OPINIÓN

¡A filosofar!

por Corina Yoris-Villasana Corina Yoris-Villasana

De izq. a der., Aristóteles, Bertrand Russell y Charles Sanders Peirce

«¿¡Filosofía!? ¡Ufff, qué fastidio! Siento que están hablando de cosas inútiles, nada prácticas y, para más remate, ¡no producen dinero! Lo que necesito es un curso de mecánica automotriz, informática, redes sociales o cualquier asunto más actual. ¿Para qué quiero saber qué dijo el tipo ese que se envenenó con la ¿cicuta?, o cualquier otro anciano? ¿Qué me puede enseñar alguien que vivió no sé hace cuántos años? Nada, que yo soy de este siglo XXI y lo pasado, pasado quedó. Déjenme tranquilo y sobre todo libre para hacer lo que yo quiera. Eso de Filosofía suena a curas, monjas, religión».

Más o menos esas palabras entrecomilladas reproducen opiniones de muchos sobre la Filosofía. Llama la atención cuando ese supuesto interlocutor dice que lo “dejen libre” y ¡no le interesa la Filosofía! Además, por esta disciplina, entiende algo relacionado con la religión.

Para que no me llame “anciana demodé”, voy a citarle a alguien que seguro admira, a Bertrand Russell, sobre todo por lo contestatario que fue este personaje y no por «filósofo». Decía Russell, cuando le preguntaban sobre qué era la Filosofía, que esta «es tierra de nadie entre la ciencia y la teología, y está expuesta al ataque de ambos lados».

¿Qué se puede decir/comentar sobre esta manera «russelliana» de ver a la Filosofía? Tradicionalmente, se entiende por «Ciencia» la rama del saber humano compuesta por el cúmulo de «conocimientos objetivos y verificables» que versan acerca de un asunto específico y que han sido conseguidos por vía de la «observación y la experimentación». Tengo conciencia de lo limitada de la «definición» de Ciencia. Si a ello le añadimos que la Teología, por su parte, grosso modo, «es la disciplina que estudia el conjunto de conocimientos acerca de Dios», poca cabida, por no decir nula, tiene la Filosofía en esos terrenos. De tal manera que, vista así, esta vetusta señora parece que posee rasgos muy peculiares que, a todas luces, no la hacen precisamente atractiva y útil. Sin embargo, ¿son esos rasgos percibidos fieles a la «dama antañona»? ¿No será que se están desdibujando porque desde donde se están observando no hay suficiente iluminación? ¿Abrimos una ventana para que entre luz, o mejor, una puerta para que se vea con mayor amplitud y claridad? Atrevámonos a abrir esa puerta cerrada para algunos y entreabierta para otros. ¿Lo intentamos? ¿La definimos o esperamos ver más sus características?

Suponga que es usted, amigo lector, un profesional, cuya disciplina es útil, digamos un médico. ¿Se imagina la vida sin la Medicina? ¿Hay alguna relación entre ella y la Filosofía? ¡¿Que no la hay?! ¿Seguro? Pregúntese, ¿cuál es la causa de la pandemia? Ojo, amigo, que usted está preguntándose por la causalidad. ¡Y vaya que ese es un problema filosófico y cómo causa problemas! Tan simple que debemos remontarnos a Aristóteles (otro anciano venerable) y a sus Segundos Analíticos (Cuarto libro del Organon).

¿Sabe cómo usted hace sus hipótesis? La mayoría respondería que es un proceso inductivo. ¿Seguro? Sin embargo, tomando en cuenta que la inducción es un procedimiento mediante el cual la mente elabora normas generales a partir de casos particulares, la inducción no está en capacidad de proporcionar una explicación causal que trascienda los límites de una simple generalización. Usted sabe que «una causa» no es meramente una generalización de «los efectos». De manera que, derivar la causa, a partir de los efectos con los que parece estar relacionada, no es una consecuencia lícita de un procedimiento inductivo; debe ser producto de un proceso mental distinto.

En la urbanización donde vivo, todos los días, a eso de las 5:00 pm, se oye una algarabía perruna con ladridos alegres. Esto se ha venido repitiendo regularmente desde hace tiempo. De este hecho, podemos decir que «en la urbanización tal, a las 5:00 pm, diariamente, un grupo de perros ladran en conjunto». Bien, pero eso no es una explicación causal; ni tan siquiera es una explicación. Es tan solo una «regularización» de un hecho que se ha repetido «habitualmente». Dicho en otras palabras, es hacer que los casos individuales sean acontecimientos de una regla general.

