OPINIÓN

99 globos rojos

por María Alejandra Aristeguieta María Alejandra Aristeguieta

En 1983 el grupo Nena hizo muy famosa una canción new wave alemana llamada “99 Luftballons” que hablaba de cómo el acto inocente de 99 globos rojos volando en el horizonte son identificados por un general como una agresión al espacio aéreo de su país y desatado una guerra nuclear.

La letra nació de la inspiración de uno de los jóvenes miembros de la banda, quien, durante un concierto de los Rolling Stones en Berlín Occidental en el que lanzaron globos de helio al cielo, se preguntó qué pasaría si esos globos volaran por encima del muro que partía la ciudad en dos y llegaran a Berlín Oriental, capital de la entonces comunista República Democrática Alemana. En medio de la excitación del concierto, el joven pudo, sin embargo, imaginarse un mundo distópico en el que aquel vuelo de 99 globos por el horizonte pudiese desencadenar una reacción soviética de proporciones tales que se dispararan todas las alarmas nucleares y que, al atacar, todos los países reaccionaran en cadena. La canción no hacía más que poner de manifiesto los miedos que sentía la juventud alemana, epicentro de la división geopolítica del mundo, ante un futuro incierto causado por el ambiente de tensión y escaladas permanentes características de la Guerra Fría, y muy particularmente, en un período de intensificación de la carrera armamentista a finales de los años setenta y principio de los ochenta en el que tanto la Unión Soviética como Estados Unidos trataban de mostrar su superioridad a través de la retórica política, ejercicios militares y despliegue de misiles y armamento (capaces de aniquilar buena parte de Europa, y sobre todo, Alemania), así como a través de la diplomacia hacia países parte de sus respectivos ejes de influencia.

Con su tono acelerado y sus palabras irónicas, la canción encerraba también críticas a la ligereza con la que se manejaba la amenaza nuclear tanto en los medios de comunicación, como en el mundo del espectáculo y entretenimiento en el que aparecían con frecuencia referencias al botón rojo que cualquiera podía accidentalmente apretar, en una especie de pulsión colectiva que no hacía más que echarle, tal como decía la propia canción, cerillos encendidos a los bidones. Tal fue el éxito de la versión alemana, que un año después aparecía una versión aún más incisiva en inglés en la que se describía un mundo aterrorizado que hace saltar la máquina de la guerra, y en el que 99 ministros se reúnen 99 veces para tomar 99 decisiones y sacar a las tropas en medio del éxtasis de ver finalmente su sueño hecho realidad. Ambas versiones, como es de suponer, terminan describiendo un mundo devastado en el que ya no quedan ni generales ni aviones, pero tampoco ciudades, y en medio de aquella destrucción, aparece un globo rojo, que la protagonista lanza de nuevo al aire.

No obstante lo lejano del escenario descrito arriba, cuarenta años más tarde aparecen en nuestro horizonte otros “globos rojos” que inocentemente vuelan por el espacio aéreo de Estados Unidos, Costa Rica y Colombia y que solo cuando Estados Unidos derriba uno de ellos, China condena la acción al tiempo que los identifica como propios y los describe como globos destinados a fines científicos meteorológicos que se desviaron por fallas técnicas y aparecieron en cielo estadounidense y latinoamericano. No sabremos con certeza las características ni objetivos de los artefactos hasta que los expertos estadounidenses hayan analizado los desechos que cayeron al mar, derribados por su fuerza aérea.

Mientras tanto, Biden ha aprovechado el hecho, ocurrido en vísperas de su intervención anual sobre el Estado de la Unión, para escalar la retórica, postergar el viaje de su secretario de Estado a China como una acción simbólica de nuevo enfriamiento de las relaciones, para así mostrar firmeza y aglutinar la nación en torno a sí mismo y de cara al (potencial) enemigo. Asimismo, no escapa la posición asumida por el presidente de Colombia, viejo aliado de Estados Unidos, que no solo no condenó el sobrevuelo del globo chino sobre su espacio aéreo, sino que anunció su viaje a China con el fin de buscar financiamiento para una nueva construcción del metro de Bogotá.

En un tiempo signado por el posicionamiento geopolítico del mundo posguerra fría en franco reacomodo y en el que Rusia y China trabajan concertadamente para abrir frentes simultáneos de tensión, como la guerra en Europa o los misteriosos globos, elementos como la retórica política de los distintos actores que repite su tono incrementalista del pasado, o las alianzas y los nuevos ejes de influencia, e incluso la amenaza cada vez menos latente y más presente de una escalada nuclear, nos dan señales tanto del camino que estamos transitando como del camino que corremos el riesgo de transitar.

Por eso, si yo me acuerdo de la canción de los 99 globos rojos y lo que ella representaba, Biden, Xi Jinping y Putin se deben acordar de mucho más, por lo que deberían seriamente pensar en poner sus cerillos lejos de los bidones.