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A Complete Unknown: el arte de ser uno mismo

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Buena parte de la película de James Mangold medita sobre la forma en que Bob Dylan encarnó los cambios de la cultura pop por un cuarto de siglo. Pero más allá de eso, la cinta también analiza la percepción del tiempo, el talento y el poder espiritual en una época complicada. Todo con una banda sonora de primera que asombra por su estupenda selección. 

En A Complete Unknown la música es la columna vertebral para contar la historia. Pero antes que eso, el carácter extravagante, extraño y subversivo de Bob Dylan se convierte en un territorio movedizo y complicado, que se hace cada vez más denso a medida que avanza la historia. Interpretado con sutileza matizada por Timothée Chalamet, el cantante real emerge en la ficción como una estructura de pequeñas contradicciones. Desea ser reconocido y amado, pero a la vez se oculta. Desea la libertad, pero a su vez, la vida que aspira es un regreso al hogar psicológico y emocional.

De modo que la cinta de James Mangold, transita a través de varios puntos distintos. Por un lado, es una historia de crecimiento, que emparenta con la habilidad de Dylan para encarnar a la complicada cultura pop norteamericana con la visión acerca del arte para ser interlocutor de una generación.   a cuestas, una noción muy precisa sobre el peso histórico de la época que le tocó vivir y sobre todo, esa inteligente perspicacia que le permitió comprender los matices de la cultura donde nació, Dylan se convirtió en un trovador moderno. En un símbolo de la cultura pop, casi sin desearlo y mucho menos, intentarlo. Algo que la película de Mangold refleja a cabalidad. 

Mucho más en la forma en que la cinta profundiza en el cantante, ambiguo, esquivo y que parece desaparecer a menos que pueda cantar. La cinta recuerda constantemente lo mejor del libro en que se basa — Dylan Goes Electric! por Elías Wald — y la forma en que el texto explora en un punto de inflexión en la vida del autor. Eso, al explorar en diversos cambios en su forma de asumir su carrera y la composición. En especial, el cambio de la guitarra acústica al instrumento eléctrico. Puede parecer un detalle menor, hasta que la cinta analiza con cuidado qué hace a Bob Dylan ser quién es y en particular, el alcance de su legado. 

Para Dylan de la ficción y como lo imagina James Mangold, la música ha sido siempre un vehículo, una construcción elaborada sobre un motivo y una herramienta de expresión cultural. Pero además, una reflexión muy específica sobre lo que la música puede ser como reflejo de la sociedad que la construye. La música como herencia y sobre todo, como visión más allá del tiempo como elemento social. A Complete Unknown encuentra sus mejores momentos cuando dedica su esfuerzo en analizar las capas de la personalidad de Dylan, antes que minimizarlo en la idealización. Lo que brinda tanto a Chalamet la oportunidad de crear un personaje enigmático bajo la apariencia de la caracterización.

La música lo es todo 

La película tiene un enorme mérito en lograr conjurar todos los aspectos de la personalidad y quehacer artístico del músico. Por lo que el guion de Jay Cocks y James Mangold, logra mostrar esa duplicidad con fluidez. Una reflexión que engloba no sólo el sentido frágil con el que Dylan analiza sus obras, sino también, esa noción sobre su legado que pareció tener muy claro desde sus inicios. Para Dylan cantar y sobre todo escribir música, es la apoteosis de su mundo espiritual. Y de esa manera, lo muestra la cinta.

Además, Mangold toma algunas decisiones artísticas interesantes, que profundizan en el tono y ritmo de la película. Chalamet tiene la apariencia frágil y andrógina de un joven Dylan. Pero mucho más, la de un personaje al extrarradio, que se mueve en diferentes escenarios. Con todo su aire de trovador moderno, la insólita mezcla entre intelectual y algo más callejero, la música del Dylan de Mangold desborda cualquier intento de clasificar a priori sus intenciones. Como si se tratara de una percepción de la música como una idea enraizada en lo que suponemos puede ser la música: ese reflejo dinámico y elemental sobre la identidad conjuntiva de la cultura.

Lo que. claro está, coincide por completo con el aire de sofisticado pesimismo de la película. De Minnesota (radiante e ingenua), a la Nueva York bajo el invierno. El retrato de Dylan profundiza en la belleza y la ternura, también en sus momentos más oscuros. Quizás, si algo se echa de menos en la cinta, es la incapacidad que Mangold tiene para ser más que un buen narrador. Sus digresiones son pocas y también, la audacia para narrar su punto de vista. Por lo que la cinta peca de sobria y en ocasiones, de un estudio bien intencionado de un hombre complicado. 

Pero al final, la obra rinde homenaje no a Dylan, sino a la época que representó. Por lo que capta ese sentido eternizado de pertenecer — y ser — parte de una evolución de la que es símbolo. A la vez, le sobrepasa. De modo que conecta con el bien y el tiempo de una manera sugerente y amable. Lo que le conecta con el hombre real. Después de todo, luego de ganar el Nobel de Literatura en 2016, Dylan llegó a confesar que durante buena parte de su vida ha luchado contra la posibilidad del olvido y también, de la necesidad de trascendencia, como si ambas cosas tuvieran una relación intrínseca en su labor artística. «Yo quería hacer algo que perdurase junto a los cuadros de Rembrandt», confesó en una ocasión, intentando explicar su afán por comunicar algo más elaborado que una mirada superficial sobre la realidad. Algo que A Complete Unknown muestra por completo. 

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