Entonces, ¿qué aporta la inducción? podría preguntar algún avezado lector. La inducción tiene un papel muy importante, predice; y predecir, en palabras del DLE, es «anunciar por revelación, conocimiento fundado, intuición o conjetura algo que ha de suceder». Sin embargo, explicar, usando el vocablo en toda su acepción, ¡no explica nada!

La explicación de que “los perros ladran habitualmente en esa urbanización alrededor de las 5:00 pm», es que un grupo de ellos es alimentado a esa hora y su alborozo lo expresan ladrando, hecho que es coreado por los perros vecinos, como sucede en la famosa película de La Dama y el Vagabundo. ¡Ya sé que ese ejemplo es ficción, pero la ficción es la imitación de la realidad! Y esa explicación de la algarabía perruna de ese lugar a esa hora, porque están alegres y son coreados por los vecinos, es una clase muy distinta de inferencia, que sobrepasa la simple generalización de los hechos observados. Es una explicación que establece una relación de causas de dos tipos diferentes de eventos.

Al hablar sobre esta relación causal es insoslayable nombrar a otro personaje, ya no tan antiguo, el insigne filósofo estadounidense Charles Sanders Peirce (1839-1914).

Decía Peirce: «Mediante la inducción, concluimos que hechos similares a los hechos observados son verdaderos en casos no examinados. Mediante la hipótesis, concluimos la existencia de un hecho muy diferente de todo lo observado, del cual, según las leyes conocidas, resultaría necesariamente algo observado. El primero es un razonamiento de los particulares a la ley general; el segundo, del efecto a la causa. El primero clasifica, el segundo explica».

En nuestra tradición occidental se ha tenido como arquetipos de argumentos la deducción y la inducción. El primero considera que, si las premisas son verdaderas, la conclusión debe ser necesariamente verdadera; mientras que el argumento no deductivo es aquel que, si sus premisas son verdaderas, la conclusión es probablemente verdadera; debo añadir que se habla generalmente de argumentos inductivos como aquellos donde la conclusión de carácter general, no necesaria, se deriva de un repertorio finito de sucesos concretos. Ahora bien, «el anciano venerable Aristóteles», añadió un tercer modelo; lo señaló muy claramente y lo llamó “razonamiento hacia atrás”, distinto de la inducción y, desde luego, de la deducción. Es importante señalar que, durante siglos, la inducción y el «razonamiento hacia atrás»no fueron distinguidos como diferentes, ambos amplían el conocimiento más allá de lo estrictamente advertido.

Precisamente, establecer esa diferencia y recuperar la tríada de argumentos ha sido una de las contribuciones más extraordinarias de Peirce, añadiendo lo llamado por él abducción o retroducción, concerniente con la creación de hipótesis. Lo digo en palabras del propio Peirce: «[La abducción consiste] en examinar una masa de hechos y en permitir que esos hechos sugieran una teoría». Jaime Nubiola explica también el papel que desempeña lo sorprendente en esta nueva manera de encarar la creación de hipótesis: «Nuestras creencias son hábitos y en cuanto tales fuerzan al hombre a creer hasta que algo sorprendente, alguna nueva experiencia externa o interna, rompe ese hábito. El fenómeno sorprendente requiere una racionalización, una regularización que haga desaparecer la sorpresa mediante la creación de un nuevo hábito. […] La sorpresa produce una cierta irritación y demanda una hipótesis, una abducción, que haga normal, que haga razonable, el fenómeno sorprendente».

¡Por cierto, no se está hablando de abducción con el sentido de la extracción de un terrestre por un alienígena!

¿Se ha dado cuenta, amigo lector, de algo muy peculiar con este método?: ¡La abducción es empleada magistralmente por Arthur Ignatius Conan Doyle, escritor y médico británico, creador de Sherlock Holmes! Luego, inútil, inútil como que no es.

¿Ha observado también, a raíz de estas pequeñas notas, toda la concepción de vida que posee, por ejemplo, el Guernica de Pablo Picasso, o el hondo mensaje que envían las manos pintadas por el Greco?

¡Podemos seguir relacionando saberes y profesiones con la Filosofía! Pero, estábamos tratando de abrir una puerta que nos condujera a un espacio donde se apreciara qué caracteriza fundamentalmente a eso que se dio por llamar Filosofía. Y, sorpresa, parecería que es una manera muy peculiar de estudiar y analizar las razones que el ser humano posee para pensar y actuar como lo hace; le faculta para que su reflexión sea profunda.

Queda claro (¿o no?) que la filosofía no se reduce a un bloque de sapiencias, que además tiene una ristra de soluciones a cada problema cotidiano y que, encima, deba ser memorizada. No, al contrario, para saber qué es la Filosofía, creo, es necesario filosofar. No basta con dar algunas pinceladas definitorias. Atrévase.

Seguiremos…

@yorisvillasana