OPINIÓN

4 de febrero de 1992

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

Estoy sentado frente a la computadora y siento que navego en el limbo. Veo el teclado, luego el monitor, me alterno en distribuir mis miradas una y otra y vez, y experimento la incapacidad de articular oraciones coherentes, debido a que siento que lo he dicho todo, con respecto a la realidad de mi país. Me estiro, traqueteo mis dedos, a ver si con ese ejercicio, fluyen con más facilidad las ideas y caigo lamentablemente en un bucle repetitivo de pensamientos, que lo que hacen es expresar que estoy inmerso en una realidad, que desde hace más de veinte años no muestra signos de salida alguna y con el pasar del tiempo, más bien se ha consolidado.

Entonces me toca mirar por la ventana, otear en el horizonte, a ver si consigo respuestas que me puedan ayudar a hilvanar razonamientos coherentes, para así construir mi disertación. Pero, comienzan los peros, llego a la conclusión de que el grave problema de la sociedad venezolana es que el régimen ha incentivado, motivado y promocionado la ignorancia, para que de esta manera, debilitar las bases de la democracia.

Todo comenzó ese fatídico 4 de febrero de 1992, cuando un teniente coronel, a través de un sangriento golpe de Estado, quiso a trocha y mocha implantar un pensamiento político militar, que lo logró unos años después, cuando alcanzó ser elegido presidente de la república. El venezolano, buscando un salvador, un redentor, terminó abrazando al más grande populista de la historia contemporánea venezolana.

Hugo Rafael tomó en cuenta dos variables para consolidar su hegemonía. Por un lado, aprovechó el espíritu de desigualdad económica de nuestro país, para incentivar el odio entre los ciudadanos e inventarse una supuesta lucha de clases, para así polarizar a la nación. Al mismo tiempo, vendió la idea de una igualdad extrema, para incentivar la ilusión y la esperanza de lograr una mejor calidad de vida para todos, pero lo que nos llevó fue inexorablemente a la conducción más feroz de despotismo, que no se veía desde los tiempos de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.

En estas dos décadas, la revolución bolivariana ha inmerso al país en el más absoluto silencio, torpedeando los medios para resolver los problemas e incentivando la anarquía y el caos, para lograr mantener así a la sociedad dividida. Y al mismo tiempo, sostener la censura para esconder y edulcorar la verdad, a su vez se han especializado en el chantaje, acoso, persecución y encarcelamiento de todos aquellos que osan levantar su voz, para protestar y reclamar sus derechos. Ya en el país hay una sola opinión, un solo pensamiento, una sola forma de hacer las cosas, lo demás no cuenta, el espíritu crítico ha desaparecido, la tolerancia ha desaparecido, el libre albedrío ha desaparecido.

Por lo tanto, la mentira forma parte del hombre nuevo, construido en estos veinte años. Es tanto el daño que han hecho, que el venezolano para sobrevivir debe saber surfear el engaño, el fraude, ya que hemos comprobado que con la verdad no se logra alcanzar la justicia y la paz. Pero, seguimos con los peros, debemos aprender a leer entre líneas, la cual consiste en que el populismo, el culto a la personalidad y el endiosamiento del líder, es directamente proporcional a la debilidad institucional y a la separación y autonomía de los poderes públicos. Lo anterior conlleva, sin parpadeo alguno, hacia la más abyecta y radical corrupción del Estado.

Y llegamos nuevamente a un 4 de febrero, pero de 2022, fecha para olvidar lo sucedido hace treinta años. En el cual la revolución, que no ha sido tal, ha exaltado la violencia guerrera de esa pesadilla, atacando fervientemente cualquier indicio de inteligencia. Venden el patriotismo como pan, porque es el único refugio para esconder esa infamia. Porque esa acción marcó un antes y un después en la vida republicana venezolana, procurando mantener a toda la nación en la sumisión más absoluta, tratando de convertirnos en esclavos de un pensamiento único, aderezada todo el tiempo con una constante acción del engaño y la mentira.

Han hecho de la exaltación de la violencia y la militarización del pensamiento, su eje principal para instaurar su régimen, desapareciendo de un plumazo la democracia, instaurando un gorilato que tiene como fecha de nacimiento ese 4 de febrero de 1992. Y lo que es peor, tienen la osadía, años tras año, en vender al mundo su dignidad golpista, justificando una supuesta lucha para redimir al pueblo, pero su prosa está escrita con la sangre de las víctimas inocentes que dieron su vida para salvaguardar nuestra libertad, nuestro pluralismo, nuestra tolerancia, imperfectas todas, pero nuestras.

