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«Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire» (JULIO CORTÁZAR)

En fin, querido lector, el domingo 27 de octubre muchos ciudadanos tenemos que acordarnos del cambio de hora. Dejamos el horario de verano y pasamos al horario de invierno. Esta vez ganamos una hora (¿ganamos?), ya que el domingo a las 3:00 a.m. tenemos que retrasar los relojes una hora, es decir, cumplimos el capricho de creernos los dueños del tiempo al parar el mundo durante 60 minutos, voltear el globo terrestre a contracorriente como hizo Supermán para salvar a su novia y convertir las 3 en las 2. 

Los gobernantes del mundo señalan la necesidad de este movimiento invertido porque, siempre según su versión, se mejora el bienestar de los ciudadanos, se optimiza el aprovechamiento de la luz solar y se cumple un ahorro energético general que nos beneficia a todos. El maltrato infligido a las agujas del reloj se realiza mientras dormimos, creo yo, que esto es así, intencionado, hecho con nocturnidad y alevosía. A mí y a más gente nos resulta controvertido el asunto este de andar manipulando los relojes. Tenemos que hacerlo dos veces al año: una en marzo y otra en octubre. Y es que, no sé usted, pero yo cada vez tengo más relojes. La verdad es que me gustan mucho. No puedo vivir sin ellos. El caso es que viéndome obligado a dar este giro en el tiempo, si olvido actualizar uno de ellos y le obedezco, luego llego tarde a los sitios. 

Vamos a ver, ¿cuántos relojes tenemos? Hay un reloj de pulsera (no importa si es analógico o digital) que hay que tocar. En las casas suele haber al menos dos relojes de pared: en la sala de estar y en la cocina. El smartphone es smart y no necesita que lo toquen, al menos para esto. A veces los electrodomésticos incluyen reloj y esos contadores liliputienses también cuentan y hay que ponerlos a punto. Entre otros yo cuento con frigorífico, horno y televisor. Y hasta puedo olvidar alguno. Ya ve, una locura o como dice el alter ego de alguien, ‘a fu.ki.g madness’. Yo, que me veo como un antiguo, soy de los que aún tienen despertador con alarma en el dormitorio. A este gallo es al primero que hay que poner en hora. Al final, me gusta estar en el juego del cambio de hora porque esta rutina nos despierta de la inconsciencia del paso del tiempo. Es cierto, no obstante, que de acuerdo con mis cálculos, la puesta a punto de todos los relojes ocupa unos 30 minutos y alguno más de esa hora que teóricamente supone un regalo. 

Espero que hay notado que los relojes están conectados. Me refiero a ellos y nosotros, concretamente los relojes digitales. A mí me hablan puntualmente (perdón). Me atraen y me seducen. Hace días me crucé con uno que decía 10:10. Más adelante, ya en casa el bicho me susurró 17:17 y pensé, no pasa nada, ver a los gemelos dos veces no tiene por qué ser una señal. Claro que a las 19:19 empecé a preocuparme un poco. Era de noche cuando me acosté rendido, pero consciente. Mientras me dormía escuché algo parecido a un rezo de alien que me avisaba de dos gemelitos despiertos en la alarma 22:22


El tiempo.es / 

eltiempo.es/cambio-de-hora/27.10.2024.dom

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