OPINIÓN

1963-2023: 60 años de involución

por Gustavo Coronel Gustavo Coronel

El 14 de septiembre de 1963 se realizaron elecciones presidenciales en Venezuela, resultando electo Raúl Leoni como nuevo presidente del país. Meses después, el 10 de marzo de 1964, el presidente en ejercicio Rómulo Betancourt entregó la presidencia a su sucesor y, casi de inmediato, tomó un avión y se ausentó de Venezuela, residenciándose en Nápoles y en Berna durante los próximos ocho años.

En esa etapa de su vida dijo: “Voy retirándome de la política como me retiré de la candidatura a la Presidencia de la República, porque creo que los organismos colectivos deben renovarse con el aporte de las nuevas generaciones”.

Rómulo Betancourt fue un gran ciudadano y un estadista, quien concibió su tarea en la presidencia de Venezuela como la de administrar la nación y promover su integración y consolidación a través de la educación ciudadana. Vio con claridad que la mejor forma de educar la ciudadanía era a través del ejemplo y a ello obedeció su decisión de ausentarse del país después de terminar su mandato presidencial. Enviaba una clara señal de que no trataría de “mandar” por persona interpuesta, como había sido frecuente en la historia política venezolana entre quienes habían llegado antes al poder. Quería enseñar.

Administrar la nación

Betancourt compartía mucho del diagnóstico de los intelectuales venezolanos más destacados del siglo XX, esencialmente Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas y Mario Briceño Iragorry, quienes – cada quien con su particular énfasis en diversas razones – se referían en sus ensayos a la pobre integración de Venezuela como nación. No solo este trío insigne de pensadores ofrecía una visión “pesimista” de la nación venezolana (aunque prefiero definirlos, usando la frase atribuida a varios escritores, como optimistas bien informados), sino que también lo hacían historiadores como Germán Carrera Damas y Francisco Herrera Luque. El genio que fue José Ignacio Cabrujas definía a Venezuela como un país provisional, como un campamento, ver excelente entrevista en https://prodavinci.com/el-estado-del-disimulo-la-entrevista-a-cabrujas-1/.

Betancourt fue un líder didáctico quien no se limitó a compartir la visión sobre Venezuela arriba mencionada, sino que se propuso actuar para modificarla. Sus presidencias fueron dirigidas a esfuerzos de integración nacional, los cuales ya habían comenzado con López Contreras y Medina Angarita y fueron posteriormente compartidos por otros líderes como Leoni, Caldera I y, parcialmente, CAP I.

Betancourt llegó a la presidencia de Venezuela para administrar el proceso de integración nacional. Dio énfasis a la educación ciudadana a través del ejemplo, “machacando” –era su término favorito– la necesidad de adoptar actitudes civilistas, de pureza administrativa y de sentido de comunidad.

Esta loable tarea de administrar la nación involucionó hacia la administración del poder

El sentido de grandeza ciudadana mostrado por nuestros líderes políticos llevó a Venezuela a ser un país próximo al despegue, término utilizado para hablar de la transición entre país en desarrollo y país desarrollado. Venezuela era, junto con Chile, símbolo de una América Latina líder en rápida modernización política y en ejemplo de ejercicio democrático.

A partir de la presidencia de Luis Herrera Campins la calidad de la democracia venezolana, medida en términos de progreso ciudadano, comenzó a declinar. La calidad del liderazgo entró en descenso. Del liderazgo de los mejores, el país entró a estar en manos del liderazgo de aquellos a quienes, democráticamente, les llegaba “su turno”.

No es que los nuevos líderes se diferenciaran ideológicamente de Betancourt, Leoni o Caldera I. Es que, aun conservando similares buenos propósitos a los de aquellos líderes, comenzaron a ver su misión en términos de administrar el poder a fin de conservarlo para su bandera, con todo lo perverso que ello implica para una sociedad que todavía requería más consolidación y menos demagogia. La sucesión de presidencias de esta fisonomía, desde la de Luis Herrera Campins hasta la de Rafael Caldera II condujo a un deterioro de la democracia venezolana que hizo al país desear un cambio radical (como si un cambio radical no pudiese ser para peor).

Y así llegó Hugo Chávez al poder.

