El conflicto árabe israelí se remonta a tiempos inmemoriales. Hace aproximadamente 4.000 años, Abraham recibe el encargo providencial de establecerse en Canaán, la tierra prometida. Desplazándose de Irak, llega al Israel de hoy y a los territorios palestinos, y sus descendientes se dividen, formando las religiones abrahámicas: judías, cristianas y musulmanes. De su hijo Ismael aparecen los musulmanes y de Isaac primero los judíos (a su vez de su hijo Juda) y también los cristianos.

La violencia genera violencia y así se genera una espiral de violencia. El grupo terrorista Hamás consiguió lo que buscaba: agriar a fondo las relaciones entre Israel y el mundo árabe. En los últimos años “los acuerdos de Abraham”, y de Israel con Arabia Saudita presagiaban una paz duradera para la región. Sin embargo, los fundamentalistas iraníes y Hamás se confabularon para romper todo reconocimiento y relaciones entre Israel y el mundo árabe. El ataque artero de Hamás, entre gallos y medianoche, sorprendió a Israel y al mundo. Nadie pensó que un grupo terrorista pudiera infligir tamaño daño a un Estado como el de Israel que tiene incluso la posibilidad de responder con arsenal atómico. Esta última guerra comenzó el 7 de octubre de 2023, mientras los israelíes celebraban las fiestas religiosas de Sucot.

En sus estatutos fundacionales Hamás establece entre sus objetivos la creación del “Estado islámico” y la eliminación del Estado de Israel.

Mientras el número de muertos sobrepasa ya las 10.000 víctimas, entre las que se encuentran niños, enfermos, discapacitados, mayores y mujeres, es indispensable ponerle fin al conflicto. Así como se estableció una tregua o alto el fuego, hay que establecer con negociaciones directas el fin del conflicto, a través del reconocimiento mutuo, la solución de dos Estados (el israelí y el palestino con fronteras claramente definidas) y la implicación de la comunidad Internacional y de la ONU como garante de la paz.

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@OscarArnal

 


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