OPINIÓN

28 de julio de 2024

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

Las elecciones presidenciales programadas para el 28 de julio de 2024 en Venezuela representan un momento crucial en la historia política del país suramericano. Tras años de crisis económica, política y social, este proceso electoral se perfila como una oportunidad para el cambio, pero también como un desafío para la integridad democrática de una nación, que ha visto erosionadas sus instituciones en las últimas décadas.

El contexto actual de Venezuela no puede ser más complejo. El país enfrenta una crisis multidimensional que abarca aspectos económicos, sociales, políticos e institucionales. La hiperinflación, la escasez de bienes básicos, el colapso de los servicios públicos y el éxodo masivo de venezolanos, han configurado un panorama desolador que clama por soluciones urgentes y efectivas.

En el plano político, la polarización sigue siendo una constante. El gobierno de Nicolás Maduro, heredero del chavismo, se ha atrincherado en el poder mediante estrategias que han sido ampliamente cuestionadas por la comunidad internacional y la oposición interna. Por su parte, la oposición venezolana, tras años de divisiones y estrategias fallidas, parece haber encontrado un nuevo impulso con la realización de elecciones primarias en 2023, que resultaron en la nominación de María Corina Machado como candidata unitaria.

Sin embargo, el camino hacia las elecciones de 2024 está plagado de obstáculos y dudas. La inhabilitación política de Machado por parte de la Contraloría General de la República, un órgano controlado por el oficialismo, ha generado un nuevo foco de tensión y debate sobre la legitimidad del proceso electoral. Esta situación plantea interrogantes fundamentales sobre la verdadera naturaleza democrática de las elecciones venideras.

Por lo tanto, el papel de la comunidad internacional será crucial en los días previos y posteriores a la votación. Estados Unidos, la Unión Europea y varios países latinoamericanos han expresado su preocupación por la falta de garantías democráticas en Venezuela. Los Acuerdos de Barbados, firmados en octubre de 2023 entre el gobierno y la oposición con la mediación de Noruega, establecieron un marco para la realización de elecciones libres y justas. Sin embargo, el cumplimiento de estos acuerdos ha sido parcial y problemático.

La situación económica del país añade una capa adicional de complejidad al panorama electoral. Aunque se han observado signos de una incipiente recuperación económica, con una moderación de la hiperinflación y un modesto crecimiento del producto interno bruto (PIB), la realidad cotidiana de la mayoría de los venezolanos sigue siendo precaria. El salario mínimo es insuficiente para cubrir las necesidades básicas, y la dolarización de facto de la economía ha creado nuevas desigualdades sociales.

En este contexto, las propuestas de los candidatos presidenciales adquieren una relevancia fundamental. El oficialismo, encabezado por Nicolás Maduro, probablemente enfatizará la necesidad de continuidad y profundización del modelo bolivariano, argumentando que las sanciones internacionales son la causa principal de los problemas del país. Por su parte, la oposición, representada por María Corina Machado y el eventual sustituto, debido a su inhabilitación, Edmundo González Urrutia, presentará un programa de reformas económicas y políticas orientadas a la liberalización de la economía, la restauración del Estado de derecho y la reconciliación nacional.

Por su parte, el sistema electoral venezolano, controlado por el Consejo Nacional Electoral (CNE), será objeto de intenso escrutinio. La composición de este organismo, la actualización del registro electoral, la observación internacional y las garantías para una competencia equitativa, serán temas centrales en los debates previos a la elección. La credibilidad del proceso dependerá en gran medida de la percepción de imparcialidad y transparencia del CNE.

Las Fuerzas Armadas Nacionales Bolivarianas (FANB), también tendrán un papel determinante. Históricamente leales al proyecto chavista, su posición frente a un eventual cambio político será crucial. La neutralidad del estamento militar en el proceso electoral y su compromiso con el respeto a los resultados, cualesquiera que estos sean, serán fundamentales para la estabilidad del país.

Además de eso, el factor migratorio añade una dimensión adicional al proceso electoral. Millones de venezolanos han abandonado el país en los últimos años, formando una diáspora significativa. La participación de estos ciudadanos en las elecciones, ya sea mediante el voto en el exterior o su posible retorno al país, podría tener un impacto significativo en los resultados.

De igual forma, los medios de comunicación y las redes sociales serán campos de batalla cruciales en la campaña electoral. El control gubernamental sobre los medios tradicionales y la creciente importancia de las plataformas digitales, plantean desafíos en términos de acceso a la información, libertad de expresión y lucha contra la desinformación. La capacidad de los candidatos para comunicar sus propuestas y movilizar a sus bases a través de estos canales será determinante.

Al mismo tiempo, el papel de los movimientos sociales y organizaciones de la sociedad civil también será relevante. Estos actores han sido fundamentales en la defensa de los derechos humanos, la denuncia de irregularidades y la promoción de la participación ciudadana. Su capacidad para movilizar a la población y ejercer presión para garantizar la integridad del proceso electoral será crucial.

