En esta ocasión los Reyes Magos no han podido cumplir con la mejor de sus intenciones: garantizar que el año 2024 traería paz, estabilidad y seguridad para el mundo. Ya desde al año 2022 estábamos contemplando las catastróficas consecuencias provocadas por aquellos que todavía se creen con derecho a utilizar la violencia bélica para cumplir con sus ambiciones de poder y dominio. No otra cosa fue, y sigue siendo, la agresión de Rusia contra Ucrania. Pero cuando parecía que la reacción occidental contra la criminal aventura de Putin al menos conseguía un inestable statu quo, al que habían aportado los países de la UE y de la OTAN capacidad económica y armamentística, el ataque de la banda terrorista Hamas contra Israel el 7 de octubre del 2023 ha contribuido de manera extraordinariamente grave a ensombrecer las posibilidades de un mundo en paz. Tanto más cuanto que la definición de los agresores, y la consiguiente definición del momento, contribuye al dibujo de una nueva «guerra fría». Con el riesgo evidente de convertirse en «caliente».
Los criminales, sea cual sea su origen, motivación o cuño, carecen siempre de razón, pero nunca de objetivo: provocar una catástrofe en beneficio propio. La misma amenaza de su puesta en práctica es utilizada como chantaje preventivo, al que dotan de los mismos propósitos. La gente de bien que se ve confrontada con la posibilidad de su aniquilación tiene por bienintencionada costumbre la de buscar arreglos y componendas que al menos parcialmente cubran las que estiman son reclamaciones del asesino. Y aunque contengan cesiones dolorosas para individuos y comunidades, la experiencia histórica desgraciadamente nos demuestra que la finalidad perseguida por el monstruo no se contenta con regalos ocasionales y parciales. Su regla es el todo, que no puede ser cubierto con la parcialidad de la nada.
Es siempre el que fuera primer ministro británico, Neville Chamberlain, el recuerdo permanente del bienintencionado error. Que nada dice contra su calidad política y humana y contra su misma y anterior gestión al frente del gabinete de las Islas. Pero que lo dice todo sobre aquellos, los nazis alemanes, decididos a conseguir a cualquier precio la ampliación del territorio ocupado por la germanidad. Ya lo habían conseguido, solo con la amenaza de la fuerza, en Austria. Lo querían continuar con la ocupación de los germanizados Sudetes, en Checoslovaquia. Fue Chamberlain el que, en 1938, repetidas veces, varias de ellas en Munich, buscó y realizó propuestas con ánimo y dibujo pacificador. Hitler ocupó los Sudetes, tal como Chamberlain le había permitido. Y juntamente con las tropas soviéticas, invadió Polonia en 1939, dando con ello comienzo a la II Guerra Mundial.
Al desaparecer la URSS en 1991 las unidades territoriales que la componían se declararon independientes. Una de ellas, Ucrania, que en el pasado había visto sometida su identidad a diversas realidades exteriores, albergaba en su territorio 5000 artefactos nucleares soviéticos. Su cesión a la Federación Rusa, heredera confesa de la Unión Soviética, fue confirmada cuando en el Memorándum de Budapest, firmado en 1994 por los dos países protagonistas y refrendado por China, Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, Moscú, a evidente cambio, se comprometió a respetar la «independencia política y la integridad territorial» ucraniana. En 1997 ambos gobiernos firmaron un Tratado de Paz y Amistad que suscribía los acuerdos y compromisos de Budapest. Fue en 2014 cuando Rusia ocupó Crimea, parte de la integridad territorial ucraniana. El Occidente, y en particular el entonces presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, miró para otro lado, con la evidente y buena intención, a la Chamberlain, de evitar una confrontación armada. Fue el 22 de febrero del 2022 cuando tropas rusas, que llevaban semanas desplegadas en la frontera con Ucrania, invadieron el país.
La historia contemporánea nos recuerda que la creación del Estado de Israel tras la II Guerra Mundial, y después de que los judíos hubieran sufrido los millones de pérdidas humanas que el régimen nazi alemán les infligió durante el Holocausto, nunca fue bien recibida por las poblaciones musulmanas que habitaban la zona bíblica del Medio Oriente. El recién creado estado tuvo que hacer pronto frente a las incursiones que contra su existencia y viabilidad desencadenaban distintas tribus palestinas. Situación agravada cuando el Irán del comedido Sha fue sustituido por el ardiente mullah Jomeini y sus seguidores, llegados al poder dictatorial, omnímodo y masculinizante, con una marcada obsesión: la de hacer desaparecer del mapa el Estado de Israel. Mientras que los gobiernos judíos conseguían lentamente una cierta e incómoda fórmula de paz inestable, surgían grescas entre las diferentes vertientes palestinas, en su mayoría financieramente alentadas por el régimen de Teherán y no pocas de entre ellas –Hamas, Hizbollah, Hutties, por ejemplo– practicantes habituales del que he llegado a ser conocido como el «terrorismo yihadista islámico». Al que indirectamente se sumaba la nueva obsesión de los mullahs: dotarse del arma atómica que Israel ya poseía. Fueron precisamente los Estados Unidos de Obama los que, para corregir tan peligrosa tentación, sentaron las bases para una negociación internacional que permitiera a los iraníes adquirir medios nucleares pacíficos. Trump interrumpió la negociación, nunca bien recobrada, pero con dos evidentes prolongaciones: Irán ha aumentado notablemente sus capacidades para obtener uranio enriquecido, base indispensable para poseer un arma nuclear; y los movimientos terroristas islámicos próximos a los mullahs persas no han dejado de recibir la sustancial financiación que permite su supervivencia en la acción criminal. El 7 de octubre de 2023 Hamas invade brutalmente Israel en un acto de provocación bélica que en la práctica ha dado lugar a una guerra abierta con Israel y a otra sin declarar, pero no menos evidente, entre Tel Aviv, Teherán y sus socios. Que puede acabar englobando a todo el Oriente Medio en una conflagración mortal. Y al mundo occidental en una reclamación urgente para coartar o abiertamente intervenir antes de que la generalización del conflicto que empieza en Ucrania y se prolonga en el Oriente Medio, se convierta en el germen de un conflicto generalizado.
Quien a tiempo no acaba con los criminales acaba siendo su víctima.
Javier Rupérez es embajador de España
Artículo publicado en el diario El Debate de España