OPINIÓN

A Different Man de Aaron Schimberg: el dolor de la belleza

por Aglaia Berlutti Aglaia Berlutti

Esta fábula macabra sobre la vanidad, pondera acerca de la belleza y la aceptación desde un punto de vista surrealista. Mucho más, analiza el peso de la apariencia en nuestra cultura, a partir del rechazo y la autopercepción. Todos temas que el director logra explorar con elegancia y un singular sentido del absurdo. 

En A Different Man, la noción sobre el yo se encuentra trastocada, dividida y fragmentada en el espejo de las emociones ajenas. De hecho, en buena parte de la historia, el director y también guionista Aaron Schimberg, pondera sobre la vanidad de nuestra época y la equipara, no con la aceptación y la belleza, sino el hecho que cada ser humano sobre el mundo, está más consciente que nunca de su rostro, su apariencia y todo lo que significa. Un tema que el argumento muestra a través de la fealdad — también un punto de debate actual — y la condescendencia que puede mostrar el deseo de la conciencia colectiva de comprender sus límites.

Por supuesto, una trama semejante, necesita reflexionar sobre la oscuridad y la luz de una época en la que el viejo adagio de los 15 minutos de fama se ha convertido en una oleada de horror. Y para ellos, utiliza a Edward (Sebastian Stan), aquejado de neurofibromatosis. Un cuadro médico genético e irreversible que provoca tumores en la piel. Por lo que el aspecto del personaje es una especie de combinación entre el hombre elefante de David Lynch (al que la película rinde homenaje sutil) y algo más grotesco, relacionado con las pulsiones contemporáneas sobre el atractivo. Resulta difícil mirar a Edward de frente. No solo por su apariencia, sino porque comienza a perder su apariencia humana. Y lo hace a medida que se hace más sensible y consciente de su entorno.

Lo que convierte a su figura en trágica y poderosa a la vez. La película, que tiene una semejanza con Mask (1985) de Peter Bogdanovich, retoma la idea de la deformidad física como una forma de comprender el elemento esencial que nos hace realmente humanos. Mucho más, que esa humanidad puede expresarse en maneras distintas y poderosas, más allá de la idea de parecer hermosos o despertar el interés al otro. Pero en lugar de la conmiseración trágica y levemente cursi de la cinta de los ochenta, el director opta por un tono urbano y hasta cínico. El hecho es que la cinta no profundiza solo en cómo reaccionamos hacia la deformidad física — que sería un punto de análisis — sino cómo esa expresión física determina quiénes somos y la forma en que comprendemos nuestra identidad.

El dolor del aspecto físico y la vanidad contemporánea

Edward es actor — o intenta serlo — en una Nueva York decadente y melancólica. Además, se esfuerza por lidiar con su vida y trastorno de salud en las peores condiciones. Su vocación se limita a participar y protagonizar comerciales en los que explica que todas las personas merecen una oportunidad y él mismo, es un ejemplo de la fortaleza necesaria para enfrentar un mundo hostil. Pero detrás de su mensaje, la película plantea la idea del dolor de forma lo bastante intuitiva para evitar ser un mensaje retorcido o en el peor de los casos, una idea edulcorada.

Edward sufre y su padecimiento — físico y mental — es mayor a medida que se hace más consciente estará al margen de la sociedad. Schimberg hace un impecable trabajo al profundizar en el miedo a la diferencia, pero no se excede ni intenta crear un manifiesto ético o moral. De modo que la película se limita a seguir a Edward en situaciones complicadas y duras, que para cualquier otra persona son del todo rutinarias. La crueldad se anuncia, pero el director y guionista prefiere, directamente, usar el humor. Uno abstracto, duro y a menudo negro. Pero humor al fin.

La decisión es sabia en la medida que la cinta tiene una autoconciencia muy clara sobre el tema que toca. La vanidad de nuestra época está en todas partes, es fría y directa, es parte de la comunicación de nuestra época y de todas las pautas y ansiedades que se mueven al subtexto de la historia. Sin embargo, no hace falta profundizar en ella, por lo que A Different Man se enfoca en su personaje y sus luchas cotidianas con cierto lúgubre optimismo. Edward sabe que jamás ganará un Oscar, pero también que eso no es razón para dejar de intentarlo. También, que la mujer de la que se enamoró es muy poco probable que le corresponda. No obstante, el amor es real y la cinta lo muestra como un punto de valor que se hace más importante y relevante para su segundo tramo. 

La gran sorpresa en una película discreta 

La película encuentra su punto más interesante cuando Edward pasa por un procedimiento científico que descubre al hombre bajo los tumores. Que, por supuesto, es un hombre espléndido que, pronto, atraviesa Nueva York despertando la maravilla y la admiración. Pero Edward sigue siendo él mismo y bajo el rostro recién descubierto hay toda una serie de pensamientos y estados de ánimo que la cinta expresa para analizar qué nos hace ser quienes somos y cómo esa identidad es parte de la manera en que reaccionamos a la autopercepción ajena. 

Por supuesto, el tema que maneja la película para su tramo final tiene un eco gigantesco en una sociedad obsesionada con cambiar su apariencia. Y de hecho, la gran conclusión se vincula justamente a esa idea: todos deseamos ser amados. Ser irresistibles y deseados sin medida. Pero la mera percepción de esa adoración sobrepasa la realidad de lo que significa serlo. Un ambiguo punto de vista que hace de A Different Man una obra rara.