Sin embargo, la cuestión de las sanciones internacionales estará en el centro del debate. El gobierno de Maduro ha argumentado consistentemente que estas medidas son la causa principal de la crisis económica. La posibilidad de un levantamiento gradual de sanciones, a cambio de garantías democráticas, podría ser un factor de negociación importante en los días previos a la elección.

No obstante, el desafío de la reconciliación nacional no puede ser subestimado. Años de polarización y confrontación han dejado heridas profundas en la sociedad venezolana. Cualquier solución duradera a la crisis del país deberá incluir mecanismos para fomentar el diálogo, la convivencia y la superación de los antagonismos políticos.

Lo expuesto en el punto anterior pasa también por la reconstrucción económica del país, que será una tarea titánica para cualquier gobierno que emerja de las elecciones de 2024. La diversificación de la economía, más allá del sector petrolero, la atracción de inversiones, la recuperación de la infraestructura y la reactivación del aparato productivo, son desafíos que requerirán de consensos políticos amplios y apoyo nacional e internacional.

En el ámbito regional, las elecciones venezolanas tendrán repercusiones significativas. La estabilidad política y económica de Venezuela es crucial para la región, especialmente considerando los flujos migratorios y las interdependencias económicas. Países como Colombia, Brasil, Perú, Chile y las naciones caribeñas, seguirán de cerca el proceso, conscientes de que su desenlace afectará directamente sus intereses.

La comunidad internacional, que incluye organismos como la Organización de las Naciones Unidas (ONU), la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Unión Europea, desempeñarán un papel crucial en la supervisión y validación del proceso electoral. La presencia de misiones de observación confiables y con amplio acceso será fundamental para garantizar la legitimidad de los resultados.

En definitiva, las elecciones presidenciales de 2024 en Venezuela representan mucho más que la simple elección de un nuevo mandatario. Son una oportunidad para redefinir el rumbo de un país, que ha atravesado una de las crisis más profundas de su historia reciente. El desafío es enorme, que es garantizar un proceso electoral transparente y creíble, superar la polarización política, sentar las bases para la recuperación económica y reconstruir el tejido social de una nación fracturada.

El éxito de estas elecciones no se medirá únicamente por la realización pacífica del acto de votación, sino por su capacidad para abrir un nuevo capítulo en la historia de Venezuela. Un capítulo caracterizado por el respeto a las instituciones democráticas, el pluralismo político, la reconciliación nacional y la creación de oportunidades para todos los venezolanos.

El camino hacia el 28 de julio de 2024 estará lleno de obstáculos y momentos de tensión. Será necesaria una gran dosis de madurez política, tanto de parte del gobierno como de la oposición, para navegar este proceso. La comunidad internacional deberá ejercer una presión constructiva, fomentando el diálogo y ofreciendo incentivos para el cumplimiento de los acuerdos democráticos.

Los venezolanos, tanto los que permanecen en el país como aquellos en el exterior, tienen en sus manos la posibilidad de marcar un punto de inflexión en su historia. La participación masiva, informada y consciente en el proceso electoral, será fundamental para legitimar sus resultados y sentar las bases de un nuevo consenso nacional.

El mundo observará con atención el desenlace de este proceso electoral, consciente de que lo que está en juego es mucho más que el futuro de Venezuela. Es, en cierto modo, una prueba para la democracia en la región y un indicador de la capacidad de las sociedades, para superar crisis profundas a través de medios pacíficos y democráticos.

En última instancia, las elecciones de 2024 en Venezuela son una oportunidad para la esperanza. Una esperanza de que, a pesar de las dificultades y los desafíos, es posible construir un futuro de prosperidad, libertad y justicia para todos los venezolanos. El camino no será fácil, pero la alternativa a la búsqueda de una solución democrática es la prolongación indefinida de una crisis que ya ha causado demasiado sufrimiento.

Venezuela se encuentra en una encrucijada histórica crucial. Las decisiones que se tomen en los próximos días, la integridad del proceso electoral y la madurez con la que todos los actores enfrenten este desafío determinarán no solo el futuro inmediato del país, sino también su lugar en el concierto de las naciones democráticas.

La nación bolivariana ha enfrentado años de inestabilidad política y económica, pero las elecciones de 2024 ofrecen una oportunidad única para cambiar el rumbo. Es fundamental que todos los sectores de la sociedad venezolana, desde los partidos políticos hasta la sociedad civil, trabajen juntos para garantizar un proceso electoral transparente y justo.

El respeto a los derechos fundamentales, la libertad de expresión y la participación plena de todos los actores políticos son elementos esenciales para el éxito de estas elecciones. La comunidad internacional puede desempeñar un papel importante como observador y apoyo, contribuyendo a la credibilidad del proceso.

Es hora de que Venezuela reencuentre su camino hacia la estabilidad, la prosperidad y la convivencia democrática. Las elecciones de este 28 de julio 2024 pueden ser el primer paso en esa dirección, si todos los involucrados están a la altura del momento histórico que les toca vivir. Con compromiso, diálogo y un espíritu de reconciliación nacional, Venezuela tiene la oportunidad de demostrar su resiliencia y emerger como un ejemplo de renovación democrática para la región y el mundo.