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35 años de los Dragoon

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Está en el promedio de una generación. 35 años. El tiempo transcurrido desde que una columna de tanques Dragoon del Batallón Ayala ubicado en Fuerte Tiuna y a las órdenes del mayor José Domingo Soler Zambrano se dirigiera hasta la sede del Ministerio de Relaciones Interiores, en la avenida Urdaneta de Caracas. Era ¿coincidencialmente? un día de encargados en toda la cadena de mando de los tanques. Las responsabilidades se diluían en los «encargados». El doctor Simón Alberto Consalvi estaba encargado de la presidencia de la república por un viaje oficial del doctor Jaime Lusinchi. El general de división Juan José Bastardo Velásquez estaba «encargado» del ejército; el general de división José María Troconis Peraza, su titular, estaba también fuera del país. Y el teniente coronel Pablo Querales, el primer comandante de la unidad de tanques, estaba de comisión de servicio en Maracaibo, estado Zulia, de manera que el mayor Soler Zambrano estaba encargado del batallón. Solo el ministro de la Defensa, el general de división Ítalo Del Valle Alliegro, en la gráfica de los cuadros de formalidad de las fotografías escalonadas de la línea de mando que vemos en la recepción de las unidades militares, estaba en Caracas. Como cuando el dueño de la mansión se va y queda de jefe absoluto el mayordomo. Algo así. Un día de encargados, un evento inexplicable a la fecha -un cuento chino lo calificó Lusinchi en el tiempo- en el resultado de las investigaciones y todo un tiempo generacional transcurrido que ha ubicado a esa extraña, insólita y sorpresiva movilización de una unidad militar en el archivo correspondiente a un amplio repertorio de teorías que 35 años después orientan a una más contundente que las demás. La pieza que faltaba para poner a engranar todo un rompecabezas. En esa jornada de encargados había un encargo que se cumplió al detalle ¡Y cómo!

La tarde de los tanques es como si en ese diseño maquiavélico para fabricar un crimen perfecto para alguna de sus complicadas y laberínticas novelas, la carambola iniciada ese 26 de octubre de 1988 la hubiera concebido magistralmente Agatha Christie mientras fregaba una abultada batería de platos y cacharros de cocina de una cena familiar reciente. Una extraña llamada telefónica atribuida al general Bastardo Velásquez le ordena al mayor Soler Zambrano sacar unas unidades desde Fuerte Tiuna para proporcionarle seguridad a un sorprendido presidente (e) Consalvi. Este, con toda la proverbial tranquilidad merideña de sus lecturas y su vasta cultura, enciende uno de sus acostumbrados Cohiba Espléndidos certeramente guillotinado y entre las azuladas volutas que se elevan hacia el cielo de su sosiego le consulta telefónicamente al ministro Alliegro la novedad, quien mucho más atropellado por esa sorpresa inmediatamente ordena el repliegue de los Dragoon, la detención del mayor y el inicio de una investigación. Algo muy capitular y de escena donde Lady Yardly, la heredera natural de la inmensa fortuna de oro y aceros de su padre el quinto barón de Saint Thelis, abriera la puerta de la recámara principal de este para llevarle su acostumbrado té de las 5:00 pm y lo consiguiera más tieso que la pata de un perro envenenado y el último en haber compartido con él hubiese sido su mayordomo de origen italiano. Y entonces allí viene Monsieur Hércules Poirot, con su engominado y comiquísimo bigote y su peculiar método deductivo a resolvernos el caso. La novela nos atrapa desde el primer momento, nos amarra en una cómoda butaca, nos calza las pantuflas y hasta el final de la fantasía creada en el fregadero, las conclusiones de la investigación orientan tendenciosamente a lo de siempre. Fue el mayordomo. Scotland Yard se lleva detenido al encargado ítalo y la fortuna Saint Thelis es heredada entre un notable grupo de la familia que estaba como el caimán en la boca de un caño. Todo muy Agatha Christie, la reina de las novelas policiales. Con el único detalle que nunca se pudo determinar quién hizo la misteriosa llamada de esa tarde. Y desde ese día han transcurrido 35 años con sus meses, sus semanas, sus días y sus noches.

