Tampoco a Marcos Pérez Jiménez le fue bien con las elecciones. De hecho, la mayoría de los estudiosos de aquella época señalan la elección frustrada de diciembre de 1957 como uno de los detonantes de la caída de aquel dictador. Para dilucidar esto cabe recordar la derrota arrebatada a URD en los comicios para la Asamblea Constituyente de 1952. Entonces ese partido capitalizó la unidad junto a los proscritos AD y PCV. Derrotaron en las urnas a la dictadura y ésta respondió como sabía: adueñándose del triunfo por órdenes superiores. Gobernaban gorilas militares.

En 1957, el temor a las elecciones establecidas en la Constitución, diseñada también para sí por el gobierno militar de aquella época, llevó a la dictadura a echarse al pico su propio acuerdo constitucional. Convirtió la elección en un plebiscito para nada establecido sino generado de facto para evitar la derrota. Pérez Jiménez y su camarilla de entonces sabía que nuevamente iba a perder una elección. La unidad opositora se había reafirmado y fortalecido en su contra. Eso que estamos refiriendo una dictadura que tenía para exhibir grandes trofeos generados por la modernización física del país, muy especialmente en la capital. Pero que, como ahora, según los datos y la pastoral de Arias Blanco, la situación económica y la corrupción afectaban enormemente, al final, al trabajador y su familia, especialmente a la mujer trabajadora.

La dictadura actual, de la cual algunos quieren o parecen querer olvidar su talante autoritario y despótico, a pesar de la muchas muestras anteriores y recientes, no tiene obras en concreto que exhibir para engañar la vista. Acaso repara entuertos para simular acciones de atención a las necesidades ciudadanas. Ha sido hasta más cruel en la aplicación de la represión y de su mensaje terrorífico a la ciudadanía, al punto de estar señalada, con investigación abierta, en la Corte Penal Internacional. Tiene en común con la terrible actuación de Pérez Jiménez el hecho de saberse derrotada si acude a unas elecciones libres. Sin embargo, se le dificulta esquivar el mandato constitucional de realizarlas, mucho más que al gordo del Táchira.

Va a terminar enero y no se percibe movimiento en el Consejo Nacional Electoral para la emisión de un cronograma que dé cuenta de los obligatorios comicios constitucionales. Maduro y sus secuaces dan cuenta permanentemente del miedo feroz ante estas elecciones. No han superado, como es evidente por los ataques permanentes a esa Asamblea Nacional, la monumental derrota de 2015. Las encuestas les demuestran que no llevan vida para el momento electoral. Ante eso, procuran aterrar más a los partidos políticos o a sus líderes con sus ataques directos, mantienen inhabilitaciones, se roban siglas y sedes y tarjetas. Apresan más dirigentes gremiales, sindicales, políticos. Como Pérez Jiménez, aplican de cualquier modo la censura. A quien escriba por redes sociales contra ellos, a quien hable o manifieste; cierran descaradamente medios o vulneran de cualquier modo los virtuales. Dan muestra del culillo parejo a contarse. Se saben derrotados como Pérez Jiménez y dan muestra de no saber cómo más hacer para evitar lo que se les viene.

De nada les ha servido dar muestra firme de que tienen todos los poderes de los que se han apoderado sin rubor. El CNE hará lo que digan, ahora el TSJ reafirma su obediencia. Fiscalía y Defensoría del Pueblo son brazos suyos en cualquier actuación. Toda la ciudadanía se encuentra maniatada, sojuzgada y amenazada diariamente. El trabajo es un decir, los servicios ni a entelequia alcanzan a llegar. La oposición si finalmente concreta la unidad que ahora luce frágil todavía tiene todas las de ganar consigo. No ha habido respeto ante acuerdo internacional alguno, como no sea el de la liberación del ahora funcionario de alto rango que antes era dizque diplomático. La negociación más o menos inmediata de Qatar. Los presos políticos siguen allí; los inhabilitados, inhabilitados siguen. Elecciones libres y verificables no asoman sus narices por lado alguno. Todo es impredecible.

Ante esta profunda incertidumbre con la que juega magistralmente el régimen, ¿qué hará? ¿Entregará el poder para que comience tranquilamente la transición hacia la democracia y la libertad con unas elecciones abiertas? ¿O, cual Pérez Jiménez, desconocerá la Constitución como en 1957? ¿O, como el de Michelena, se robará los resultados y arrebatará el triunfo, tal como ocurrió en 1952? ¿Queda alguna opción? Sí, la de no contarse en elecciones. Las dictaduras tienen sus modos. Pero la presión de los demócratas y la presión inmensa desde fuera del país también. Tremenda coyuntura que la oposición tiene la obligación de no dejar pasar, porque pudiera no presentarse otra así en los muy próximos años. Es ahora. Ah, el martes se cumple otro año de aquel 23 de enero, lo olvidaba.


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