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La nueva Ruta de la Seda puesta en ejecución por el gobierno de China, particularmente la sección de esta política expansionista que tiene que ver con la inversión masiva del gigante asiático en infraestructura a lo largo y ancho del planeta, ha tenido una respuesta nada deleznable en la región geográfica del continente que se ubica al sur del Río Grande.

A los chinos les ha salido un contendor de talla. Estados Unidos ha puesto en marcha una iniciativa de gran calado denominada Growth in the Americas (América Crece) que también tiene un importante acento en la asistencia financiera para el establecimiento de grandes obras de infraestructuras en el subcontinente latinoamericano, para países que hasta el presente han sido socios americanos.

No hay que elaborar demasiado para percatarse que desde Washington quieren hacerle contrapeso a los chinos sirviéndole de soporte a las naciones aliadas del norte en el desarrollo de proyectos que no solo tienen un componente significativo de agregación de valor a las economías nacionales que los inician, sino que además son altamente generadores de empleo, un asunto que sigue siendo clave para la totalidad de los países de la región.

Pero los funcionarios de la capital han comenzado a mirar sus relaciones con los países latinoamericanos de manera restrictiva. La existencia de proyectos previos con China por parte de cada uno de los países susceptibles de ser beneficiados por la iniciativa gringa es suficiente razón para que no puedan hacer negocios con Estados Unidos dentro del contexto de América Crece. Ello configura una visión estrecha que hasta el presente no ha arrojado resultados positivos a favor de Estados Unidos. ¿Por qué algún país de la región tendría interés en asistencia financiera oficial norteamericana para el desarrollo de sus proyectos si la condición de base es la inexistencia de vínculos similares con Pekín? ¿Porque debe ser practicada la política de «o uno o el otro», sin que sea posible la acumulación de las dos iniciativas?

Los chinos, por su lado, asumen el reto de manera diferente. Si los países de la región latinoamericana se fortalecen de una apertura del acceso al financiamiento norteamericano, lo que redunda en una sociedad más productiva y mejor estructurada, China lo que puede es beneficiarse del mejoramiento económico, y de allí, lo ve con buenos ojos. Además, China ve ventajas para sí en el continente si este además es dinamizado por inversiones norteamericanas o de terceros países. Es decir, los dos acercamientos al tema son radicalmente opuestos en el caso de Estados Unidos y de China.

Mientras Estados Unidos es excluyente de manera clara y contundente, China siente poder al beneficiarse de la prosperidad que produzcan terceros, incluso los norteamericanos. Si sus posturas son principistas solo está por verse, pero a todas luces lo que sí es claro es que Estados Unidos no ha progresado históricamente en sus políticas  exclusivistas, mientas que desde Pekín al menos quieren lucir más abiertos a la universalidad.

No hay que ser ingenuos hasta el punto de creer que detrás de la posición china lo que hay es un razonamiento filantrópico. Habría que ver en la práctica cuál es la disposición suya a invertir en países claramente tributarios de Estados Unidos, altamente dependiente de su economía o conniventes con sus filosofías “imperialistas” de manejo del Estado. Aún es temprano para poderlo evaluar.

Es de esperar que las actitudes de los gobiernos recipientes irá en este mismo sentido. ¿Cuál nación o cuál capitalista privado en un país latinoamericano se involucrará en una iniciativa de financiamiento oficial chino, si ella viene asociada a un apoyo irrestricto a sus políticas en materia de protección de derechos intelectuales, por ejemplo?

Mucha agua tiene aún que correr por ese río y lo veremos diáfanamente en la práctica.

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