Treinta años después, en 1952, en una entrevista a la revista Tópicos de la Royal Dutch Shell, el obrero petrolero Samuel Smith recordó cómo brotó de las entrañas de la tierra un inmenso chorro de aceite negro a partir de las 4:30 de aquella calurosa madrugada del jueves 14 de diciembre de 1922 durante 9 días consecutivos.
Como si fuera ayer, rememora lo que ocurrió luego de perforar unos 1.400 pies en el pozo Los Barrosos 2 del campo La Rosa, en Cabimas, estado Zulia: «De repente se oyó un ruido extraño, espantoso, y de pronto surgió del suelo un grueso chorro de petróleo de unos 25 cm de espesor. El asombro fue general, y la cuadrilla de seis hombres que estábamos perforando pusimos pies en polvorosa. El chorro se elevó como a tres o cuatro veces la altura de la cabria”.
En su evocación relata que «a las pocas horas», ante aquel pandemónium de la naturaleza: “Repuestos ya todos del susto, volvimos poco a poco al lugar de trabajo y ya la corona de la cabria no estaba en su sitio. A los pocos minutos del reventón ya se había convertido el suelo en una laguna. La Compañía ordenó hacer un muro de protección para evitar que el líquido se fuera al lago, para lo cual se emplearon hombres que fueron traídos de todas partes. En las ferreterías de Maracaibo se agotaron las existencias de picos, palas, machetes y hachas. En el pueblo de La Rosa todo era confusión y miedo. Las familias emigraron, unas por temor y otras porque el rocío, una verdadera lluvia de petróleo, todo lo empapaba”.
La lucha por dominar aquel sorpresivo gesto de la naturaleza fue el objetivo de la Shell, empresa angloholandesa concesionaria del fabuloso pozo petrolero. Por cierto, en aquel evento con características de terremoto «no hubo desgracias personales que lamentar, y eso se debe al valor y la actividad del Superintendente, Sr. Brack, quien se tiró a la calle y aconsejó a las familias no encender fuego, recomendándoles la conveniencia de mudarse”.
A recoger el derrame
En la emergencia fue llamado, entre otros, el trabajador petrolero Luis Julio Pacheco, también entrevistado en la publicación, quien se encontraba trabajando en los edificios de la Compañía en Maracaibo y dice haber recibido órdenes de trasladarse «a Cabimas con el fin de dirigir los trabajos que se requerían urgentemente para evitar el esparcimiento del petróleo que a gran presión brotaba de las entrañas de la tierra».
La dimensión del asombroso hecho requirió de una rápida estrategia que permitiera aprovechar al máximo lo sucedido.
“Como no se esperaba -cuenta Pacheco- un pozo de tal magnitud y con semejante potencia, no se disponía de elementos suficientes para su debido control, transporte y almacenamiento. Por consiguiente, la tarea principal consistió en abrir contrafuegos y almacenar la mayor cantidad de petróleo en un tanque natural de tierra, construyendo un muro en la depresión natural o salina que existía entre Cabimas y La Rosa, en el cual llegó a depositarse una cantidad considerable. Al mismo tiempo tendíamos tuberías y montábamos bombas y calderas, y construíamos un muelle provisional para poder embarcar el petróleo, ya que en La Rosa solo había un tanque de 55.000 barriles, o sea la mitad de la producción diaria, que se calculó en unos 100.000 barriles”.
El testimonio de Smith también ofrece otros detalles del esfuerzo humano por doblegar la indómita naturaleza de aquel suceso y cómo fue aprovechado: “A todas estas el petróleo seguía acumulándose. Imagínese que era un charco inmenso, que ocupaba el área comprendida entre La Salina y El Cardonal, teniendo un promedio de un metro de profundidad, llegando a alcanzar en algunos lugares a más de dos metros. Se construyó una planchada a la orilla del Lago, por los lados de La Montañita y hasta allí se tiró una tubería que iba directamente a los tanqueros. Durante cinco o seis meses estuvimos bombeando petróleo día y noche”.
Sobre aquellos memorables días, Alcibíades Colina, es otro trabajar petrolero que aporta sus recuerdos: “En principio éramos solamente seis trabajadores. Pero después fueron cientos. La noticia corrió por todas partes y la Compañía comenzó a contratar gentes para trabajar. En burros, mulas, carretas de bueyes, piraguas y camiones llegaban a ver el lago de petróleo y a buscar trabajo. Fue algo realmente asombroso, sensacional”.
