Hace ya 28 largos y muy pesados años, el 4 de febrero de 1992, la fracción castrocomunista liderada en el interior de la joven oficialidad de las fuerzas armadas por el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, respaldado por los coroneles Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta Hernández dieron el primer intento golpista, por demás fallido, de una conjura de décadas que enfrentaba al mundo político militar con el mundo político civil. Una hostilidad latente y un enfrentamiento siempre velado por la hegemonía y el control del país entre el gobierno y los partidos políticos, con el conjunto de las fuerzas armadas, estaba a punto de estallar. Y sumir a Venezuela en la tragedia en que ha venido a desembocar. La peor y más grave crisis sociopolítica y económica de su historia. Hoy vemos cumplirse el sueño de Fidel Castro: Venezuela luce desarbolada y dominada por sus hombres. La que fuera, ya dejó de serlo. Una tragedia.
Por sobre ambos establecimientos sombreaba el influjo y la acción, llevada en la semiclandestinidad, de Fidel Castro y del gobierno revolucionario cubano. Y la influencia de larga data, latente o virtual del socialismo marxista Hoy sobre los partidos, los medios, las academias y los sindicatos venezolanos. En una imperdonable falta de perspicacia política y miopía histórica, el gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, que lograra derrotar la conjura prácticamente en solitario, no respondió con la contundencia y la amplitud que ese golpe de Estado merecía. Ni se aprovechó de la circunstancia para desnudar, enfrentar y castigar severamente a las distintas facciones de conjurados civiles y militares que alimentaban el golpe de Estado y el asalto al poder alimentado y preparado desde La Habana.
No cabía otra respuesta adecuada a las circunstancias que un contundente contra golpe cívico militar, liderado desde Miraflores y Fuerte Tiuna, para desnudar, enfrentar, encarcelar y castigar severa y ejemplarmente a todos los actores civiles y militares del golpe, que iban desde arzobispos hasta jueces y desde destacados políticos del establecimiento, como Rafael Caldera –preparado para asumir la jefatura del Estado de los conspiradores– hasta editores y propietarios de medios de comunicación. Hugo Chávez, Arias Cárdenas, Urdaneta Hernández y Joel Acosta no eran más que la punta del iceberg.
De la conspiración formaban parte activa y militante viejos e intocables próceres del establecimiento ideológico y cultural, como Arturo Uslar Pietri y Juan Liscano, arzobispos como Mario del Valle Moronta, periodistas y cerebros grises del golpismo, como José Vicente Rangel, dueños y editores de medios impresos, radiales y televisivos y toda la alta jefatura de las fuerzas armadas. Basta señalar que entre los conjurados estaba el prepósito de los jesuitas, hoy a la vera del papa Francisco en Roma, Arturo Sosa Abascal SJ. En otras palabras: las armas, la Iglesia, las academias, los medios y la judicatura se habían finalmente confabulados para liquidar la democracia venezolana y establecer una dictadura cívico militar, de claro sesgo castro comunista en tierra firme.
Tan importantes eran y tan importantes son, que a pesar de haber sido sobrepasados por el sector más radical de las fuerzas armadas, y los militantes más acérrimos del castrocomunismo venezolano –Nicolás Maduro, agente del G-2, es solo el portaestandarte de las fuerzas del Estado castrocomunista cubano que se han apoderado del Estado venezolano– que cuesta nombrarlos sin hundirlos aún más en el descrédito y el desprecio, ya que habiendo pagado un muy duro precio por su falta de lealtad con la democracia y haberse prestado al golpismo militante, hoy padecen del precio del exilio y la pérdida de gran parte de sus patrimonios. Han caído en la tierra de nadie de los traidores sin compensaciones.
Hoy por hoy, nadie, ni en las filas de la traición castrocomunista ni en las de quienes le dieron la espalda a la democracia, aliándose con aquellos, tiene la menor idea de lo que le espera a Venezuela en el futuro inmediato. Guaidó y Leopoldo López, Henry Ramos Allup, Eduardo Fernández y Julio Borges, de entre todos los de su especie política, serán atropellados por el tiempo. Las pocas esperanzas aún titubean y no terminan por asumir la responsabilidad de romper con el pasado y desafiar al presente. Las puertas del futuro permanecen clausuradas y nadie parece contar con el coraje suficiente como para abrirlas y asomar el futuro que prometen. Seguimos atados a un pasado de partidos que ya ni existen. Y los nuevos partidos, como Voluntad Popular, han demostrado ser cascarones ocupados por ambiciosos y oportunistas sin la menor grandeza política.
¿No surgirán nuevas organizaciones con nuevos proyectos políticos y nuevas estrategias? ¿Terminarán las nuevas figuras por deslastrarse del peso de la noche y le darán la bienvenida al amanecer que espera por nosotros? Es la respuesta pendiente. Mientras más tarden, más pesado será el fardo y más difícil la salida. Esperamos que los elegidos den un paso al frente y rompan las ataduras. De ellos depende el futuro. Llegó la hora, mañana es demasiado tarde.