La economía venezolana ha atravesado una crisis profunda en los últimos años, marcada por una hiperinflación devastadora, una contracción sostenida de su producto interno bruto (PIB) y una dolarización de facto que, si bien ha ofrecido cierto alivio, también ha generado nuevas desigualdades. Ante este panorama, predecir con exactitud cómo será la situación económica en 2025 resulta un desafío, especialmente considerando la volatilidad e incertidumbre inherentes al contexto nacional. No obstante, podemos identificar factores clave que influirán en su evolución.
El petróleo sigue siendo el eje central de la economía venezolana. A pesar de los intentos por diversificar la economía, los ingresos por exportaciones de crudo continúan representando la mayor fuente de divisas para el país. Esto significa que cualquier fluctuación en los precios internacionales del petróleo tendrá un impacto directo en las finanzas públicas y en el bienestar económico general. Si los precios del crudo se mantienen estables o incluso repuntan, Venezuela podría experimentar cierto alivio fiscal. Sin embargo, los problemas estructurales de la industria petrolera nacional, como la falta de inversión y el deterioro de su infraestructura, limitan su capacidad para aprovechar plenamente este potencial.
Otro factor crucial son las relaciones internacionales, especialmente con Estados Unidos y otros países de la región. Un eventual levantamiento de las sanciones podría ofrecer un respiro a la economía al facilitar el acceso a mercados internacionales y financiamiento externo. No obstante, esto también podría generar nuevas presiones, como un aumento en la demanda de divisas que exacerbe los desequilibrios cambiarios. Por otro lado, mantener las sanciones implica continuar operando bajo restricciones que limitan tanto la inversión extranjera como el comercio exterior, perpetuando la fragilidad económica actual.
La prolongada crisis política y social añade una capa de complejidad al escenario económico. La polarización política, el debilitamiento de las instituciones y la falta de consenso sobre un modelo de desarrollo eficiente son barreras significativas. Sin una solución política inclusiva y estable, cualquier esfuerzo económico estará limitado por la incertidumbre y el riesgo país. Además, la emigración masiva de profesionales y trabajadores ha mermado el capital humano, un recurso esencial para cualquier proceso de recuperación.
Las políticas económicas del gobierno serán determinantes. Medidas como la estabilización cambiaria, la reducción de controles de precios y una apertura económica más amplia son esenciales para contener la inflación y generar confianza en los mercados. Sin embargo, estas acciones requieren de un compromiso genuino con la transparencia y la reconstrucción de las instituciones públicas. Combatir la corrupción y fortalecer el estado de derecho son condiciones indispensables para atraer inversión y fomentar un crecimiento sostenido.
La diversificación económica es una asignatura pendiente. Reducir la dependencia del petróleo y desarrollar sectores como la agricultura, el turismo, la tecnología y la industria manufacturera es crucial para lograr una economía más resiliente. Asimismo, la recuperación y el estímulo del capital humano, debe ser una prioridad en cualquier plan de desarrollo.
Según estimaciones de FocusEconomics, el crecimiento pudiera estar por el orden del 3%, es decir 1,6% menos que la lograda este año, en cuanto al consumo también se estima una pequeña merma de 0,6% para el año próximo. La inflación que va a finalizar en 43,4% va a tener un incremento a nuestro juicio de un 40%, lo que significa que para el año 2025 pudiéramos tener una inflación que ronde el 60%, y por último el dólar oficial que finalizará cuando muy alto en 50 bolívares; para el año entrante se estima un incremento de un 50%.
El futuro económico de Venezuela en 2025 estará marcado por una combinación de desafíos internos y externos. Aunque existe margen para una recuperación gradual, esta dependerá de decisiones políticas estratégicas, estabilidad social y una reconfiguración de las relaciones internacionales. Si los actores políticos, económicos y sociales logran coordinar esfuerzos, Venezuela podría iniciar un proceso de reconstrucción económica que siente las bases para un crecimiento modesto. Sin embargo, de no abordarse los problemas estructurales y la crisis política de fondo, el país corre el riesgo de perpetuar su estancamiento económico y social.
El camino hacia una Venezuela más próspera requiere no solo de ajustes económicos, sino de un compromiso colectivo con la transformación estructural, donde la cooperación entre sectores sea la clave para superar la adversidad.
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