Entre otros, estuvo también en el sitio el científico Henry Pittier, testigo privilegiado, quien consideró que el «diámetro de la columna era como de 30 centímetros y su elevación pasó de 100 metros (…). «Yo vi el chorro el 21 de diciembre desde El Carmelo, en la margen opuesta del lago, de donde simulaba una pluma de avestruz puesta verticalmente, pero se pudo también contemplar desde los techos de Maracaibo, esto es a una distancia de no menos de 35 kilómetros». En los 9 días que permaneció el fenómeno «se perdió una cantidad de petróleo superior -prosigue- a todo el que produjo anteriormente Venezuela y que un día del chorro daba más de los que exportaba anualmente el principal concesionario, esto es 115.000 barriles».
Aparece San Benito
Aquellos hombres coinciden en que «la misma fuerza del chorro causó la obstrucción de su canal que se cegó por sí solo», como relata Pittier.
Incluso Colina se atreve a decir: “Yo creo que la fuerza del petróleo arrastró alguna piedra un poco grande y está se atravesó en la abertura. Fue algo grandioso”.
Pero en el pueblo en general la creencia fue otra, más asociada a las creencias mágico-religiosas que son siempre las más repetidas explicaciones para los sucesos naturales impactantes.
Smith, quien también sostiene que «eso fue obra de la naturaleza», apunta que «los creyentes en San Benito aseguran que fue el Santo quien lo hizo».
Y a propósito comenta: “En La Rosa había un señor Arrieta, que era el ‘Vasallo’ de San Benito. Este señor acostumbrado como el resto de la población, dijo que solo su Santo podría contener el chorro y fue, acompañado por un grupo, a sacar el Santo, con sus respectivos tambores. Horas después se paró el chorro en forma espontánea. Fue la arena que arrojaba el pozo la que obstruyó la tubería y contuvo el torrente, más en la creencia popular se aferró la idea de que había sido el Santo”.
No todos eran ignorantes
El acontecimiento repercutió no solo en los ámbitos del territorio nacional sino también en el extranjero y que «miembros de la gerencia -recuerda Pacheco- viajaron al sitio en cuestión desde Londres, Nueva York y Caracas».
Pero «la Venezuela de 1922 -apunta Arturo Uslar Pietri en su Discurso de Incorporación a la Academia de Ciencias Políticas y Sociales, en 1955- no se dio cuenta de la completa significación de aquel suceso. Los periódicos del 22 de diciembre lo comentaron de una manera superficial. Más importancia parecía tener la noticia de que un agitador italiano, jefe de un grupo de camisas negras. En los cinco días siguientes no se dijo nada más. Había muy pocos venezolanos que tuvieran un verdadero conocimiento de lo que el petróleo significaba en el mundo. Y nada se sabía de cierto de la naturaleza de nuestro subsuelo».
Al respecto, comenta Rafael Arráiz Lucca: «Esto es cierto en lo que atañe a la mayoría, pero las autoridades y los terratenientes si sabían de qué se trataba el petróleo y cuales eran sus posibilidades. De hecho, los entendidos para 1922 se movían en automóviles de gasolina y conocían la importancia decisiva que tuvo el petróleo durante la Primera Guerra Mundial. De modo que la observación de Uslar es más sociológica que referida a las élites pero no por ello menos pertinente».
Venezuela era todavía un país agrario, bastante atrasado, asaltado por el paludismo y el analfabetismo.
-«Vale la pena – dice Uslar – lanzar una mirada al país en que brota el famoso chorro de La Rosa. Su población sobrepasaba escasamente las 2.800.000 almas. Solo una ciudad, Caracas, tenía más de 100.000 habitantes. Fuera de la navegación por costas y ríos, que era ocasional y lenta, no existía, prácticamente, comunicación entre las distintas regiones. Había unos setecientos kilómetros de ferrocarril, y un millar de kilómetros de carreteras de tierra, estrechad y mal trazadas. En la ciudad de Caracas sólo había un mediano hotel digno de ese nombre y dos salas de cine. De Caracas a Barquisimeto, a Higuerote o a Maracaibo se iba por mar. El Presupuesto de gastos fue de 72 millones de bolívares. El total de lo asignado para Obras Públicas Es de 8.290.000. El total de lo asignado previsto para Instrucción Primaria de 2.518.000 bolívares. Para total del Situado Constitucional apenas sobrepasaba los 5 millones. Para Inmigración y Colonización había 100.000 bolívares. El valor de las importaciones alcanzó a 125 millones. Por año y por habitante el Presupuesto representaba 26 bolívares y las importaciones 44.
«El vellocino petrolero»
Las fechas patrias suelen estar reservadas, casi exclusivamente, para los grandes acontecimientos políticos o militares determinantes en la formación de la nación.
