OPINIÓN

30 de noviembre de 1952

por Rafael Rodríguez Mudarra Rafael Rodríguez Mudarra

Hoy 30 de noviembre del año que está por culminar se cumplen 70 años de haber sucedido en Venezuela un hecho histórico, hoy transformado en “hito,” cual ponemos al servicio de los que se han hecho defensores de nuestra ciudadanía, para que se abstengan de pensar en intereses personales y con el mayor  de los razonamientos entender que la  lucha por el rescate de la legitimidad de nuestras instituciones fuerza a una desprendida estrategia suficientemente activa, organizada con disposición, capacidad y concurrencia masiva para impedir la continuación en el Solio presidencial de un personaje, que hoy es aceptado como un idóneo sujeto de la política internacional. En camino seguro de levantar todas las sanciones que pesan sobre sus arbitrarias ejecuciones, consigue que muchos gobiernos se convengan en la continuación de una reunión, que hasta ahora no es más que un  apalancamiento en los recursos  energéticos, por cuanto dada la guerra entre Rusia y Ucrania, más las tensiones entre China y Taiwán: Biden, la ONU, también Macron y otros del mundo occidental han impuesto a una parte de las oposiciones a continuar el diálogo ya comenzado con un régimen, al cual han reconocido de hecho.

La fecha señalada está arraigada en nuestra soberanía: constituye una cualidad inherente al comportamiento cívico del pueblo. Un arma para derrotar al usurpador. Ese día hubo un proceso electoral encaminado a la elección de una Asamblea Constituyente, convocado hacía cuatro años, al cual concurrieron los partidos URD y Copei, ambos con relativa legalidad, y se enfrentaron a un gobierno militar represivo y criminal que en vez de actuar como garante imparcial del proceso electoral que se iniciara en abril de 1951 llevado por ambición de perpetuarse en el poder, aunada con su incapacidad, hizo uso de la represión armada para infundir miedo: creó campos de concentración para los presos políticos. La represión alcanzó a todos los sectores de la nación. El pueblo la combatió. Se enfrentó a la dictadura militar y la derrotó, no con fusiles. Se valió para ello de un arma mucho más poderosa: la del instrumento cívico del voto.

Jóvito Villalba, Ignacio Luis Arcaya, Rafael Caldera y Mario Briceño Irragorry se enfrentaron con sus partidos Unión Republicana Democrática (URD) y Copei al militarismo. Al decir de Eduardo Santos esa  tarde de las elecciones: “Venezuela se puso a la vanguardia de las luchas por la libertad en América como en los días de Boyacá, Carabobo y Pichincha”. Existe una causa que lo produce. Para el año de 1945 el general Medina Angarita se oficiaba en la Presidencia de la República como el mandatario más demócrata que se haya  dado: criterios muy apreciados sostienen no haber existido otro igual. Medina venía del andinismo. Consciente del daño que podía sucederse llevando a otro andino a poder, estando próximo a terminar su periodo, buscó una solución de transición mediante la elección de un candidato de consenso que contribuyera a una reforma constitucional: AD lo acogió. Pero el 18 de octubre de 1945 los militares, llevados por la ambición de poder, organizan como ha sido costumbre un golpe de cuartel: lo destituyen y envían “¡al carajo” la marcha constitucional de la República! Constituyen la llamada Junta Cívica Militar de Gobierno. Para justificar tan deplorable ruptura del hilo constitucional usaron  como “trampolín” en el ejercicio de la presidencia de la Junta a Rómulo Betancourt, fundador de AD. Rómulo gobierna con aparente independencia.  Promulga leyes progresistas, disfrutaba de “cabuya larga”. Durante su mandato se elige como presidente al consagrado escritor Rómulo Gallegos. Pero qué sucedió después: la estimación de Gallegos entre civilización y barbarie llevó a los militares del 18 de octubre a actuar como la barbarie, lo deponen por las armas, estatuyen una Junta Militar que la va a presidir Carlos Delgado Chalbaud, quien fuera ministro de la Defensa del presidente destituido, muerto víctima de un magnicidio. La junta esta vez pasó a ser encabezada por Suárez Flamerich, ventrílocuo de Pérez Jiménez. El gobierno “de facto” convoca para el 30 de noviembre la elección de una Asamblea Constituyente, seguros de ganarla: he aquí, pues, la  razón que nos obliga hacer un comentario sobre esta fecha.

El hecho no se encuentra fuera de consideraciones en cuanto a su concurrencia, como tampoco en cuanto a la integración en sus listas. En el partido AD la línea de su dirección política encabezada por Betancourt se pronunció por la no participación. La militancia  de su partido hizo caso omiso y votó.

Sin duda en la campaña electoral realizada por Copei y URD hubo dos consideraciones que en el trato dialéctico han de ser apreciadas: el partido socialcristiano dignamente dirigido por Rafael Caldera hizo pública una consigna de resuelto apego partidista, quizás entendida como una aspiración doctrinaria de concentración de una ideológica cristiana, la que en Venezuela no había sido objeto de pugnas internas. Jóvito Villalba puso al desnudo todas las injusticias y fraude que viciaban el proceso electoral: la Unidad, símbolo de nuestro movimiento popular, no expresa ambición de poder de un grupo, sino de la voluntad democrática y nacionalista de toda Venezuela. Nuestros candidatos y nuestros programas serán programas y candidatos de todo el pueblo democrático. Los urredistas no nos creemos la solución del problema nacional. La solución del problema político está en la unidad de todos los buenos venezolanos bajo un programa de paz, libertad y trabajo. Con la unidad por delante, con el empeño de trabajar por Venezuela y por su pueblo, estamos seguros de que la democracia triunfará: primero en las elecciones si un mínimo de garantías permiten que los venezolanos expresen electoralmente su universal repudio de la política dictatorial: después de ellas si el fraude no impera. Porque lo que se edifique sobre el fraude no podrá resistirla, la rotunda condenación cívica y democrática de la nación venezolana. Triunfó el pueblo: 67 escaños para URD y 17 para el partido Copei, y 17 escaños ganados por los grupos gubernamentales.

Sin duda, Jóvito es figura emblemática del proceso. García Márquez dijo, referido por Manuel Felipe  Sierra, que desde su infancia Jóvito tenía su cabeza llena de “cucarachas democráticas”. Jóvito, el dirigente del discurso rebelde del 28 en el Panteón. El que por más de siete años soportó  el peso de los grillos. El que el 14 de febrero de 1935, acompañado del rector de la UCV a su izquierda; con el padre Chapellín a su derecha; y con Salvador de la Plaza militante de la izquierda, dirigiendo la manifestación humana, más que hubo de conocerse, demostró que la democracia se ejercía en la calle. Demandó de López Contreras la depuración de la herencia Gomera que integraba el Gabinete. Para Jóvito el voto democrático “legitima a un presidente y a unas instituciones: pero le impone  el compromiso de actuar dentro de lo que la propia democracia establece. No hay revolución sin la presencia espontánea del pueblo y no solo la inducida por la fuerza del poder”. Nos preguntamos: ¿Esto lo habrá entendido nuestra promiscua oposición?