Los últimos días de cada año suelen ser propicios para que las personas, las empresas y también los países hagan un balance en el cual pongan de relieve sus aciertos (activos), sus errores (pasivos) y el resultado neto favorable o desfavorable de su gestión anual.
Si dentro de esa línea nos ponemos a reflexionar y sacar cuentas acerca del balance tanto del mundo como de nuestro país, no podemos sino concluir con que la gestión en uno y otro ámbito no es beneficiosa y ―peor aun― tampoco luce promisoria para el venidero 2023.
A nivel internacional los pasivos han sido no solo numerosos sino de particular impacto. Veamos.
Evidentemente, la agresión de Rusia a Ucrania ocupa el centro de la atención no solo por lo injustificable de la misma sino por la sorpresa que ha brindado la nación agredida cuya dirigencia y población han dado testimonio de la firme decisión de no permitir que la disparidad de fuerzas militares y poder político sirvan para imponer reasignaciones territoriales.
Dentro de la evaluación de ese desafortunado acontecimiento pueden apreciarse algunos gestos valiosos y hasta cierto punto no previsibles como lo es la hasta ahora la sólida unidad de los países miembros de la OTAN y Estados Unidos, que sin excepción ―aunque con distinto grado de convicción― han mostrado solidaridad con Ucrania, razonada aceptación de los riesgos que ello significa y, por encima de todo, la predominantemente benévola acogida de millones de refugiados que ―igual que en nuestro continente― dan lugar a problemas económicos, logísticos etc. como está siendo el caso en Polonia, Alemania, etc. siendo que, además, este último país ha tenido que sufrir el mayor castigo al serle denegada o restringida la provisión energética de la que mucho dependen como consecuencia de una errada apreciación de la actitud rusa ante las sanciones aplicadas.
La Unión Europea, como casi siempre, ha sido más generosa en las declaraciones que en las acciones y hasta se ha visto como uno de sus miembros, Hungría, gobernada por un dictador fascista con ropaje democrático (Orban) apoya a Rusia y se exime de la política común hacia el agresor.
La consecuencia ha sido y es la sustancial alteración de los circuitos de exportación de granos, la crisis de combustibles, la inflación, etc. Sin embargo, podemos constatar que en Estados Unidos una sustancial proporción de los ciudadanos creen que una guerra allende los océanos nada tiene que ver con ellos y por lo tanto no tienen por qué pagarla. Conversamos con un ciudadano común en una bomba de gasolina en Florida que protestaba por los altos precios del combustible. Le preguntamos si no estaba enterado de que en Ucrania había una guerra que causaba disrupciones. Su convencida respuesta: “Sí, pero yo no tengo por qué pagarla”. Esos son los que aún no entienden que el planeta de hoy es global y que la inflación y otras desgracias son contagiosas, igual que la pandemia. Menos mal que en algunos lugares hay líderes que marcan rumbos en lugar de solamente leer las encuestas.
Entre los pasivos hallamos el apoyo a Rusia que no solo se limita a China y a algunos países de nuestro continente (Cuba, Nicaragua y Venezuela) sino que en África es mayoritario, sumado a las abstenciones y a los vetos en Naciones Unidas que obstruyen encontrar alguna solución no militar al entuerto.
Aun cuando los renglones anteriores solo comentan pocos rubros, la extensión, necesariamente breve de un artículo de prensa, nos lleva a aterrizar en el continente americano y en nuestra Venezuela, que lamentablemente se alinea con Rusia y se ofrece como puente para el avance ruso y chino en América. Tal estrategia es un error que consiste en creer que somos actores en los macro conflictos cuando la triste verdad es que somos apenas peones fácilmente descartables en el tablero internacional donde los jugadores de Grandes Ligas dictan los aconteceres por más que ello se quiera ocultar o deformar obsequiando los ridículos muñecos Nicolás y Cilita, que no solo rebajan a quien los entrega sino que humilla a quienes los reciben.
“Venezuela se está arreglando” nos repiten al tiempo en que se exhiben nuevos negocios de lujo y restaurantes estrambóticos en Caracas o Maracaibo para un público que constituye una minoría cuyo brillo y afluencia no permea en los estratos ultra mayoritarios de quienes se debaten en la pobreza que señalan todas las investigaciones serias. Eso en términos contables se llama “maquillar el balance” para engañar a los incautos.
Sería largo seguir comentando los pasivos que se gestan desde Miraflores. Lo realmente indignante es que quienes creen o dicen que luchan por rescatar la normalidad democrática ofrezcan el lastimoso espectáculo de autodestrucción que en estos días presenciamos. No sería extraño que Nicolás y sus secuaces eligieran permanecer cómodamente sentados en una poltrona mirando una serie de Netflix mientras la oposición les hace la diligencia de dividirse y aniquilarse.
En este tipo de artículos suele ser de estilo afirmar que pese a todos los reveses y malos cálculos el autor confía en que el pueblo y su dirigencia sabrán sobreponerse para construir un mundo y una Venezuela mejor. Este opinador no cree que en un plazo ni corto ni intermedio eso se convierta en realidad. Lejos están los tiempos cuando nuestros estadistas de verdad deponían sus aspiraciones personales y grupales como en el Pacto de Puntofijo, que en definitiva fue el cimiento sobre el cual se construyó la democracia de cuarenta años que, con desdén, se conoce como la IV República. En Venezuela no hay hoy estadistas de la talla de Adenauer, Schumann o nuestros contemporáneos Macron, Merkel, Thatcher u otros que puedan proponer rumbos de corrección.
En resumen: el balance 2022 ha arrojado pérdidas para el mundo y para Venezuela.
@apsalgueiro1