Los sucesos naturales o de otra índole casi nunca son considerados merecedores de celebraciones nacionales, como si poco o nada tuvieran que ver con la construcción nacional.
El 14 de diciembre de 1922 es una de esas fechas, y la razón es demasiado contundente: desde entonces nunca más fuimos los mismos. El país que pintó Uslar en su discurso, en muy breve tiempo se transformó profundamente.
Ese día se produjo un suceso natural y económico a la vez tan determinante en la construcción nacional que por su importancia y trascendencia bien debería tener lugar preponderante en el calendario de las efemérides venezolanas.
El acontecimiento fue noticia en toda la prensa mundial, súbitamente Venezuela se perfiló como una de las grandes naciones petroleras del mundo.
El enorme chorro de petróleo apagaría la incapacidad de la endeble economía venezolana para atraer capitales, queja extendida durante todo el siglo XIX y primeras dos décadas del XX
En lo adelante las inversiones extranjeras inundarían el país para extraer el jugo negro del subsuelo.
El crecimiento económico fue inusitado, el valor de las exportaciones petroleras superó con creces, en 1926, el de las de café y cacao.
En 1928 el país se convirtió en el primer exportador mundial de crudo pocos años y lo fue por cuatro décadas.
El caudal de recursos fue tan grande que permitió al gobierno dictatorial de Juan Vicente Gómez cancelar por completo la deuda externa de la nación en 1930, un mal endémico padecido por la nación por más de un siglo convirtiéndose en excusa para el atropello imperial como sucedió con el bloqueo de los puertos venezolanos en 1902.
El despegue económico cambió la faz de una Venezuela atrasada que Mariano Picón Salas describe con singular maestría: “Los venezolanos del siglo XIX y de las dos primeras décadas del siglo XX –hasta que comenzó a explotarse el vellocino petrolero– vivían mediocremente, continuamente consternados por el caudillo que ‘se alzó’, la guerra civil que no permitía recoger bien las cosechas y la fluctuación de precios en sus escasos productos de exportación –el café, el cacao, los cueros–; la estrechez de nuestros presupuestos de entonces, que más que pagar adecuadamente los servicios públicos, parecían dádivas de hambreados, y una remota esperanza que al fin habría de llegar. Con los frutos de la tierra, con la democrática caraota, el cazabe y la arepa y el tasajo llanero y la tacita de café amoroso que despertaba la imaginación, se pasaba la vida y se conjuraba un futuro lejano y siempre inaccesible».
El país cobra forma nacional
Los ingresos petroleros permitieron la modernización del país que sirvió de base material para la formación del Estado nacional. Se aceleraron los esfuerzos iniciales que venían dirigidos al fortalecimiento del aparato político-militar desde el 23 de mayo de 1908 cuando se había inaugurado el edificio de la Academia Militar, construido en las inmediaciones de la Planicie del Observatorio Cajigal, pero su funcionamiento se inició el 5 de julio de 1910 cuando es inaugurada y comienza a funcionar la Escuela Militar.
Igual vigor recibe la construcción de carreteras centrales en los estados de la república estipulada en el decreto del 24 de junio de 1910 del general Juan Vicente Gómez, para lo cual se destinaría 50% de la partida anual del Ministerio de Obras Públicas.
Para 1934, de acuerdo con las cifras oficiales, el impulso de los ingresos petroleros había permitido que la red de carreteras fruto del decreto del 24 de junio de 1910 registrara una extensión total de 9.123 kilómetros.
La extensa red de carreteras no solo facilitaba el desplazamiento de la Fuerza Armada Nacional para el control del territorio sino que le daba integración económica y fisonomía nacional al país.
El boom petrolero iniciado en Los Barrosos 2 impulsa nuevas estrategias de poblamiento del territorio y mejora la alimentación, la salud, la educación y la sanidad de la población produciendo una verdadera revolución demográfica, la población se vuelve urbana y crece con un vigor sin precedente.
La explotación petrolera precipitó la urbanización demográfica del país, en menos de 50 años pasó de 15% en 1926 a 53,3% en 1950 y a 76,7 en 1971, para tener una idea de la vertiginosa velocidad de este proceso es bueno referir que el mismo había tomado más de un siglo en países como Inglaterra, Alemania y Estados Unidos.
Además de la transformación material del país, con la explotación del «vellocino petrolero», según la llamó Mariano Picón Salas, vino también una manera de ver e interpretar el cambio que ocurría. La profunda modificación que experimentaba el espacio nacional no pasó inadvertida, se escribieron agudas páginas que arrojaron luz sobre el fondo de cuanto sucedía. Pero eso será materia de la segunda parte de estas notas.
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