Ju 88, y los Stuka, destruirían más de 4.000 edificios con 40.000 víctimas. Dichas ruinas y las que produjeron el avance alemán se convertirían en fortalezas de los defensores.
El 25 de agosto el soldado Ludwig S. de la Wehrmacht desde el Don le escribe a su hermana: “Nuestra división no está en condiciones de combatir, pero eso no significa que nos vayan a enviar a la retaguardia (…). El futuro es cada vez más incierto. La esperanza se va desvaneciendo. (…) El mundo nunca ha vivido una guerra como esta”. El VI Ejército llegaba a Stalingrado sin los recursos suficientes para mantener una prolongada lucha. La logística se hacía imposible ante las largas distancias, la ausencia de vías y especialmente por la incapacidad de la economía alemana para sostener tan altas demandas. Y lo peor de todo era que la campaña que tenía como objetivo obtener el combustible ruso del Cáucaso no alcanzó los pozos petroleros salvo Maikop pero en ruinas. La escasez de gasolina era cada vez mayor a medida que rodeaban la ciudad y comenzaba su “control”.
La mejor película sobre la Batalla de Stalingrado (23 de agosto de 1942 al 3 de febrero de 1943): Enemy at the gates (Jean Jacques Annaud, 2001) comienza su relato el 20 y 22 de septiembre. Las primeras escenas son las que mejor describen el enorme esfuerzo de la Unión Soviética para trasladar grandes contingentes de soldados y armas a la ciudad. El 20 llega el protagonista (el francotirador Vasily Zaitzev, que existió en la realidad pero que en la película se realiza una adaptación con elementos de ficción) y el 22 el máximo comisario político Nikita Kruschev. La ciudad está en ruinas con numerosos incendios. Los combates no se detienen y a este infierno son enviados grandes contingentes de soldados por ambas naciones. La imagen más terrible del filme es cuando los combatientes del Ejército Rojo deben padecer la acción de los “destacamentos de bloqueo”. Ser carne de cañón con un fusil por cada soldado; y en el caso de retroceder sus compatriotas los ametrallan sin piedad.
La “Rattenkrieg” es descrita por el soldado alemán Rudolf O. en su carta del 27 de septiembre: “Aquí estamos a menos de un kilómetro del Volga. La ciudad está completamente destrozada. No queda nada en pie. Los rusos utilizan como puesto de combate cualquier casa que todavía no se haya caído y la defienden a toda costa. También nosotros estamos obligados a destruirlo todo”. Los otros dos filmes que describen esta forma de combate son la alemana Stalingrad (Joseph Vilsmaier, 1993) y la homónima rusa de 2013 dirigida por Fiodor Bondarchuk. El problema de ambas es la obsesión que ha mantenido la filmografía bélica en cada uno de estos países. En el caso alemán la tendencia a resaltar el antibelicismo y en el ruso: el patriotismo que convierte en el luchador ruso en un héroe invencible o que logra la victoria con el máximo sacrificio.
Uno de los aspectos más fascinantes, si es que puede existir algo con estas características en la batalla más sangrienta de la historia, es la enorme atención que recibió – por todos los grandes líderes de los Estados en guerra; pero también por la propaganda, los medios de comunicación y la población en general –desde sus inicios en el mes de septiembre de hace exactamente 80 años–. La mejor descripción del fenómeno lo hace el historiador alemán Jochen Hellbeck, 2012, Stalingrado. La ciudad que derrotó al Tercer Reich; investigación en la que destaca el hecho de que la Unión Soviética designó un grupo de historiadores que en plena batalla comenzó a recopilar testimonios e información. Tal como venimos diciendo desde mayo, seguiremos desarrollando esta serie sobre Stalingrado – Dios mediante– con la frecuencia de un artículo al mes. La próxima semana haremos el análisis de la Batalla del Atlántico en todo el año 1942.