Es obvio que el 4 de febrero de 1992 quebró la institucionalidad del país y seguimos sumergidos en la ruptura de la nación, sin tener posibilidades de salir de ese agujero negro, que a pesar de las luchas de los ciudadanos y de la instauración de un gobierno paralelo y ficticio, no se ha logrado consolidar el cambio, por ahora.

Como sociedad, no nos hemos dado cuenta de que los incompetentes se han instalado en el poder y en cada paso, en cada decisión, en cada alocución, demuestran que sólo a través de la violencia, sea verbal como física, logran imponer sus ideales. A pasos de vencedores, han consolidado su utopía socialista, en el cual exaltan una supuesta igualdad, pero convirtiendo a los venezolanos en miserables, mientras ellos se regodean con el dinero mal habido y mostrando un tren de vida como el más exitoso de los capitalistas.

Para sostenerse en el poder, han debido politizar el estamento militar, convirtiendo a las fuerzas armadas en su guardia pretoriana, en el cual la consigna que los distingue ahora es que el comandante eterno vive y la lucha sigue, pura pendejadas ideológicas, para los idiotas sin cerebro.

Ya en Venezuela no existe el imperio de la ley ni la autonomía de los poderes públicos, lo que prevalece son las arbitrariedades de todo un aparato que se ampara en la impunidad en su accionar, en pocas palabras, quítate tú para ponerme yo, ese es el canibalismo del siglo XXI, en el cual solo unos pocos disfrutan de las dádivas del Estado, mientras otros tratan de mantener la cabeza fuera del agua y no ahogarse por el chantaje, la persecución y el encarcelamiento. Lamentablemente, la desgracia no se cansa de perseguir al venezolano.

Gracias a los acontecimientos del 4 de febrero de 1992, hemos venido perdiendo nuestra identidad, hasta llegar al punto de convertirnos en un apéndice de Cuba y en una colonia de Rusia, que por cierto, en días pasados, en declaración de uno de sus voceros, ya disponen de nuestro territorio para hacer y deshacer, es decir, con colocación de misiles incluidos. Menos mal que el eterno comandante buscaba afanosamente un mundo multipolar. Misterios de la ciencia.

Lo que sí ha logrado el proceso bolivariano en estos veinte años es consolidar los delirios socialistas, que consisten en el incremento geométrico de las expectativas negativas de los venezolanos. Porque de verdad, discutir con un chavista para que reflexione, se corre el riesgo de tener siempre la razón, ya que estos individuos se escudan en una supuesta moral bolivariana y así cubrirse con un manto de inexistente dignidad patriota.

Pero, nos persiguen los peros, hay que apelar a la historia, para entender nuestro presente y es harto conocido que el comunismo es una utopía aberrante, en el cual lo que destaca son las injusticias, las desigualdades y el atraso, sumergiendo a la población en el miedo para que así pueda perder su dignidad, porque el ciudadano ha olvidado la opción de hacer lo que debe hacer, para garantizar así su libertad.

Además, debemos tener en cuenta, que somos una nación en la cual el pueblo ha perdido su conciencia y ha optado por aceptar una realidad que no avizora cambio en el mediano plazo. El socialismo del siglo XXI, es un recetario que tiene como ingredientes la destrucción, la ruina, la miseria y las violaciones de los derechos humanos. Es un dogma que destaca el odio, la intolerancia al que piensa diferente, la exclusión, la persecución y el encarcelamiento de aquellos que osen desafiarlos.

En pocas palabras, la vida de los venezolanos se ha convertido en un azar de sobrevivencia y casualidades itinerantes. En una nación en la cual manda la ignorancia, porque como sociedad hemos caído en el abismo de la mediocridad revolucionaria.

Eso fue lo que implantó ese fatídico 4 de febrero de 1992, una distribución equitativa de la miseria, pero, de nuevo un pero, los revolucionarios se han dado cuenta de que su novela bolivariana no da para más, por eso culpan a otros de su incompetencia, además, de apelar al terrorismo de estado, para seguir disfrutando de las mieles del poder. Pero, el pero del estribo, mejoraremos como nación y desarrollaremos nuestra sociedad en la medida que dejemos de lado la utopía del mesías imprescindible y como ciudadanos sepamos conducir el destino del país, para sacarlo del paradigma del pobre país rico, así y solo así, lograremos el cambio que necesitamos, en paz y sin violencia, pero con determinación. No es con un gobierno paralelo, sino con conciencia de la venezolanidad, es como podemos rescatar nuestra democracia, porque la vida no hay que soltarla tan fácilmente.