Nuestra memoria histórica colectiva es tan precaria que estoy seguro de que si nuestros docentes en historia hoy les preguntaran a sus alumnos sobre la fecha indicada arriba, poco o nada podrían contestar la mayoría de nuestros jóvenes. Y me atrevería a pensar que lo mismo pasaría con la mayoría de nuestra población.
El 18 de octubre fue un «golpe de Estado». Uno más en un país en el que los «golpes de Estado» son una costumbre nacional. Pero este fue diferente por la novedad contradictoria de que este acto político posibilitó formalmente, en nuestro país, el sufragio universal, la democracia de masas, los partidos políticos modernos y el primer presidente electo democráticamente: Rómulo Gallegos con un aplastante triunfo de 70% de los votos. La paradoja es que, menos de un año después, es derrocado. Y esto constituye, a mi juicio, un buen ejemplo de nuestro recurrente drama político: avanzar-retrocediendo.
El «golpe de Estado» a Isaías Medina Angarita es bastante particular. A Medina le faltaban pocos meses para terminar su mandato. Había sido un buen gobernante y un hombre de conciliación. No había perseguidos ni presos políticos, por primera vez en nuestra historia, porque, por la guerra mundial en curso, Estados Unidos y la Unión Soviética eran aliados. Eso le quitó beligerancia a la política interna y había creado las condiciones para un candidato único para las próximas elecciones presidenciales, e incluso se hizo el acuerdo formal en torno a la figura de Diógenes Escalante. Pero por el azar de la enfermedad imprevista del candidato, todo retrocedió a una confusión y confrontación de intereses y pasiones que terminaron creando las condiciones para el «golpe de Estado». Una nueva generación de militares y políticos se abría paso al protagonismo para el próximo medio siglo.
En Venezuela, en dos siglos como República, hemos tenido dos grandes proyectos históricos: el de la emancipación y el democrático. El Proyecto Democrático no empezó en 1945. Tiene antecedentes importantes en el propio siglo XIX, pero su instauración formal y consolidación fue en el siglo XX. Fecha importante es 1936 y los gobiernos consecutivos y moderadamente reformistas de Eleazar López Contreras e Isaías Medina Angarita. Un impulso decisivo se da entre 1945-1948, con las presidencias de Rómulo Betancourt y Rómulo Gallegos, los partidos de masas, el sindicalismo organizado, la consolidación de la democracia electoral y partidista entre 1958 y 1998, con la observación necesaria de distinguir dos períodos marcadamente diferentes en términos cualitativos: 1958-1973 y 1973-1998.
En este segundo período democrático ya emerge un clima de crisis no atendida ni resuelta, cuyas manifestaciones más visibles y publicitadas fueron el Viernes Negro de 1983, el Caracazo de 1989 y las dos intentonas golpistas de 1992: el 4F y el 27N.
La democracia sigue siendo una tarea pendiente en nuestro país, empezando el siglo XXI, pero no se puede ignorar el camino avanzado. Conquistamos el voto y mantenemos la liturgia electoral, con pérdida de confianza evidente, pero nuestro gran fracaso han sido y son las insuficiencias de ciudadanía que ostentamos la mayoría en nuestros hábitos y conductas civiles. En nuestras familias, escuelas y liceos no terminamos de entender la importancia de «formar ciudadanos». Solo así podrá consolidarse la democracia de la consciencia y la participación.