“La apatía puede ser superada por el entusiasmo, y el entusiasmo sólo puede ser despertado por dos cosas: en primer lugar, un ideal, que la imaginación tome por asalto, y, en segundo lugar, un plan inteligible para llevar a la práctica ese ideal». Arnold J. Toynbee
La democracia venezolana se disparó en la sien, en 1998, al elegir a quien no era, no fue y no sería un demócrata y mucho menos un hombre de Estado. Hugo Chávez fue un accidente gravoso y criminoso que se permitió el soberano pueblo, luego de ser manipulado por las oligarquías del momento que, por cierto, al hacerlo se flanqueaban a su vez un collar de pesares y anatemas.
Otro día, sin embargo, me propongo abordar ese tema, pero, por lo pronto, solo quiero resaltar que se marcó un mortífero hito, al designar para el mando a quien y a quienes no lo merecían de manera alguna. A todo evento diré que todos, en mayor o menor medida, somos responsables de ese cataclismo, de esa hecatombe, de esa fatal estolidez.
¿Era acaso Chávez la mejor opción y ante la cual decidió el electorado votarlo mayoritariamente? Weber nos diría que revisen su carisma y tal vez posicionaría en la consciencia del colectivo, por militar, sobre todo, visto el escenario antipolítico que se había fraguado y constituido como una variable del bloque histórico, ineluctable.
Hemos pagado el mayor costo de oportunidad por semejante escogencia. Trajimos un militar atrabiliario y profundamente corrompido, un ignaro inteligente que hizo de sus intuiciones, rodeado de todo género de lisonjeros y alabarderos, un camino de descomposición y destrucción que acabó con mucho de lo que había y peor aún, impidió el aprovechamiento de la mejor ocasión, del más favorable ciclo que la nación en su historia ha conocido.
Echó la institucionalidad por tierra y destruyó la república. Sembró la semilla del odio y promovió la mezquindad, la ineptitud y el desconocimiento de la soberanía a cambio de la felonía que denominó lealtad y más grave aún, nos dejó a Maduro, liderando, entre resentidos y amorales, el “non plus ultra” de la más nociva e insolente mediocridad.
Ese pueblo errático que se sedujo del tono amenazante, falaz, retórico pero insincero y especialmente cínico, que ha puesto un cepo que nos impide superar el fiasco e intentar la liberación con éxito, tendrá en 2024 un chance de ajustar cuentas y, de un lado, castigar a los malhechores que nos han tronado y del otro, pasar la hoja de nuestra historia reciente, llena de frustración y postración que además que dividió, desvencijó, mutiló a las familias, mandando a muchos en estampida hacia cualquier suerte distinta a permanecer en el averno nacional.
Ese pueblo que ha padecido y sufre el infortunio, la degradación y la desesperanza puede y debe convertirse en protagonista del cambio más importante de su historia contemporánea, pero, para eso, debe unificar sus mayoritarias voluntades y ello alrededor de quien escogió en la consulta de las primarias.
Ahora bien, la gestión de esa unificación de la que hablo debe hacerse en torno a tres bazas, a saber: la primera es la asunción de la naturaleza del enemigo, que no adversario lamentablemente, al cual la ingeniero Machado ha de enfrentar y derrotar.
El Estado-PSUV es el antagonista, con todo su poder y su pragmatismo, su cinismo, su irresponsabilidad con el país y con la historia y los timoneles de ese portaviones del filibusterismo del siglo XXI, el chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo, aliado el monstruo, al ilícito nacional e internacional, se considera como una suerte de Minotauro invencible que devora a quien lo encare dentro de su laberinto.
Importantísimo este factor en la lucha de liberación que ya emprendió la ingeniero Machado y que la muestra inteligente, intuitiva y afortunada. Conocer al rival nos enseña Sun Tzu. Ya conoce ella al engendro que ha engullido a la patria de Bolívar, adulterándolo, por cierto.
Empero, la ingeniero Machado tiene los hilos de Ariadna y hará ella de Teseo vencedor, con ellos. Me refiero a la familia venezolana y a la sociedad civil, retados ambos a lograr la integración de la mayor oposición que háyase visto en la Venezuela democrática y forzados por su propia supervivencia a hacerlo. ¡Es ahora o nunca más!
La tarea, teniendo la razón, es concertar. Reunir a los inconformes, a los indignados, a los desesperados, desesperanzados y a los arrechos, para disponerlos a su vez, a tomarse esta batalla como propia y de cada cual, por su familia, por su honor, por el respeto que se deben a sí mismo, es un duelo personalizado, pero de todos a la vez.
Debe convertirse en hilandera la ingeniero Machado. Debe tejer entre distintos con los mismos hilos de Ariadna su consenso y el de nosotros todos. Debe parir esperanza para quien sufre callado, para aquel más estridente y aun para él se ha marchado. Ese es el desafío, la faena, su prueba igualmente.
Y viene a mi espíritu Andrés Eloy Blanco y su magnífico poema “La Hilandera”, que perdonen si me extiendo, pero me tocó al leerlo hondo el alma.
“Dijo el hombre a la Hilandera,
a la puerta de su casa,
Hilandera, estoy cansado….
dejé la piel en las zarzas,
tengo sangradas las manos,
tengo sangradas las plantas,
en cada piedra caliente
dejé un retazo del alma,
tengo hambre, tengo fiebre,
tengo sed…, la vida es mala…
y contestó la Hilandera:
—Pasa.
Dijo el hombre a la Hilandera
en el patio de su casa:
—Hilandera estoy cansado,
tengo sed, la vida es mala;
ya no me queda una senda
donde no encuentre una zarza.
Hila una venda, Hilandera,
hila una venda tan larga
que no te quede más lino;
ponme la venda en la cara,
cúbreme tanto los ojos
que ya no pueda ver nada,
que no se vea en la noche
ni un rayo de vida mala.
Y contestó la Hilandera:
—Aguarda.
Hiló tanto la Hilandera
que las manos le sangraban.
Y se pintaba de sangre
la larga venda que hilaba.
Ya no le quedó más lino
y la venda roja y blanca
puso en los ojos del hombre,
que ya no pudo ver nada…
Pero, después de unos días,
el hombre le preguntaba:
—¿Dónde te fuiste, Hilandera,
que ni siquiera me hablas?
¿Qué hacías en estos días,
qué hacías y dónde estabas?
Y contestó la Hilandera:
—Hilaba.
Y un día vio la Hilandera
que el hombre ciego lloraba;
ya estaba la espesa venda
atravesada de lágrimas,
una gota cristalina
de cada ojo manaba.
Y el hombre dijo:
—Hilandera,
¡te estoy mirando a la cara!
¡Qué bien se ve todo el mundo
por el cristal de las lágrimas!
Los caminos están frescos,
los campos verdes de agua;
hay un iris en las cosas,
que me las llena de gracia.
La vida es buena, Hilandera,
la vida no tiene zarzas;
¡quítame la larga venda
que me pusiste en la cara!
Y ella le quitó la venda
y la Hilandera lloraba
y se estuvieron mirando
por el cristal de las lágrimas
y el amor, entre sus ojos,
hilaba…”
@nelson-chitty
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