¿Dónde está la juventud?, se ha venido preguntando Héctor Alonso López en los actos de apoyo a María Corina Machado y es que es notoria la ausencia emotiva y estimulante de ese sector de la sociedad venezolana, vibrante ante el llamado de la historia republicana, hoy desencantada y en algunos casos abozaleada, que trataremos de justificar. Héctor Alonso López fue líder de la juventud de Acción Democrática que a raíz de su primera división (MIR) comenzó a rescatar Humberto Celli y en lo sucesivo, Cristóbal Hernández, porque esos jóvenes se habían formado con base en principios políticos y morales. A López le corresponde ir en busca de los que creyeron en el pensamiento de Rómulo Betancourt, los que leyeron Reinaldo Solar y Doña Bárbara de Rómulo Gallegos y la poesía de Andrés Eloy Blanco, las tesis educativas del maestro Prieto, el legado de Raúl Leoni y la candidatura de Carlos Andrés Pérez I, Lusinchi y Pérez II, de principios acciondemocratistas. Ir al «relato de la reflexión», expresión utilizada por el ensayista Juandemaro Querales citando precisamente a Briceño Iragorry, para quien…»Se puede callar por prudencia en un momento de desarmonía social, cuando la palabra adquiere la virtud de la temeridad. Más, cuando exista el deber de hablar, cuando el orden político no tiene para la expresión del pensamiento las amenazas de las catástrofes aniquiladoras es más que delito achicar las palabras «…hasta que Hugo Chávez destapara la Caja de Pandora» con sus nada triquiñuelas ocultas de la democracia que se derrumbó, renaciendo, en una dirigencia ya experimentada en corrupciones al amparo de los insepultos Luis Miquilena y José Vicente Rangel.
La interrogante de López es sensata y su ausencia justificada. Haber abandonado a los estudiantes asesinados, presos y torturados aquel febrero de 2017 fue una insensatez de quienes los mandaron a la calle y emigrar fue la respuesta, conociendo como ciertos partidos se entiendan con el régimen y peor aún, cómo reciben dinero unos activistas «Dientes Rotos» (logreros) de cortes clientelares. Así, no se formaron los universitarios de 1928, tampoco los jóvenes presos, cuando la dictadura de Pérez Jiménez, menos esa legión de la Juventud Revolucionaria Copeyana que su rector Rafael Caldera les desconociera su formación, tampoco los que se inmolaron en tiempos de la guerrilla castrocomunista, muchos de ellos beneficiarios sin pases de facturas del programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho cuando Carlos Andrés Pérez.
A partir de entonces se agotó el discurso político para la juventud y esa es la razón de su desencanto al no querer saber nada de políticos y partidos, para que Héctor Alonso López ahora proponga: «ponerle música» pero que no puede ser como aquel jingle…»Ese hombre si camina» (CAP) o «Pongamos el país en marcha» (Lusinchi); la música y letra debe ser escrita con principios y propuestas en el marco de la tragedia.
El tema generacional venezolano ha sido bien tratado, pero hay un libro del historiador Mario Briceño Iragorry, La traición de los mejores, en el que recomienda: «Debemos enseñar a las nuevas generaciones no el inventario de nuestros pocos aciertos, sino las caídas que han hecho imperfecta nuestra obra personal, y, por consiguientemente, han impedido que ésta aflore con acento redondo al abordar el tema de las generaciones”. El reeleccionismo presidencial y hasta portero de burdel ha impedido el necesario relevo como lo entendió Rómulo Betancourt «que no era una cuestión de almanaque» sino como la vio el filósofo español José Ortega y Gasset al sentenciar que «cada generación representa una cierta actitud vital… esa aptitud vital la encontró el doctor José Rodríguez Iturbe en su libro El reto revolucionario en lo que llamó «Generación Auroral» la independentista, la «Generación de la tragedia» que siguió a la separación de Colombia, la «Generación del rescate» (1928-1936) admitiendo la suya (1958) llamada a jugar un rol importante. ¡Oh ilusión! No sin antes citar al coronel O’Leary decirle a su cuñado el general Carlos Soublette, a la muerte del general Rafael Urdaneta…»¡Oh que pequeña me parece la generación actual en comparación con los que han hecho la independencia»…
«Ponerle música a la política», tiene razón Héctor Alonso López, para rescatar el constitucional sentido de la ciudadanía política y ética, con el ejemplo de los que estén convencidos de que solo, atendiendo a la niñez y adolescencia, con educación, salud, alimentación y trabajo para sus padres, la patria será otra, para lo que se requiere volver a Gallegos y Andrés Eloy Blanco, revisando los aciertos y errores hasta encontrar la música que requiere la política al buen decir de Héctor Alonso López .
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