Al cumplirse este mes diez calamitosos años del inicio del conflicto en Siria, es pertinente evaluar sus resultados en los diferentes aspectos, como consecuencias del enfrentamiento que tal vez sea en el que han intervenido la mayor cantidad de actores, tanto las fuerzas gubernamentales y antigubernamentales del país, como algunos países europeos, americanos y vecinos asiáticos. Rusia y Estados Unidos de América han tenido destacados roles, así como las diferentes fuerzas terroristas aliadas y opositoras.
Aquellas revueltas iniciadas previamente en otros países árabes como Túnez, Egipto y Libia, hicieron su aparición en Siria el 15 de marzo del 2011, específicamente en Daraa, en el sur del país. Todo ese movimiento regional que fue involucrando rápidamente a la mayoría de los países árabes con mayor o menor intensidad, fue denominado Primavera Árabe, con la pretensión, según algunos medios de comunicación, sobre todo extranjeros, de una remodelación política en los países de la región, esto es, el establecimiento de “verdaderas democracias” y el “mejoramiento del nivel de vida” de los ciudadanos.
Hoy los resultados no tienen nada que ver con el concepto primaveral que caracterizó aquella ilusión de unos y ambición de poder y control regional estratégico de otros. A los diez años del estallido de protestas contra el presidente de Siria, Bashar Al Assad, Siria está en ruinas. Su tejido social, político, económico y prácticamente todas sus infraestructuras han quedado destruidas, ha sufrido lo que Sami Nair llama “la mayor catástrofe humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial”. Como resultado se tiene que actualmente hay, según Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para Refugiados), 5,6 millones de refugiados sirios en todo el mundo, especialmente en los países vecinos destacándose Turquía, Líbano, Irak y Jordania, que están haciendo esfuerzos tremendos para atender los refugiados sirios. Estos refugiados, sumados a los 6,2 millones de desplazados internos, hacen que la mitad de la población del país se ha visto obligada a dejar hogares y trabajos, muchos de ellos en asentamientos informales y campamentos debido a la falta de vivienda causada por la enorme destrucción de la guerra, 69% de las familias quedan en pobreza extrema; el doloroso resultado de víctimas en estos 10 años se eleva a 600.000, un tercio de ellos civiles. A este lamentable episodio además se le sumó la crisis del coronavirus, muy letal en los campamentos superpoblados y asentamientos informales. El Banco Mundial estima en más de 300.000 millones de euros la factura económica de la guerra para la reconstrucción de infraestructura e industria (tres veces el PIB de Siria de 2010, previo al conflicto).
En lo referente a controles territoriales, el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos (OSDH) estima que el Ejército sirio controla 53% del país, el terrorista Estado Islámico hoy tiene 10%; los kurdos, apoyados por Estados Unidos, tienen 25%; y otros insurrectos tienen hoy el 12%.
El ministro de Desarrollo de Alemania, Gerd Müller, en un artículo de opinión publicado en el diario alemán Welt am Sonntag, aseguró que «este terrible décimo aniversario del conflicto sirio debe ser una llamada a la comunidad mundial para mostrar la solidaridad internacional. Desafortunadamente la comunidad internacional no está haciendo lo suficiente” (Gerd Müller ministro de Desarrollo Federal de Alemania, “Siria es la mayor tragedia de este siglo”, diario alemán Welt am Sonntag , 13.03.2021).
Tras diez años de violencia, destrucción y muerte, la crisis de Siria todavía no se detiene, la agresión continúa. El país está atravesando uno de los peores momentos de su historia moderna, porque aunque a nivel militar se ha reducido exponencialmente la violencia, las sanciones y la campaña de máxima presión continúan en una posguerra en la que el hambre prevalece. Los precios de los alimentos han aumentado un increíble 230% en un año. Las agencias de ayuda de las Naciones Unidas tienen un requerimiento de 10.000 millones de dólares para la crisis de Siria, se han honrado menos de la mitad, faltan 5.400 millones. Luego de 4 intentos, el Consejo de Seguridad de la ONU autorizó la semana pasada la ayuda humanitaria, desde Turquía al norte de Siria, a través de un solo cruce abierto, Bab Al-Hawa, obviamente insuficiente. Bashar Al Assad está librando una guerra contra la carencia y el hambre de la población, en un país que está aislado dadas las sanciones de Estados Unidos de América y la Unión Europea. Titulares como “EE UU golpea al gobierno sirio con nuevas sanciones para empujarlo a terminar la guerra” (France 24, Julio 2020), y “La UE extiende sanciones contra el régimen sirio” (Anadolu Agency, Mayo-2020) son frecuentes encabezamientos en la prensa internacional, alegando que desde 2011 se han implementado medidas de restricción en respuesta a la violenta represión de la población civil en Siria por parte del gobierno de Bashar al Assad. La realidad es que si bien es cierto que todas estas medidas afectan a los gobernantes, quienes terminan sancionados fuertemente son los gobernados, los ciudadanos que sufren la escasez, la insalubridad, la inseguridad. Seguir enumerando todos los males que padecen hoy los sirios es admitir con dolor que en pleno siglo XXI siguen las injusticias sociales, las injerencias de las potencias y la ambición del poder en sacrificio de lo humano.
El anhelo del ciudadano sirio hoy es vislumbrar una perspectiva de paz duradera y un retorno a su condición de vida disfrutada antes del 15 de marzo de 2011. La base de esto es un nuevo intento de una verdadera solución política en manos de Las Naciones Unidas y de la Unión Europea. Los días 29 y 30 de este mes se celebrará la quinta conferencia en Bruselas sobre el futuro del país, con la participación de gobiernos y organizaciones internacionales, así como de la sociedad civil siria. La situación no permite incurrir en negociación, solo priorizar el beneficio del ciudadano, del habitante, del individuo sirio.
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