El caso de los tanques como se conoce en la opinión pública ha pasado a engrosar la lista de investigaciones chucutas, truncadas tendenciosamente para afectar a algunos y para beneficiar a otros. El expediente y sus ramificaciones han conseguido explicación racional en el tiempo con los otros eventos políticos y militares que se desarrollaron posteriormente. El desempeño de algunos de los participantes de esa tarde de sorpresas y sus roles el 4F, el 27N, en las elecciones de 1998 y por último durante los 25 años que corren de revolución bolivariana orientan a que el habilidoso método Poirot fracasó en esta ocasión y el mayordomo itálico era inocente. Pero era tarde, la herencia Saint Thelis ya había sido despalillada y asignada.

Una mañana de pancitos dulces y café con leche, los tertuliantes de la panadería del IPSFA vieron pasar al general del LTD azul caminando con el pug carlino Diosdado y la bulldog francés Delcy. Esta ya había pasado los apremios del celo y eso mantenía tranquilo al macho. El tema matutino de ese día era la movilización de los tanques Dragoon hace 35 años y el origen de la indescifrable llamada que libera los demonios de los eventos y desencadena el caso. “Fue Santeliz”, precisó el general cuando fue interrogado cordialmente sobre el autor de la enigmática orden telefónica para el mayor Soler. Después de saludar y sin abundar en ninguna explicación, para continuar con el paseo de sus mascotas. Al regreso, luego de haber dado una vuelta completa en el área de los almacenes militares se anima a complementar la primera afirmación con una amplia parrafada que no dejaba lugar a dudas: “El encargo era minar la ratificación del general Alliegro como ministro de la defensa y sacar de la línea de mando al general Troconis. Solo tienen que investigar quien tenía acceso militar directo al presidente Pérez en ese entonces para terminar de alimentarle la duda ante una decisión del alto mando militar que había que designar en julio de 1989.”  Lo demás es historia conocida.

Sin ningún cargo investigativo en la estructura de la seguridad y la inteligencia, y libre de atribuciones a lo Hércules Poirot, mientras interrogaban al mayor Soler Zambrano en la policía militar estaba allí de cuerpo presente el general Santeliz Ruiz, dragoneando, opinando y testimoniando para la sustanciación y el destino incierto del expediente, tan presente como lo estuvo extrañamente en el quinto piso del Ministerio de la Defensa, en el Palacio de Miraflores y en el Museo Histórico Militar el 4F; o en su cargo en el CNE después de la llegada de la revolución bolivariana mientras estuvo en vida

35 años de esa tarde de la columna de los tanques Dragoon desde Fuerte Tiuna hasta la esquina de Carmelitas y La Viñeta en el Círculo Militar. El encargo vespertino cumplió puntualmente en el tiempo con su cometido en ese momento de encargados. El general Alliegro no fue ratificado como ministro y el general Troconis fue sacado de la línea de mando. Y a partir de allí se abrió una caja de Pandora que rebota el 4 de febrero de 1992 y el 6 de diciembre de 1998. Desde ese entonces, la historia que se está escribiendo en la revolución bolivariana es distinta a la que esperaban algunos compañeros de conjura y amigos notables de históricas confabulaciones de Santeliz; a quienes este deja con los ojos claros y sin vista.

Ni Agatha Christie en varias jornadas de fregado de platos se hubiera exprimido tanto su imaginación para construir un crimen tan perfecto como el de los tanques Dragoon esa tarde de octubre de 1988. En algún momento se propondrá que el general Ramón Guillermo Santeliz Ruiz sea elevado a los niveles y los honores del Panteón Nacional.

 

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