Visión mesiánica de lo venezolano

Con Hugo Chávez llegó al poder una visión muy diferente sobre la tarea que era necesaria en la nación, ciertamente diferente a la que habían cultivado Betancourt, Leoni y Caldera I. Al ganar las elecciones juró, en 1999, que terminaría con la “agonizante” Constitución existente, blasfemia aceptada con la cabeza gacha y en silencio por el presidente saliente, Rafael Caldera II, y por las instituciones democráticas de entonces, muchas de las cuales le firmaron cheques políticos en blanco al nuevo presidente. La educación por el ejemplo, característica de los primeros líderes de la etapa democrática, fue remplazada por un populismo exacerbado, dirigido a rebajar a los venezolanos al nivel de lo que se creía popular y no a tratar de elevar el nivel educativo y ciudadano de los venezolanos. Se promovió la nivelación hacia abajo. El lenguaje presidencial se tornó escatológico. Se fue entregando el país a la Cuba castrista, una “castración” literal.

Desde el inicio de su mandato Chávez predicó que lo importante era tener “patria” y hacer la revolución, aunque estuviésemos desnudos y pasando hambre. Robar era permisible, ser rico era malo. El gobierno era revolucionario y pacífico pero armado. La clase media no era de confiar. La alianza cívico-militar le garantizaba a la revolución y a él, personalmente, una permanencia indefinida en el poder.

Y así hubiera sido si no se hubiese muerto en La Habana, por decisión estratégica de sus tutores cubanos. Es necesario estar claros: Chávez murió en Cuba, en manos de los cubanos y los venezolanos no sabemos los detalles de sus horas finales.

Con la muerte de Chávez llegó al poder Nicolás Maduro, quien había sido entrenado en Cuba por el castrismo, elegido por Castro como el reemplazo ideal de un Chávez enfermo e inútil para los fines de la revolución (cubana). Con Maduro llegó al poder la expresión más cursi e ignorante que pueda exhibir un gobierno. Durante su permanencia en el poder de diez años Venezuela ha tenido uno de los gobiernos más corruptos del mundo, una economía con la mayor inflación del mundo y ha sufrido una de las diásporas más numerosas del mundo, después de haber sido un país líder en lo político y lo económico en Latinoamérica. De una sociedad con una vigorosa clase media, Venezuela se encuentra hoy en una fase terminal de desintegración nacional que exigirá medidas heroicas para ser superada.

La Venezuela vergonzosa

Quien haya visto el desfile militar del 5 de Julio de 2023 habrá podido constatar la magnitud del abismo en el cual ha caído Venezuela. Un desfile ausente de pueblo y lleno de payasos traidores, brincando y cantando: “Somos socialistas, antiimperialistas y también chavistas”. Ver video: https://m.youtube.com/watch?v=bkZsH8oEn0Y También habrán oído al “ministro de la Defensa”, Vladimir Padrino López, explicando las razones de la caída del avión Sukhoi, diciendo que ello fue debido a una “ingesta de aves”.

Manejada por esta gentuza “cívico-militar”, Venezuela está condenada a la mediocridad.  Y contra esto debemos rebelarnos.

El asunto venezolano es de principios, no de matrices de opinión

Lo que hemos dicho arriba nos lleva a examinar la brecha entre la actitud que muchos líderes políticos venezolanos exhiben y la que debería exhibir en relación a la subespecie que llegó con Chávez y que permanece en el poder con Maduro.

Estos líderes promueven un diálogo con la tribu en el poder y para ello han contado con el respaldo de países que no sufren en carne propia las humillaciones y tragedias que han sufrido los venezolanos y pueden por tanto proponer que la vía para resolver los problemas de la nación venezolana lleve a una eventual transacción con quienes están en el poder, la cual incluiría garantías de que no serán perseguidos o castigados por los inmensos crímenes cometidos durante los últimos 23 años.

Esta tendencia hacia una transacción con los criminales representa lo opuesto a lo que Betancourt, Leoni y Caldera I trataron de hacer en Venezuela, hacer de los venezolanos ciudadanos responsables y no simplemente habitantes dependientes del Estado benefactor.  Lo que nos tratan de vender los líderes de hoy es sentarnos con los criminales a comer sapos. Esto lograría, quizás, una precaria e incierta estabilidad a corto plazo, al inaceptable costo de vender la dignidad de la nación, de la cual sus futuros ciudadanos puedan sentirse orgullosos.

Los venezolanos honestos deben rechazar pagar ese precio, el cual nos condenaría a permanecer como país mediocre, arrodillado ante la mediocridad, la cursilería y la traición.