OPINIÓN

23 de Enero, liberación nacional

por Oswaldo Álvarez Paz Oswaldo Álvarez Paz

Para quienes tuvimos la fortuna de ser testigos de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, aun siendo muy jóvenes, la conmemoración del 23 de Enero es una nueva invitación de la historia para que asumamos con responsabilidad las obligaciones que impone la lucha por la liberación nacional. Es tiempo de dejar de lado las ambiciones personales y de grupo, legítimas o no. Liquidar el sectarismo excluyente para entender que la unidad es indispensable para alcanzar la victoria. Esa unidad puede ser dinámica y diferenciada, pero con el objetivo central compartido. Ya basta de mantener las acciones en un círculo vicioso que dificulta mucho la acción hacia adelante.

También en estos días se cumplieron los dos primeros años de existencia de Consejo Superior de la Democracia Cristiana. Fue designado por la Organización Demócrata Cristiana de América –ODCA- y tiene como uno de sus propósitos la unidad en pensamiento y acción de los copeyanos de antes y de ahora. Nada fácil, pero perfectamente posible si actuamos con honradez intelectual y política marcando distancia de quienes se han colocado al servicio del perverso régimen que progresivamente desmorona a Venezuela.

Lamentablemente, la pandemia dificulta la acción en grado superlativo. Las comunicaciones son más difíciles y la relación humana, personal, ha estado reducida por razones obvias. El Internet y las redes electrónicas son indudablemente útiles, pero no pueden sustituir lo señalado. Pero la idea no es agotarnos en las dificultades sino todo lo contrario, pasar por encima de ellas sin detener la marcha.

La hora nos impone actuar con un radicalismo definido y sin retrocesos. Ser radical es ir siempre a la raíz de los problemas, sin descuidar el desarrollo y las consecuencias que han generado. Para ello, especialmente con relación a los copeyanos, es indispensable mantener vigente los principios y valores que nos trajeron a la lucha.

La dignidad de la persona humana, el valor de cada uno de los seres humanos nos lleva necesariamente hacia el fortalecimiento de la familia como centro primario de la vida nacional. La perfectibilidad de la sociedad civil nos impone obligaciones de todo tipo, en especial las vinculadas a la salud y la educación y, para no alargar demasiado estos puntos, la justicia social como instrumento para alcanzar el bien común.

Todo esto y mucho más, lo aprendimos de la generación fundadora. Yo pertenezco a la generación del 58, la tercera. Me inscribí en Copei con apenas 15 años de edad recién cumplidos. Resulta que para este tiempo somos la “guardia vieja”, cada día más reducida pero con obligaciones tremendas para con la juventud actual. Reivindicar la política como actividad de servicio a los demás y erradicar la idea de colocarla al servicio personal, nos obliga a continuar.

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